jueves, 26 de abril de 2007

~Historia sin título [2/2]

Bueno, antes de empezar quiero decir que esta es la segunda parte de una historia que dejé "colgada" hace ya un par de meses. Para los que tengan la intención de leerla, siguieren leer la primera parte AQUI lo podéis hacer. Si ya lo hicistéis, espero que os agrade la segunda y útlima parte.

[...]


Yo me había convertido en un individuo de unos veintiún añitos atípico para una sociedad que cada vez me gustaba menos. Aquella temporada en oriente me enseñó mucho. Yo, entonces, era un centro pequeño y cálido de tranquilidad. La universidad cada vez me parecía menos dura, pero sí más complicada.

El tiempo pasaba. Septiembre, octubre, noviembre…, y así llegamos a mayo. El primer día de mayo, un día de fiesta nacional que tenia que pasarme metido en la biblioteca haciendo un trabajo de relatividad. Es cierto que podía haber escogido ir a la biblioteca de la facultad, pero por cosas de estas que no sabes bien bien como explicar, me quedé en la biblioteca dónde cuatro años atrás solía ir a veces a dar pequeñas lecciones.

Entrar me hizo recordar. La máquina de café, donde siempre metía mi calderilla cuando iba, seguía allí. Pasé de largo sin entretenerme mucho y empecé a subir. Todo aquello no era más que agua pasada, algo que no volvería.

Llegué, busqué con la mirada a alguien conocido y, al no ver a nadie, me senté solo en una mesa. No había mucha gente. Eran cerca de las diez de la noche y yo empezaba con lo mío. La gente entraba, salía, susurraba en voz baja. Yo estaba demasiado concentrado en lo mío como para enterarme de cualquier otra cosa. Estaba tan concentrado incluso, que no me di cuenta de que alguien vino en mi busca. Esto pasó en el instante que noté una mano rascando mi cabeza casi rapada. Me giré en busca de una cara.

- Lo sabía. Sabía que eras tú – Per… pero… - ¿No me digas que no recuerdas quien soy? - - Haz memoria. Íbamos juntos en bachillerato… - ¡Ah vale! Ya caigo quien eres - ¿Qué tal? No te he vuelto a ver desde entonces… - ¿Vamos fuera, tomamos un café y hablamos?Por supuesto

Igual que no creía lo que me pasó cuatro años atrás, tampoco creía lo que me estaba pasando ahora. Era ella, la misma que entonces. No intentaba buscarle una explicación, tan solo agradecía a la nada que me la hubiese vuelto a mandar. Pero había pasado mucho tiempo. Mi corazón recibió un golpe demasiado duro en el pasado y había construido una muralla demasiado alta para cualquier chica. Desde aquel día no me volví a enamorar de ninguna chica. Pero ella no era una chica cualquiera, no sabía si el muro que salvaguardaba mi corazón era a prueba de ella.

Bajamos y salimos a la calle. Ninguno de los dos habíamos cenado aún así que propuse de ir a cenar. Fuimos a cenar a un bar que había unas calles más allá de la biblioteca. Fuimos allí sin la certeza de que aún siguiese abierto, yo lo recordaba cuando iba allí cuatro o cinco años atrás, pero no sabía si habían cerrado o lo habían echado abajo. Por suerte para mí, y como era de esperar, seguía allí, abierto, con su cartel luminoso aun parpadeando. Entramos, nos sentamos y pedimos. Por el camino habíamos hablado de lo que habíamos hecho durante todo este tiempo que llevábamos sin vernos. Me contó que ella no se había movido de aquí, ingresó en la universidad y se puso a trabajar también. Tan solo hizo un par de viajes, pero nada parecido a lo que yo hice.

