martes, 20 de marzo de 2007

Descubriendo cosas nuevas (2)

~Capítulo undécimo de "Ella y Yo"


Aquel día la puerta se me abrió, y lo hizo literalmente. La puerta de aquel gimnasio se abrió y un chico con la cabeza igual de rapada que la mía apareció tras ésta.

- Ei, ¿querías algo?Pues no la verdad, tan solo curioseaba - ¿Te interesa algo? - ¿Has hecho alguna vez Taekwondo o Hapkido? NoPareces bueno. ¿Quieres probarlo?Mmmm, vale

El chico me dio la mano y entramos. Dentro, tras pasar una pequeña recepción entramos en una sala bastante grande para lo pequeño que parecía el gimnasio desde fuera recubierta de tatami, y a la derecha una puerta que llevaba a un pasillo que terminaba muriendo en los vestuarios. Era realmente fascinante. Las paredes estaban recubiertas con varios posters y cuadros de gente pegando patadas, pero lo que me llamó la atención fueron las dos grandes banderas, coreana y española, que presidian la sala junto a los dos escudos de las disciplinas correspondientes.

Encima del tatami pude ver como había un chico pegando patadas. Me hizo gracia porque también llevaba un peinado parecido al mío, los tres éramos igual de “calvos”. El chico que me abrió la puerta era de mi altura, un par de centímetros más bajo que yo quizás, pero mucho más fuerte, me vino a la cabeza la frase de que estaba más fuerte que un toro. El otro por el contrario era alto y delgado, quizás un metro noventa, metro noventa y cinco.

- Ei socio, déjalo ya. Mira, tenemos un invitado – dijo el chico que me abrió la puerta refiriéndose a mi – Nunca ha probado nada de esto pero he visto algo en él que me decía quería probarlo… - ¿Te has peleado alguna vez tío? – cortó el chico más alto – No… pero parece divertidoNo lo sé, pero, ¿Cómo vas a conocerte si nunca te has peleado? Ven, ponte esto – me acerqué y me dio unos guantes de boxear. Yo lo miraba bastante perplejo – Primero miraremos a ver si tienes aptitudes, luego pasaremos a las artes marcialesTranquilo, no te hará daño. Cuando veas que no puedes más, que flaqueas o que te has hecho daño di bastaSí…

Fueron tres minutos pero se me pasaron volando. Nunca había disfrutado tanto en mi vida. Los primero segundos no sabía bien que hacer, tan solo oía la voz de aquellos chicos diciéndome que no pasaba nada, que me lanzase a por él. No sé porqué pero les hice caso y me tiré a por él. Lancé un par de golpes torpes que no sé bien bien donde impactaron, y acto seguido me separé. El chico que me había abierto la puerta me animaba y aconsejaba y yo intentaba, como podía, seguir sus consejos. Estaba recibiendo de lo lindo, no era rival para aquel chico tan alto pero la sangre me hervía de emoción. Acabé el combate hecho caldo pero quería más. El otro chico se puso los guantes y se puso a pelear conmigo. Sabía que no tenía nada que hacer tampoco con él pero había descubierto algo que me llenaba tanto o más que escribir o dibujar. Pelear.

Cuando terminamos de pelear me tiré al suelo de tatami rendido. No podía con mi cuerpo, jamás había recibido tanto pero tampoco jamás me había sentido tan vivo como entonces.

- Eh, peleas como un campeónTampoco creo que sea para tantoNos has aguantado un par de asaltos, no digas tonteríasBueno, pero esto no es ni Taekwondo ni Hapkido. El gimnasio es de mi tío y él y yo venimos antes de que empiecen las clases para curtirnos un poco. Luego viene el entrenador y hacemos un poco de Hapkido y, alguna que otra vez, Taekwondo - ¿A qué hora son las clases?De ocho a nueve - ¿Por qué no te vienes mañana? Hoy estás cansado y las clases suelen ser duras. Le hablaremos de ti al entrenador y mañana te pasasValeSi quieres, vente a la misma hora que hoy y haremos algo los tresEstá bien. Hasta mañana y graciasDescansa, mañana será duro

Salí de allí con una sonrisa de oreja a oreja. Los golpes, las heridas y el cansancio no eran motivo suficiente para borrar la felicidad que reflejaba mi rostro.

Aunque aun eran las seis de la tarde me marché para casa caminando muy lentamente. Aquellos dos chicos, dos desconocidos con un peinado parecido al mío y que parecían hasta hermanos, me habían regalado algo muy grande.

