[...] Este tipo de gestos instintivos me asaltan
diariamente. ¿Falta de amor? ¿Falta de sexo? No lo dudo. Renegué en cierta
medida de los demás, por ser como soy y por sentirme como me siento, y para
todo en esta vida se debe pagar un precio.
Siento dentro de mí, como Harry, al lobo que me acecha. Tal vez
es demasiado presuntuoso por mi parte, pero así lo percibo y así me lo parece.
Esa alma feroz y animal me acecha, cada vez más y se cierne, poco a poco, sobre
mí, saboreando el inminente bocado, esperando el momento preciso para
devorarme. No la siento ajena a mí, aunque sí distinta; la comprendo como parte
de mi propia naturaleza y parte de mi propia alma indivisible. ¿Es acaso
posible que algo indivisible esté formado por varias partes? Lógicamente no,
sensiblemente sí que me lo parece. […] La idea de la simplicidad del alma me
abruma, ilógica y racional, dulce absurdo. Sea cual fuere de las tres – o infinitas-
partes (partes de mi alma), me es imposible definirme en una sin la presencia
de cualquier otra, si no acaso de todas las demás.
Yo soy, reafirmo mi existencia por el lobo, y el lobo es por
mí. Sin mí, el lobo moriría de hambre y por eso me quiere y para eso yo soy,
tanto que el lobo es por algún oscuro deseo mío que no acierto a resolver. Es más
que una idea. Si el lobo fuera una idea mía, él no sería lobo, sería yo, y yo
no sería entonces. Nace y prevalece, al igual que yo, al igual que todos de la
necesidad, y la necesidad del deseo.
Me abrumo yo solo en los días largos de Julio. El lobo aúlla
y yo siento necesidad por lo físico.
22 de Julio.