- Bueno, y después de tanto tiempo, ¿debes haberte echado novia, no?Pues no la verdad… - Dije con algo de resignación - ¿Y tú qué, aún sigues con él? - ¿Con quién? – Contestó sorprendida – ¿Con el chico aquel? Sí, supongo¡Qué va! No sé como pude estar con ese tipo. Lo dejé hace ya bastante tiempo, me parece que poco después de que tú te fueras… - ¿Qué pasó?Nada. Me di cuenta de que no le quería. Lo cierto, si te he de ser sincera, siempre he estado enamorada de un chico y aun estando con él, mi corazón seguía queriendo al otro…

Tragué saliva. No sabía muy bien porqué pero esas palabras habían calado muy hondo en mi, tanto que hasta resquebrajaron la muralla que había alrededor de mi corazón. Aquellas palabras hicieron que, por un pequeño instante una luz cálida y esperanzadora brillase dentro de mí. A pesar de esto preferí cambiar de tema.

Continuamos cenando y después seguimos hablando, durante toda la noche. Al final no hice apenas nada del trabajo que había ido a hacer, pero era agradable volver a encontrar viejos amigos, y más si eran como ella.

A la mañana siguiente me levanté pronto, fui a correr y después volví a ir a la biblioteca a ver si avanzaba mi trabajo, pero inexplicablemente ella apareció por allí. Nos sentamos en la misma mesa, cada uno con lo suyo. Cuando rondaban las doce del mediodía decidimos salir fuera para descansar un poco y hablamos.

Hablaba y hablaba y parecía no cansarse. Me contaba infinidad de cosas que en cierto modo no me llegaban a interesar pero la escuchaba con gusto. Yo era una persona de pocas palabras y cuanto más hablase ella menos hablaba yo. Pero tras un largo discurso al que yo no había prestado mucha atención, cuando más expuesto estaba, ella, como si se hubiese percatado de mi “momento de flaqueza”, cambió su tono de voz y me preguntó que si no me importaría ir a cenar con ella, en plan serio, la noche siguiente. Algo desconcertado asentí con la cabeza y le sonreí.

En un momento, un camino de luces de colores empezaba a iluminar mi vida. No sabía ni como ni porque pero las cosas cambiaban constantemente en mi vida y este era uno de esos cambios que me gustaban.

Así es como llegué a donde estoy ahora, a siete minutos de la hora acordada en el sitio acordado, esperando bajo la luz de una farola y nervioso a más no poder.

No sabía si de verdad era cierto, pero estaba casi convencido de que me había vuelto a enamorar de ella. El muro que tanto trabajo me había costado construir años atrás se había derrumbado en dos días. Implacable y lleno de esperanzas; y nervios. Miraba, a un lado, al otro, hacia atrás. Guardaba las manos en los bolsillos, las sacaba y cruzaba los brazos… hasta que a lo lejos, en una encrucijada pude ver un coche que se detenía para dejar a alguien en la acera. Era ella. Seguía la trayectoria del coche con la mirada, desde la lejanía hasta que se detuvo. Entonces pude ver mejor el interior del coche. Ella y otro y lo inevitable. Antes de bajar se besaron, pero no un beso de despedida de amigos, no. Un beso de verdad, y por si no había sido suficiente, repitieron la escena para deleite de su espectador lejano, yo.

Un escalofrío muy incomodo recorrió mi espalda de arriba abajo y mi corazón dio un vuelco. Todas mis esperanzas, mis ilusiones, todo, roto en el suelo, yaciendo en un charco de sangre imaginaria. Aun faltaban dos minutos para la hora acordada y a ella aun le faltaban un par de calles para llegar, pero me fui, huí.

Corrí y corrí hasta que no pude más, tan solo quería irme lejos. Cuando mis piernas no pudieron más me senté en un banco. Había llegado a un parque a las afueras de la ciudad, a un pequeño parque alejado de la mano de dios. No sabía si llorar, enfadarme, entristecerme o sentirme mal. Era todo tan confuso, tan difícilmente retorcido que mis sentimientos se juntaban y separaban sin parar.

