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lunes, 23 de julio de 2012

rituales#2

Y a la tenue luz del fuego escribo lo que soñé, mientras otra rosa arde. Es un momento extraño de mi vida...

jueves, 5 de julio de 2012

rituales


-          ¿Por qué hace eso, Maestro? – le pregunté.

Era la madrugada de un recién comenzado 23 de junio y estábamos mi Maestro y yo perdidos vete a saber dónde, en algún punto de los caminos de la vida. Estábamos de pie en lo alto de una colina, solos en la inmensidad de la noche bajo un manto de débiles destellos de las estrellas. Justo delante nuestro había una pequeña maceta de la cual brotaba una marchita rosa roja. Mi Maestro la había dejado ahí y tras mirarla durante un rato se acercó a ella sin decir nada, sacó una caja de cerillas de su bolsillo y empezó a quemar los pétalos. En unos instantes la flor prendía coronada por las llamas. El Maestro dio unos pasos atrás y se paró a mi lado y ambos nos quedamos mirando como el fuego consumía lentamente la rosa.

-          ¿Crees en Dios? – me preguntó.
-          ¿Debería creer?
-          Eso es algo que depende exclusivamente de ti. – me contestó – Yo no puedo enseñarte a creer en nada…
-          ¿Usted cree en Dios, Maestro?
-          No creo en ningún Dios en concreto, si es a lo que te refieres. Yo soy una especie de deísta y esto – dijo en alusión a la rosa que prendía – no es más que una especie de ofrenda. Aunque sea contradictorio con mis creencias tengo una serie de supersticiones y hago ofrendas a los dioses, mis propios dioses, los de mi alma y mi cuerpo.

No entendía muy bien qué quería decirme así que me limité a asentir con la cabeza y seguí mirando el fuego que ya bajaba por el tallo de la flor.

-          No pretendo que lo entiendas. – me dijo – El vigesimotercer día de cada mes hago lo mismo: cojo una rosa roja marchita y la prendo. Con ella siento que en mi interior arde algo también; es un sentimiento extraño que difícilmente podría describirte. Algo latente dentro de mí que aún me daña y que elimino poco a poco con el fuego que todo lo consume. Luego, la brisa del tiempo se lleva consigo las cenizas. Seguramente llegue el día en que estos demonios de mi conciencia a los que rindo pleitesía con estas ofrendas se apiaden de mi alma y me dejen en paz. Hasta entonces seguiré con mis rituales.

Ninguno de los dos dijimos nada más. El fuego ya había consumido casi la totalidad de la rosa y esperamos hasta que la última llama se hubo apagado. Allí, sobre la maceta quedaban los restos carbonizados del tallo y negros pétalos. Una brisa los hizo volar y el Maestro los siguió con la mirada hasta que se perdieron en el horizonte. No sabría decir si había encontrado el alivio del que tanto hablaba: su mirada era vacía y su cara inexpresiva, como siempre había sido. Recogió la maceta y retomamos el sendero de la vida.

viernes, 11 de mayo de 2012

mitosyLEYENDAS#1


Cuenta la leyenda que en un lugar muy lejano, olvidado por los hombres,  hace mucho, mucho tiempo se encontraba Maro, un joven fuerte y atlético, de oscuros ojos y cabellos, corriendo como solía hacer siempre por el Bosque de las Ninfas. Maro era un joven de nerviosa sonrisa, inteligente pero muy despistado y esto muchas veces le traía un sinfín de problemas.

Esta leyenda habla de cuando Maro conoció a Carevo. Como siempre pasa con estas cosas los detalles son inciertos, pero cuentan las malas lenguas que Maro cayó inmediatamente prendido por la belleza de la ninfa en cuanto la vio y, en una gesta de gran valor, con el tiempo consiguió declararle su amor. Todo fue pasión y ternura, felicidad y risas al principio. Maro era feliz y ponía todo su empeño en satisfacer a su amada. Y estoy seguro de que lo consiguió.
Pero ya sabemos todos como son las ninfas, hermosas pero cambiantes y, según cómo, traicioneras. Fue así como un día de verano, Carevo, según cuentan, empezó a sentirse atada, arraigada a una tierra que, a pesar de amarla por ser suya no quería vivirla eternamente. La ninfa, seguramente ansiada por sus deseos de mundo cogió el corazón de Maro (que él mismo le había entregado) y se lo devolvió. Cuando el joven humano recogió su corazón de manos de su amada éste se resquebrajó,  se convirtió en arena y lentamente se le escapó de entre los dedos.

Desde aquel día Maro no volvió a ser el mismo. Personalmente me cuesta entender la pérdida del enérgico joven, pues no se sabía (ni se creía) artista y no me puedo llegar a imaginar que sintió roto. Pero el amor no son ni poemas, ni música ni pinturas. El amor son los pequeños detalles, momentos y recuerdos que jamás podrán ser borrados y que yacerán siempre dentro de nosotros como parte de nuestro ser. Sea como fuere Maro perdió sus ganas y su fuerza, pues día y noche tan solo podía pensar en su pasado. A punto de quedar anclado en un recuerdo consiguió rehacerse pero ya jamás volvió a ser el mismo. No había pasión en sus actos y sentía un goce adulterado cuando hacía aquello con lo que siempre había disfrutado. En sus ojos no había brillo; eran tan oscuros como siempre y si te fijabas bien tan sólo veías un frío e inexpugnable vacío.

Aún hoy, tras los siglos que pasaron y por los que están por venir, el fantasma de Maro sigue correteando en penitencia por el bosque de las ninfas, consciente o no de que aún no ha olvidado a su amada Carevo. De vez en cuando ambos se reencuentra y Maro siente alivio en su pecho, calor; fuego que sin saberlo consume todo lo hecho para intentar olvidarla.
No recuerdo quien me contó esta historia aunque posiblemente fuera una voz demente en mi cabeza. No recuerdo si es real o fantasía, cierta o incierta. Maro puedes ser tú, un amigo, un conocido. Un hermano o un padre, quien sabe. Maro sufre y jamás entendí su dolor y desgraciadamente ahora empiezo a entender ese sinsabor.

Nota: por si no había quedado claro, el personaje de Maro no (repito: NO) está basado en mí.


Post Edit: No lo he hecho a propósito, pero resulta ser que Maro es una localidad Malagueña; casualidades de la vida...