Cuando por fin llegué a casa me duché y me senté un rato en la cocina del piso de mis padres. Mi madre estaba cocinando algo y mi padre, que hacia poco que había llegado de trabajar, se estaba cambiando para salir a correr. Si no hubiese salido tan cansado del gimnasio hubiese salido con él pero mi cuerpo me pedía algo de reposo. Estaba acostumbrado a hacer ejercicio pero no a recibir tantos golpes. Antes de que se pudiese ir mi padre les comenté mi idea de apuntarme a aquel gimnasio. Mi padre no hizo mucho caso, sabía que en el fondo acabaría haciendo lo que quisiera, pero mi madre no estaba tan de acuerdo. De todos modos compartía la idea de que al final haría lo que quisiera y me dijo que los tres primeros meses me los pagaría yo, luego ya veríamos. Las cosas no podían estar yéndome mejor. Había visto las tarifas del gimnasio y con el dinero que había ganado en verano podía permitirme cómodamente pagar la cuota mensual.

Dicho esto, volví a mi ático. Faltaba más de una hora y media para cenar así que saqué una libreta, un par de lápices y me puse a dibujar. Como por arte de magia empezaba a ver las cosas más claras. Mientras dibujaba una escena que intentaba representar lo vivido unas horas antes, en mi cabeza empezaba a difuminarse todas las preocupaciones. Pensé pues que lo mejor sería no pensar en querer tenerla como novia, sino en quererla sin más.
Después de cenar me fui a dormir bastante pronto. Aun estaba cansado y un poco dolorido de la tarde que había vivido y consideraba preciso descansar, al menos, para empezar con buen pie el curso.

Bueno, lo prometido es deuda, prometí actualizar pronto y aquí tenéis la siguiente parte del capítulo que publiqué ayer. Espero que os guste y sé que al menos hay dos personillas que lo esperaban con ganas =D. Un saludo a todos lo que se pasan por aquí.

PD. Oh! Mi entrada número 40!

lunes, 19 de marzo de 2007

Descubriendo cosas nuevas (1)

~Capítulo Décimo de "Ella y Yo"


Resultaba bastante extraño volver otra vez a la rutina del estudiante, era bastante entristecedor pero en el fondo todos teníamos ganas de volver. El verano está bien, puedes hacer todo lo que quieres pero en cierto modo te aburres bastante. Yo en mi caso no me podía quejar, me saqué un dinerillo, pude hacer una de las cosas que más me llena en la vida, el arte, y conocí a aquella sirena con piernas. Sentía curiosidad por saber que había sido de ella; me dijo que nos veríamos pero ya hacía más o menos un mes que se fue.

De todos modos ahora, y cada vez más, formaba parte del pasado. Tenía que centrarme y disfrutar de una nueva etapa que se me abría. Ya era la última, el último curso de bachillerato y ala, a la universidad. Lo que menos me gustaba de todo eso era que, de nuevo, volvería a distanciarme de aquel grupo de amigos que me había hecho. En realidad ya había pasado. El curso anterior conocí a muchas personas con las que entable una buena amistad y que este curso ya no estaban allí. En fin, no era momento de pensar en eso.

Lo cierto es que me hizo gracia volver a encontrarme con todo el mundo. Todos tenían una historia distinta para contar, pero todas eran tan parecidas que acababan por aburrirme; ir a la playa, montar una fiesta y acabar “tope de morados”, como ellos decían. A mí, en cambio, cuando me preguntaban se sorprendían cuando les contaba mi verano y veían que no había expresión de disgusto en mi cara, parecía como que se decepcionaban. Y en el fondo lo entendía; yo era raro, ellos lo sabían y yo lo sabía.

Más tarde, cuando salimos del colegio, como tan solo habíamos ido a buscar los horarios, fuimos a tomar algo. Estuvimos un buen rato hablando, explicando con más calma y detalle qué habíamos hecho durante el verano. Pero yo estaba en mi mundo, pensaba en ella cada dos por tres. La había visto en el colegio, nos saludamos y tal pero era distinto. Por momentos me arrepentía de haberle tenido que decir que me gustaba pero intentaba consolarme pensando en que más me hubiese arrepentido de no haberlo hecho. Era todo tan complicado. Sentía verdadero miedo, miedo de perder aquello que tenía con ella.