Al poco de estar allí, cuando ya había recuperado el aliento, mi móvil empezó a sonar; era ella. Su nombre brillaba en la pantalla y, en un ataque de ira, alcé el brazo y tiré el móvil contra el suelo, con tanta fuerza que se rompió completamente.

Estaba cabreado, triste y asquerosamente solo.

Dos horas más tarde, cuando deberían ser las doce o doce y media de la noche, llegué a su casa. Piqué y su voz, a través del interfono, volvió a golpearme:

- ¿Sí?Soy yo - ¿Dónde estabas? – Contestó molesta – Me vuelvo a Oriente - ¿¡Qué!?Me has vuelto a romper el corazón, y me voy. Siento haberte dejado plantada antes¡Espera, espera, que bajo!

Dicho esto me fui. No quería que me viera, ni tampoco quería verla yo. Cuando llegué a casa debería llevar una cara horrible, porque mi madre siquiera me preguntó. Comprendió enseguida que algo, no muy bueno, había pasado. Le conté, pero, que a la mañana siguiente me volvería a marchar, pero que volvería a menudo para verla. Mi madre nunca había aceptado muchas de las ideas que salían de mi cabeza, pero esta vez no me reprochó nada. Me dijo que me fuera, que me iría bien; que yo necesitaba estar solo y que cuando volví, meses atrás, lo hice con una sonrisa en la boca. Me pidió que cuando volviese lo hiciera de la misma manera.

A la mañana siguiente volví a partir dejando todo mi pasado nuevamente atrás.

Pues espero que os haya gustado, aunque sea un poco flojo. No ando muy lúcido últimamente, no son buenos tiempos en mi vida. Ale ale, que ya queda poco.
Esto... friki, que esta es la historia que tu decidiste las pautas, eh! ;D

sábado, 21 de abril de 2007

Tuyo y mío

Entre ellos dos había dos clases, una distancia física que era suficientemente grande para mantenerlos alejados el uno del otro a ojos de todo el mundo, pero para ellos no era más que cuatro paredes insignificantes. Ninguno de los dos hacía nada que les gustase en sus respectivas aulas. Él, lengua; ella, matemáticas. Sesenta fatídicos minutos que se le hacían (al menos a él) mucho más llevaderos con el simple hecho de saber que ella estaba cerca. Quizás no tanto como quisiera pero lo suficiente; había estado con ella, la había visto, sus ojos, un abrazo, un simbólico mordisco, y dos…

Pero ahora estaba en clase, escuchando la voz en cierto modo irritante de la profesora. Miraba como fuera el sol empezaba a salir tímidamente, relajado por una fina capa de neblina.

Suspiró. El tiempo pasaba asquerosamente lento y la molesta voz de fondo no cesaba. Algún que otro momento él dejaba el bolígrafo y se rascaba la cabeza y volvía a lo suyo después de echar un vistazo al resto de la clase.

El compañero se le dormía y él empezaba a aceptar la misma idea. Daría lo que fuera por estar con ella; cualquier clase, fuese la que fuese, no se haría nada pesada si ella estaba cerca. Inevitablemente eso no podía ser, así que perdió su mirada y se fue. ¿A dónde? A su mundo.

Poco a poco todo empezó como a nublarse hasta que se perdió del todo. Como si se despertase de un largo y plácido sueño, abrió los ojos. La luz anaranjada de un gran sol que se ponía en el horizonte brillaba a los bajos de un cielo azul cristalino, fuerte, pero sobretodo precioso. Era como sus ojos. Y entonces sonrió. Había llegado, estaba en su mundo, aquel mundo que él mismo había creado.

Poco a poco se acopló. Estaba tumbado sobre una cama en el centro de una habitación bañada del color blanco que desprendía el mármol del que estaban hechos tanto paredes como techo y suelo. Pese a la sensación de frío que transmitía cada baldosa, cada trocito de blanco desprendía una agradable calidez. Se levantó y caminó. Salió de esa habitación hasta llegar a un gran balcón que era tan grande que parecía fundirse con el horizonte, pero en realidad no era mucho más grande que la habitación que había dejado atrás. Paradójico, pero cierto.

