viernes, 28 de septiembre de 2007

Historias de un niño kamikaze

Aquello que trataba de ser un agradable vuelo se precipitó estrepitosamente. Sin saber muy bien como, el piloto se dejó abrazar por la locura, la irracionalidad y sus emociones. Lo cierto es que pocas veces tenía problemas con ellas pero esta vez parecía ser una de esas pocas.

En aquel arrebato pasional, ese joven poeta con barba de varios días, desaliñado y de mirada perdida, solo podía ver impotente como el avión que él mismo había decidido pilotar se precipitaba hacia lo inevitable.

El viento, que gélido se estrellaba contra el acero de su avión, se colaba por su estructura hasta llegar a él y le helaba los pulmones. Todo estaba fuera de control. Desde que pronunció aquellas palabras sabía que se había condenado, que desde el mismísimo instante en el que decidió tomar ese rumbo se había convertido en un kamikaze. Pero él no sabía que significaba aquello; tan siquiera le agradaba la idea. ¿Qué pensarán los kamikazes antes de estrellarse?

Su brillante cerebro no paraba de formular preguntas que jamás hallarían respuesta. Todo aquello era un cúmulo de sentimientos demasiado contradictorios como para ser comprendidos por un loco como él.

Y entonces sucedió lo que tenía que suceder. Aquel cuerpo incandescente surcó los cielos destellante hasta impactar contra el suelo. El impacto fue formidable; el estruendo, sordo. Tan silencioso como una proposición sin respuesta… Fue entonces, durante aquel silencio, cuando se dio cuenta de que Dios jamás le quiso, de que seguramente ni siquiera le caía bien a Dios, pues él nunca le ayudó. Desolador.

Pero de pronto, cuando todo parecía haber muerto, cuando ni siquiera el aire correteaba sobre el prado para llevarse el humo, una lluvia suave empezó a caer bañando todo aquello que encontraba a su paso. Los trozos de metal esparcidos por el suelo, las cenizas aun humeantes, su piel resquebrajada, llena de heridas y rasguños, y aquellas flores tan bonitas sobre las que había caído.

Desde el suelo entornó los ojos, abatido. Más allá del gris, pero, pudo ver el verde, el blanco y el amarillo de las flores. Más allá del suicidio y la muerte a las que se había lanzado, encontró algo bonito.

Su corazón aun latía fuerte, pues aquella era la reacción que se encontró. Aun así fue capaz de reunir las fuerzas necesarias para levantarse. Tembloroso se incorporó y miró al horizonte infinito y solo vio verde. Era paradójico, insólito, pero cierto.

Cuando por fin pudo mantenerse en pie sin tambalearse, consciente ya de lo que había sucedido, se llevó la mano al bolsillo. Buscó, pero no estaba. Lo volvió a probar, una vez, y otra, incansable, pero no la encontraba. Siguió hasta su último aliento, hasta que las heridas y el cansancio pudieron con él. Y entonces, exhausto y abatido, tras perder toda esperanza, la encontró. Allí estaba, en el suelo, sucia y con arrugas, pero no le importaba.

Allí estaba, pues, su fe.

Sí, me convertí en un kamikaze sin darme cuenta.
Espero que os guste.

lunes, 3 de septiembre de 2007

La historia más bonita

Y él, en un intento desesperado por ganarse su corazón, se lo jugó todo a una carta. No tenía la certeza de que fuese a funcionar, es más, ni el mismo esperaba que surgiese algún efecto de aquel suicidio. Pero, aun así, podrá decir que las “americanadas” le funcionaron, al menos, una vez en su vida.

Para ella posiblemente no era más que otro tipo. Uno peculiar, que sabía escribir y tenía su qué, pero otro más. Para él, ella no era mucho; era demasiado.

Así que un día que tuvo la oportunidad de verla a solas, lejos de la terraza de aquella heladería donde él trabajaba, la cogió de las manos y pronunció las palabras más ocurrentes que se le pasaron por la cabeza.

<<¿Qué dirías si ahora mismo alguien te cogiera por las manos y te dijera que eres la reina de su corazón?>>

Audaz. Señoras y señores, pasen y vean:

Él, un camarero de heladería, y ella, una chica atractiva donde las haya… ¿A qué esperan? El drama está servido…

De todos modos, nada ni nadie pudo arrebatarles aquellos minutos tan íntimos. Y es que el amor, ya lo dicen, es cosa de dos.

Conmocionada aun, con el corazón encogido por la ternura de aquellas palabras, no pudo articular respuesta. Tenía sus manos juntas, cogidas por las de él. Ese era el pequeño vínculo físico que les unía. Y ella, en aquellos instantes se lo quería comer a besos, estrecharlo entre sus brazos, sentirlo suyo.

A él, en cambio, el corazón le latía tan fuerte y tan rápido que le dolía dentro del pecho. La miraba confuso, esperaba una respuesta que no llegaba. La tensión era inaguantable; hasta el más fuerte y valiente hubiese cedido ante aquella situación. Pero él no había llegado hasta aquel punto para retirarse, ni mucho menos. Hizo de tripas corazón, cerró los ojos y dejó que el silencio hablara por él.

Y entonces surgió la pasión, la calidez y el desenfreno. Cuando sus labios se encontraron con los de ella todas las dudas se desvanecieron. Y bebió de aquel beso como si le fuese la vida, respiró de su aliento y su suspiro. Le entregó su mundo entero en aquel abrazo.

No es realmente la historia más bonita. ¿Y qué? =D
Espero que os guste.