¿Habrían pasado semanas, meses,
tal vez años? Quizás tan solo unas pocas horas, incluso minutos. Flotando en
medio de la nada, del vacío más absoluto se pierde toda noción. El tiempo y el
espacio hacen filigranas y dejan de ser perceptibles. La razón y la experiencia
se vuelven inútiles para poder entender todo lo que ocurre. ¿Cuánto hace que no
como? ¿Y que no duermo? En este sitio eres como una vela recién encendida:
sabes que llegará un momento en el que te consumirás, lenta pero infatigablemente,
hasta la muerte. Ardes y ardes, sabedor de tu destino y esperas el fatídico
momento. Pero llega un momento en que empiezas a entender que, en ese sitio en
el que te encuentras, ese momento no llegará jamás y poco a poco vas viendo las
cosas de otro modo. ¿Debería desear que el fuego me consuma de una vez por
todas, mi propia muerte? En el limbo no existen ni el tiempo ni el espacio y,
cuando nada se tiene, hasta el más cuerdo se abraza a la locura…
Cierro los ojos y me dejo llevar
como el río que fluye entre los sauces. La batalla está perdida y yo soy un
soldado sin ejército.