Afuera el color anaranjado del gran sol seguía fundiéndose con el magnifico azul del cielo. Era un espectáculo precioso y eterno. Allí, en aquel mundo, el sol y la luna, el día y la noche siempre estaban juntos. ¿Por qué? Porque él lo quiso así. Porque ella y él eran tan diferentes como el sol y la luna, como el cielo y la tierra, y en aquel lugar podían estar juntos.

Una leve brisa e hizo bailar un poco los finos ropajes blancos que llevaba. Y volvió a sonreír. Cerró los ojos, elevó su cabeza y poco a poco sus pies empezaron a despegarse de aquella terraza de mármol blanco. Se elevaba sobre una construcción de color marfil que lentamente empezaba a hacerse cada vez más pequeña entre una gran masa de verde. Pero no un verde salvaje y oscuro, no. Era un bosque verde, de vida, tranquilo y suave.

Cuando abrió los ojos ya volaba por los cielos y volaba como a él le gustaba, sin alas, tan solo con su propio deseo de hacerlo. Allí, en aquel mundo, los peces surcaban los cielos al igual que lo hacía él. Todo era tan difícilmente imposible que incluso se hacia agradable. Era un mundo tranquilo, sereno, bonito, pero sobretodo suyo; de él y de ella.

Abajo, en la tierra, en los bosques y las llanuras, los animales vivían plácidamente y de vez en cuando alzaban la cabeza para observar a su soberano, a su creador, empapándose del azul que él mismo había pintado. Y arriba, el soberano iba en busca de su reina. Toda la hermosura de la que rebosaba aquel mundo, toda su belleza, toda su paz, toda su calma, todo, no sería nada si ella no existiese.

Y finalmente llegó. Sobre el mar y las nubes en una tierra de luz y vida compuesta por nubes se encontraba ella. La soberana de los cielos, la reina del rey. El chico bajó. Sus pies descalzos aterrizaron suavemente justo delante de ella. No había palabras, no eran necesarias. Tan solo se escuchaba el murmullo de la placida vida que se llevaba allí debajo de ellos. Se miraban. Sus ojos marrones, llenos de fuerza y perdidos, buscaban una forma de fundirse con la mirada azul de ella, la mirada que dio color a todo aquello que había en aquel mundo. Y se dieron la mano y tiernamente se sonrieron. Y el mundo rebosaba calidez; y llovía y hacia sol. Todo lo imposible sucedía cuando los dos se encontraban allí arriba. Y cuando el principiante artista tomaba a la reina e intentaba darle todo lo que se merecía todo empezaba a deshacerse. Como si de arena se tratase, ella se deshizo en sus brazos, el cielo empezó a oscurecerse, las nubes empezaron a diluirse y él, inevitablemente, se precipitaba a un inmenso vacío. Y cuando la oscuridad lo había engullido volvía a abrir los ojos y veía que estaba en clase, igual que antes. Y veía que su compañero seguía durmiendo, y la voz irritante de la profesora seguía explicando, y que la hoja que estaba escribiendo ya estaba terminada, al igual que unas cuantas hojas más. Y sonreía, porque aunque solo hubiese pasado un segundo, para él era suficiente. Porque él tenía algo que los demás no tenían. Quizás un don, quizás una locura que le carcomía la cabeza, ¿quién sabe?


Porque tenemos algo de los dos y de nadie más.
*Para la misma personita muy especial de antes.

martes, 17 de abril de 2007

Setecientas palabras ¿bonitas?

