viernes, 21 de febrero de 2014

¡Oh!

Hoy los dioses han dispuesto ante mí un capricho de su creación. Hermosa muchacha, mármol, en las manos de un díscolo escultor,  hecho carne; piel de seda, cabello de hilo de oro. Labios que presupongo deliciosos, ojos misteriosos, desinteresados en mí, como la mayoría. Manos finas con dedos largos y uñas sonrosadas, cuidadas, con el perfil pintado de blanco. Tan preciosa era que he perdido incluso la respiración.

Un instante ha bastado, un segundo de aquellos que parecen adormilarse y duran más de lo que debieran, para que ella cruzara su mirada con la mía. Me incomoda de un modo extraño cuando ocurren estas cosas. Me he asomado ante esos ojos, enigmáticos, tenebrosos hasta cierto punto, y he intentado hundirme en ellos. Nada he visto en ellos; nada me ha dado tiempo a ver. Ella apartó su mirada, como si nada hubiera pasado. Pero pasó, lo sé. Huidizos nuestros ojos volvieron a coincidir dos o tres veces más y ya no volví más a buscar su mirada. Algo me dice que algo vio en mis ojos.; si lo vio lo siento. Los dioses deben estar locos si ante mí la dispusieron, tan virtuosa en la belleza y yo, tan lleno de nada. Pero, ¡oh, qué hermosa era!