Acabaron las clases y yo salía por la puerta del colegio bostezando. El cielo vestía sus mejores galas, no había una sola nube y el sol seguía brillando. Tenía la costumbre de salir siempre de los últimos, algo así como un castigo por llegar siempre tarde por las mañanas, así que mis amigos casi siempre me tenían que esperar. Pero ese día no. En la calle hacía bastante calor y la gente se iba rápido en busca de un poco de sombra. Posiblemente era un buen día para ir a la playa. No había clase por la tarde, hacia buen tiempo…la pega es que al día siguiente había un difícil examen de Lengua.
“Malditos exámenes, maldita asignatura de Lengua, malditas oraciones compuestas… ¡Qué problemático que es todo!”
Entre maldiciones e insultos varios hacia los exámenes y el colegio en general llegaba a mi casa. Fue entonces cuando me acordé de ella. Me dijo que nos veríamos después de las clases, pero no la había visto.
Subí por las escaleras de aluminio hasta llegar a mi terraza. Abrí la puerta de mi habitación y sin mirar nada tiré la mochila a los pies de mi cama. Fuera de la habitación había un asunto más importante del que ocuparse, las plantas. Llené la regadera de agua y fui a dar de beber a mis flores. Geranios, rosas, margaritas, tulipanes… me gustaban todas las plantas. Tenia de todo tipo, de todos colores y olores, y todas eran preciosas.
Por la noche me quedé un rato afuera antes de ir a dormir. Saqué un lienzo y una paleta con unas pocas pinturas y me puse a dibujar el paisaje a la luz de unas velas. Desde mi terraza se podían ver otras azoteas de la ciudad, algunas con carteles publicitarios, como por ejemplo una que tenia un rotulo luminoso que anunciaba un caro perfume francés u otro que señalizaba como llegar a un nuevo centro comercial que habían construido en el pueblo. Más al fondo podía verse un pequeño pinar y finalmente el mar. No era ninguna maravilla de paisaje pero a mi me gustaba. Pintar era una cosa que no se me daba del todo bien, dibujaba mejor, pero pintar tenia un “nosequé” que me tranquilizaba. Quizás era el tacto del pincel empapado de pintura al acariciar el lienzo lo que en realidad me gustaba.
Mientras pintaba podía oírse de fondo un saxo entonando una melodía de jazz. En el edificio de enfrente vivían una chica y su novio. Ambos amaban la música, en especial el jazz y por eso había noches que solían tocar sus saxos. Si la noche estaba tranquila, como la de hoy, podían escucharse desde mi terraza.
Antes de poder terminar de pintar me empezaba a entrar sueño. Eran cerca de las doce y media de la noche y pensé que sería bueno dormir un poco, mas aun teniendo un examen al día siguiente. Recogí el lienzo y las pinturas y, como la noche anterior, saqué mi “cama de verano”, la tumbona. Aquella noche sí que hacia calor pero dado a la altura dónde vivía se estaba más fresco. No había hecho mucho en todo el día pero estaba cansado. Me dormí enseguida.
Bajé al piso de mis padres. Mi padre se había ido a trabajar hacía un rato y mi madre empezaba a hacer faena. Simplemente la saludé y me metí en la cocina para hacerme un café. Volví a subir a la terraza y me senté en una silla.
Aun no me había vestido, solo llevaba un pantalón corto gris que me servía de pijama.
Me acabé el café, me lavé, me vestí y me fui tranquilamente hacia el colegio. Seguramente me iría después del patio, hacía demasiado buen día como para malgastarlo encerrado en el colegio. Además era viernes, ¿quién tiene ganas de estar en el colegio un viernes? Nadie.
Y así lo hice. Después de un flojo examen de lengua, un par de horas en clase medio durmiendo medio atendiendo, y un rato de patio con los amigos me fui. Sin embargo, antes de eso fui a hablar con ella. En principio solo me iba a despedir pero al final la conversación se alargó.
Eran cerca de las doce del mediodía y realmente era aburrido pasear por la calle a esas horas. Caminaba por la calle dejando perder mi mirada en varios escaparates. No era un fanático de ir de compras pero me hacía gracia mirar escaparates.
Después de veinte minutos de paseo entre las calles de mi ciudad y posteriormente bajo el pinar, llegué a la playa. Mi pequeña ciudad tenía una gran playa con un ancho arenal y aguas, dentro de lo que cabe, limpias.
En la playa no había mucha gente. Caminaba por la arena en busca de un buen sitio para dibujar algo bonito o, simplemente algo interesante. Al final me cansé de buscar y me senté allí mismo. Estaba a media distancia de la orilla donde un par de niños pequeños jugaban a chapotear con las olas. Cerca de mí un par de señoras de mediana edad, posiblemente sus madres, y un poco mas lejos una chica tomando el sol. Saqué mi bloc y un lápiz y empecé a dibujar. Primero a los dos niños jugando y luego la chica que tomaba el sol. Allí, sentado al sol, entre tanta arena hacía demasiado calor como para concentrarse, así que lo dejé. Guardé las cosas y me fui a dar un baño. Después me volví a casa, se acercaba la hora de comer y mi estomago reclamaba comida.
Llegué a casa antes de lo que esperaba. Cuando uno tiene hambre multiplica sus capacidades. Antes de comer, pero, subí a la terraza para regar las plantas. Luego comí una ensalada de bolsa y un yogur. Con la barriga llena y la vejiga vacía ya estaba listo para pegarme una buena siesta. Me quité la camiseta, me estiré en la tumbona, cerré los ojos y dejé que el sueño me llevara.
Pensándolo bien llevaba una buena vida, o al menos un tipo de vida que a mi me gustaba. Vivía a mi manera, sin molestar a nadie y, de vez en cuando, intentando ayudar al mundo. Podría decirse que rozaba la felicidad. Pero la felicidad es algo tan efímero, algo tan ligero que hasta una pequeña brisa podía hacerla volar. Por eso evitaba su uso lo máximo que podía.
Entre sueños y pensamientos filosóficos sobre mi felicidad la tarde empezaba a caer y yo seguía durmiendo. A eso de las seis de la tarde mi móvil empezó a vibrar. Número desconocido para mi corta agenda.
- ¿Quién? – Sí, esto soy yo… - Ah, hola. ¿Qué tal? ¿Cómo que me llamas? – Te quería pedir un favor… - Pues dime… - Es que verás, quería ir a verte y darte una sorpresa… pero no se ir desde la estación a tu casa… ¿me vienes a buscar? - …sí, claro. Dame cinco minutos – Hasta ahora – Hasta ahora…
Porque las chicas con ojos azules preciosos y pelo castaño con reflejos dorados existen...