Supongo que te habrás percatado pero vuelve a hacer sol, y si no pues ya te lo digo yo. Y en verdad hacía falta. Bueno, falta, falta, pues no, pero es agradable poder estar de nuevo en manga corta. Tras una temporada un poco tristona donde un día llovía y al otro también, hoy hace sol. Se respiran aires de verano, de esos que tanto esperamos durante todo el invierno. Pero lo más importante para mí es que se respiran aires de pasado. Vestigios de una época algo olvidada que traen a mi mente recuerdos. Imposible, por tanto, no recordar en un día como hoy, aquellos días de mayo en que empezamos a conocernos.

Calor, un banco de piedra a la sombra inexplicablemente vacío, la soledad de un niño de dieciséis años, la mirada, algo recelosa quizás, de algunas personas y la alegre curiosidad de una chica con unos bonitos ojos azules. Recuerdos. Cierro los ojos y recuerdo. Cerca de doce meses nos separan de aquella escena, de aquellos minutos compartidos en los bancos de piedra de un colegio un poco “pché”. ¿Quién iba a decirles a aquellas dos personas que acabarían siendo lo que eran?

Él, un tipo callado, aparentemente serio, mal peinado y vestido, podría decirse que tuvo la suerte de su vida. En aquel entonces no era más que un niño que jugaba a ser una especie de dios o rey. Y el tiempo le ha dado la razón. Hoy, once meses y pico más tarde, algo más maduro y crecido por dentro, entregado en cuerpo y alma a su mujer, se ha convertido en soberano de un mundo que él mismo creo y le ofreció.

Ella, de entre todas la más guapa. Era imposible verla y sentirte indiferente. Tenía unos ojos preciosos, azules, muy azules, la envidia del mismísimo cielo. Y a él eso le fascinaba. Toda ella rebosaba un “no se qué” que despertaba su curiosidad. Mirada majestuosa, andar peculiar y pelo claro recogido. Quizás por eso, de entre todas, él se fijó en ella. Ella, de sonrisa alegre, dulce y de una tranquilidad muy agitada, le conoció. Él empezó todo.

Desde su propia experiencia él narra lo sucedido con una sonrisa de oreja a oreja. Ambos son soberanos y reyes absolutos de su mundo. Capaces de todo, se sientan a no hacer nada, pues son conscientes de lo privilegiados que son, de que en cualquier momento pueden evadirse del mundo real y pueden postrarse el uno delante del otro y decírselo todo con una mirada. Porque la verdad es, como él bien dijo, que las palabras más bellas se esconden tras los silencios, y él de estar callado sabía mucho.

Mirar y callar. Mirar, callar y recordar. Cuántas cosas han pasado, piensa él. Ni su privilegiada mente (según la opinión popular) es capaz de recordar con certeza todo lo ocurrido. Cafés, comidas, cenas, incluso compras (algo que él detestaba). Recuerda con alegría y mirada perdida todos aquellos momentos en que llenó su vida. Pero más que vivir en el pasado, prefiere el presente, pues es afortunado como el que más. Nadie nadie apostaba nada por ellos. Las diferencias existenciales que existían entre ellos el día que se conocieron pasaron a convertirse en una gran afinidad. Se avienen, o al menos eso piensa él. Uno le da al otro lo que le falta, un toma y daca tierno como el que más.

Y él me confesó que quería escribirle las palabras más bellas, pero que sinceramente no creía haberlo logrado. Él me confesó muchas cosas, cosas que nadie más que él y yo sabemos. Y aunque su confianza en él mismo es tan grande como los mares y los cielos, su miedo a perderla a ella y todo lo que ellos comparten le hace sentirse débil como él que más. Aun así su mirada sigue estando perdida y su rostro impasible.

Tiene tiempo, pero, para suspirar, rascarse la barbilla y confesar tras media sonrisa: “Soy el hombre más afortunado del mundo. Un abrazo, hundirse en su mirada y recibir una sonrisa. Dime, ¿acaso hay algo más grande que eso?”

Por eso, hoy que hace sol, recuerdo el día en que tu y yo nos conocimos.