Como no estaba muy por la conversación terminé por irme a casa. Caminaba por la calle y el sol todavía picaba. Era septiembre pero seguía haciendo calor y los rayos de sol chocaban como intentando ensañarse contra mi piel aún morena del verano. Cuando llegué por fin a casa, subí las escaleras de aluminio oscurecido con desgana, abrí la puerta, me puse algo de ropa cómoda y me estiré en la tumbona. Deberían ser las dos y media y solo tenía ganas de que el sol me derritiera, a ver si así se me olvidaban todos los problemas. Cerré los ojos y cuando apenas llevaba cinco minutos me levanté. Estaba cabreado conmigo mismo, pero no quería quemarme, así que me puse un poco de crema. Me volví a estirar y cerré los ojos de nuevo buscando en mi cabeza una posible solución a ese problema que yo solo había montado. Sin querer y como era de costumbre, me quedé dormido. Me desperté cuando tenía tanta hambre que mi estómago pedía comida a gritos. Entonces recordé que no había comido aún así que bajé a ver que había para comer. Abajo en el piso, mi madre estaba haciendo faena y mi padre no estaba. Entré en la cocina y miré el reloj, eran las cuatro y cuarto. No sabía si hacerme algo de comer o comer algo de merienda. Al final opté por merendar un poco, y cuando terminé me lavé los dientes. Si hay una cosa que no soporto es el sabor que se me queda en la boca cuando me despierto después de echarme una siesta. Limpiándome los dientes, al menos disimulaba un poco ese sabor.

Con la boca algo más fresca me volví a mi terraza y volví a lo mío. Al final preferí dejarlo a un lado y que pasara lo que ella viese conveniente que tenía que pasar, al menos hasta mañana. Eran las cinco menos veinte y yo que no tenía nada qué hacer. En momentos como ese me daba cuenta de lo solo que estaba. El año pasado la tenía a ella, en verano a la otra chica, pero ahora no tenía nadie para contarle mis problemas y buscar una mínima ayuda o una simple opinión. Siempre había ido a mi bola, nunca había dependido de nadie y ahora que me veía en un aprieto en el que nunca antes me había metido me encontraba perdido. Perdido y solo. No era tampoco para montar un drama, es cierto que tenía muchos amigos, pero no de aquellos lo suficientemente “importantes” como para tratar un tema como ese. Me estaba rayando por momentos y pensé que lo mejor sería ir a dar una vuelta. Caminando por las calles, sin prestar especial atención a nada, topé con un gimnasio que acaban de abrir. Lo deberían haber construido durante el verano porque yo no recordaba ningún gimnasio como este antes. Me paré delante de la puerta y miré todo lo que había en la fachada. “Cursos de Artes Marciales: Taekwondo y Hapkido” se podía leer en la puerta, porqué letrero aún no tenía. Me lo miraba con interés, lo cierto es que siempre me había gustado el mundo este de las artes marciales pero como nunca tuve la oportunidad de probarlo ya que no había sitios cercanos donde practicar, pues me quedé con las ganas.

Bueno, hoy creo que me ha venido la inspiración y hasta que no me ha dolido lo suficiente el dedo no he parado de escribir. De momento pongo aquí lo que correspondría a un capítulo normal, pero en el fondo es tan solo la mitad de un capítulo más largo. Según lo que escriba desde que se me pase lo del dedo hasta que se me vaya la musa pues actualizaré más o menos temprano. De todos modos prometo actualizar pronto.
Un saludo a todas aquellas personillas que se pasan por aquí, leen y esporádicamente comentan, dando de este modo su modesta pero importante opinión. Gracias a todos.




viernes, 9 de marzo de 2007

Cuando nos sorprendemos a nosotros mismos

~Capítulo Noveno de "Ella y Yo"

Caminaba por la calle rezando para que no decidiera darme una sorpresa y llevarme a ningún lugar fuera de lo que es “ir a dar una vuelta”. Llegué a su casa algo pronto así que me senté en un banco que había por allí cerca y esperé a que bajara. Pensé que igual aun estaba terminando de cenar y no sería buena idea molestar. Esperé unos diez minutos hasta que por fin bajó.

Qué sensación tan extraña. Era como un cosquilleo inexplicable seguido de varios latidos rápidos. Recordaba la última vez que nos vimos, allí, en aquel mismo sitio. Hoy, varios meses después, la historia volvía a empezar.