*Para una personita muy especial.
Aprovecho para decir que no habrá ella y yo" hasta, por lo menos, mayo. Lo siento pero las circunstancias son las circunstancias. Aun así, igual me inspiro y escribo algo. Quién sabe...
Gracias a todos.

lunes, 16 de abril de 2007

...nunca sabes como acabará la cosa

~Capítulo Decimocuarto de "Ella y Yo"

Un nuevo jueves amanecía en mi vida y como otro jueves cualquiera pues tenía que ir a clase. Lo cierto es que me resultaba bastante problemático todo el rollo ese de madrugar, ir a clase, hacer deberes (aunque no los hacia) y demás cosas que en principio me veía obligado a hacer. De todos modos intentaba llevarlo lo mejor que podía. Las clases las pasaba a mi bola. Tenía la suerte o la desgracia de, aun no atender mucho en clase se me quedaba todo y luego, uno, o si era preciso dos, días antes del examen, con que me lo mirase ya iba bien servido. Así que me podía permitir el lujo de hacer mis cosas.

Aquel jueves por suerte se me pasó rápido. Recuerdo que no hacía sol pero tampoco estaba totalmente nublado, el ambiente era agradable. Pero lo mejor de todo es que había quedado con ella.

El timbre que daba por finalizada la clase de Física, que era la última que me tocaba aquel día, sonó a su hora y saliendo de la clase me la encontré.

- Bueno, ¿voy a saber ya dónde me llevas? No todavíaLo cierto es que podrías decírmelo. Porque no se si me va a gustar, así que estoy pensando en quedarme en casa… - ¿¡Cómo!? ¿Es qué no confías en mí?No es eso… - Anda, calla y no digas más tonterías que me tienes contenta…

Salimos del colegio y como ella dijo dejamos las cosas en mi casa y nos fuimos hacia la capital. Desde antes del verano, desde aquel día que me llevó a comprar, no habíamos vuelto a ir a la capital. Recordaba lo bien que lo había pasado aquel día y esperaba repetir la misma suerte.

El tren, aunque no era hora punta ni fin de semana, iba bastante concurrido pero por suerte encontramos dos sitios libres dónde pudimos sentarnos. Estuvimos hablando un rato durante el trayecto hasta que por fin llegamos a la capital. Yo por aquellas horas ya tenía mucha hambre así que paramos a comer algo. Cuando terminamos le volví a preguntar que si me diría de una vez donde me llevaba y sin decir nada, me cogió del brazo y me arrastró. Caminaba anclado a su brazo, detrás de ella sin decir nada, sorteando personas que iban y venían por las calles de la ciudad. Tras un pequeño trayecto se paró y me pidió que cerrara los ojos. Aunque no me apetecía mucho ya que me parecía que haría bastante el tonto, lo hice. Cerré los ojos, caminé unos cuantos pasos cogido a ella y cuando nos detuvimos pude abrirlos y me quedé algo sorprendido. Alcé la vista para leer las letras verdes del cartel que había sobre la puerta pero no llegué a leer bien el nombre. Aun así me sonaba; lo cierto es que había oído hablar de aquel sitio, una cadena de tiendas que ofrecían muy buen café de forma bastante rápida, además de ofrecer un espacio dónde tomarlo tranquilamente. Sinceramente no creo que hubiese sitio mejor dónde llevarme. Yo, un cafeinómano hecho y derecho encontraba aquel lugar un pequeño paraíso. Además, si tenías suerte y no estaba muy lleno podías sentarte en los sillones y, como se suele decir, “apalancarte muy a gusto”. Y así lo hicimos, nos pedimos un par de cafés y nos sentamos en unas butacas que había libres. Qué bien que estaba. Un café buenísimo, una compañía estupenda y un sitio perfecto donde relajarse.