¿Qué me pasaba? Era ella, sin más, no había porque tener vergüenza. Realmente yo estaba irreconocible. Tenía la mirada fija en ella, durante todo su avance hasta mí, en su cara. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, borró la sonrisa de su cara y sentenció:

- Te parecerá bonito y todo, ¿no? - ¿Eh?No disimules. Ni una sola carta, ni un simple mensaje. Nada

Era verdad. Me había olvidado por completo de terminar de escribirle la carta y enviársela. Pero bueno, ahora eso no venía mucho a caso. Nos saludamos y fuimos a dar una vuelta. Paseábamos por la calle el uno al lado del otro. Habían pasado menos de tres meses, pero parecíamos dos personas que acababan de conocerse. Ambos habíamos cambiado. Ella ahora llevaba el pelo más corto, recogido, y lucía un vestido corto y unas sandalias a juego. La veía diferente, como si hubiese crecido desde la última vez que nos vimos. Era como si fuese alguien diferente a aquella chica que, en una tarde lluviosa de primavera, yo invité a mi casa.

- Bueno… ¿no me vas a explicar nada? Pues no sé, ¿qué quieres que te explique? - ¿Qué has hecho en todo el verano? Nada especial. Estuve trabajando con mis tíos en la playa, y nada, pasar una temporada con ellos… - ¡Ah! Con razón estás tan moreno. Te veo muy cambiado Yo también te veo muy cambiada a tiNo sé… - ¿Qué has hecho tú? - Tampoco nada especial. Estuve por aquí trabajando durante el día y saliendo por las noches. Ya sabes, mi rutina veraniega Oye. ¿Te apetece un helado? -

Nos sentamos en una terraza y tomamos un helado. Seguimos hablando durante un buen rato. ¿Qué tenía ella? No lo entendía. ¿Qué había pasado durante el verano? ¿Qué estaba pasando? Cada gesto, cada palabra, cada mirada, todo. Cualquier cosa que hacía me parecía especial. ¿Qué era aquella sensación tan extraña? Demasiado para tan poco.

La noche empezaba a echársenos encima. Eran cerca de las dos y yo, como era de esperar, tenía sueño. Quieras o no me había levantado bien pronto para volver a casa. Estábamos llegando a su casa. Caminábamos despacio por la calle, solos y en silencio. Su casa, un bloque de edificios no muy alto, estaba iluminada por la luz de una farola que, de vez en cuando, parpadeaba. Nos paramos allí en su portal para despedirnos.

- Bueno, mañana a las diez pásame a buscar, eh Sí, claroVenga, hasta mañana… - Me dio dos besos y se giró hacia dentro. Antes de que terminara de cruzar la puerta, la cogí del brazo – Espera… - No acababa de entender qué estaba haciendo - …solo…solo quiero decirte…que me gustas…

Me giré y me fui. Nadie impidió mi marcha, nadie replicó una explicación, me fui. Mis pasos resonaban en el silencio de la noche. Cuando giré la esquina, lejos de posibles miradas que me acecharan, me senté en el primer portal que encontré. Las piernas me flojeaban de mala manera y el corazón parecía luchar contra mis costillas por salírseme del pecho. Respiré hondo y pensé en lo que había hecho. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Realmente me gustaba? ¿Había hecho bien? El mundo está lleno de cobardes, es cierto, pero también está el cementerio lleno de valientes. Me topé con miles de preguntas antes de llegar a casa.

Finalmente, cuando por fin llegué a casa, caí agotado. No tenia ganas de pensar en lo que había hecho. Me abracé a la almohada intentando buscar consuelo. Ciertamente prefería olvidarlo pero era algo bastante imposible.

Por la mañana me di cuenta de que no podía evitar verla. Sin ir más lejos, aquella noche habíamos quedado para ir a cenar. “Aish! Qué fuerte pega a veces la vida!”

No esperaba que pasara nada increíble, lo único que quería era que aquello que “tenía”, aquello que se había convertido en algo tan importante para mi, no se fuera a la mierda. Eso, posiblemente, era lo que más miedo me daba.

Aquella noche salimos a cenar. Resultaba bastante extraño. Yo por mi parte me “comporté” como si nada hubiese pasado. Ella parecía hacer lo mismo. Lo cierto es que me moría de ganas por saber una respuesta pero no la hubo. Fue una cena como cualquier otra.

Durante los días siguientes hasta que empezó el curso nos vimos dos o tres veces más. Finalmente, un doce de Septiembre de un año cualquiera, volvieron a empezar las clases.

Bueno, después de este pequeño "parón" que he tenido, vuelvo a publicar un poco más de esta "superproducción" =D. Espero que vaya gustando y esas cosas. Quiero dejar claro que son más que bien recibidas todo tipo de propuestas y sugerencias eh! En fin, gracias por hacer de esto lo que es.

PD. Siento curiosidad por saber quien entra a mi blog desde la "Universitat Ramon Llull..." =D