- Me parece que no será la última vez que venga por aquí… - Claro que no. Tenemos que venir muchas veces másAparte de eso. Yo me refería a que me vendré aquí cuando no tenga nada importante que hacer. Me traeré una de mis libretas y me pondré a escribir Ah… - Pero siempre será mejor si vienes túPues eso, tenemos que volver, ehTenlo por seguro

Y estuvimos sentados durante tanto tiempo que hasta nos podríamos haber aburrido. Durante la mayoría del tiempo no decíamos nada. Yo, que soy hombre de pocas palabras, pensaba y la miraba. Podría pasarme horas y horas mirándola que jamás me cansaría. A veces me devolvía la mirada y, posiblemente algo molesta, me preguntaba que qué pasaba pero yo me dedicaba a negar con la cabeza como diciendo que no pasaba nada y cada uno seguía con lo suyo.

Salimos de allí cuando empezaba a oscurecer. En la calle de la ciudad la gente iba y venía de una forma tan despreocupada que a veces llegaba a irritarme. Pasaban, te empujaban y no te decían nada. Me entraban ganas de rebotarme pero resultaría demasiado problemático así que lo dejaba en un mero pensamiento.

Caminábamos aparentemente de una forma tranquila, pero dentro de mí algo me pedía crear un pequeño vínculo físico que me uniera a ella. De reojo busqué su mano y cuando la tuve localizada hice que mis dedos se encontraran con los suyos. Ella giró su cara hacia mí y yo no sabía como reaccionar, así que me limité a perfilar una torpe sonrisa con los labios. Pareció no importarle porque volvió a mirar al frente y estrechó con cariño su mano contra la mía.

Qué calidez, qué sensación tan agradable. Era lo único que podía recordar aquella noche. Me miraba la mano como si fuese un tesoro y cerraba el puño con fuerza intentando evitar que la poca presencia suya que quedaba entre mis dedos no escapase.

Fueron, sin duda, unos días muy felices. Volvimos a ir a aquel lugar varias veces y quedamos para comer otras cuantas veces, hasta incluso quedamos para estudiar, que aunque no hicimos mucho, lo pasamos bien. Era realmente fantástico pasar los días junto a ella. Era como tener una hermana a la que puedes querer como una mujer. Era tan fantástico que perdí la noción del tiempo y noviembre se me echó encima sin apenas darme cuenta.


Bueno, la verdad, no sé porque pero actualizo y en consecuencia me pongo un poco en jaque, pues me quedo sin capítulos de reserva en la recamara xD. Respecto a mi vida fuera del blog como escritor aficionado, me esperan un par de semanas un poco "moviditas" así que pido un poco de paciencia a aquellas personitas que se pasan por aquí, leen y comentan, porque yo lo mal que escribo, me gusta escribirlo bien. Y si queréis que os sea sincero, no tengo ni idea de lo que pasará en el próximo capítulo, pa' dejaros con más intriga. Y creo que no me dejo nada más, a parte de los típicos gracias y demás que suelo decir. Pues eso, por vosotros va!

PD: Vuelvo a pedir disculpas por fallos en la edición...

PD2: mR.a! pasó a ser mariT. Cap problema, oi? =D

lunes, 9 de abril de 2007

Empieza con buen pie que...

~Capítulo Decimotercero de "Ella y Yo"

El viento parecía soplar a favor, las cosas en mi vida estaban saliendo mejor que nunca. Llevábamos ya dos semanas y un poco más de clases y tenía aún presentes todas esas promesas del tipo “este año estudio” o “este año hago los deberes” que te haces cada vez que empiezas un curso y que luego finalmente nunca cumples, pero bueno. Las clases, por lo general, iban bien. No tenía excesiva faena así que las tardes se me quedaban bastante libres. Normalmente aprovechaba aquellas tardes en las que aún hacía buen tiempo para dibujar o para escribir pero este año la tenía a ella. Era realmente fascinante, la quería mucho y en el fondo creía que ella también me quería a mí. Aunque esto no fuese cierto, me daba igual. Mi relación con ella era cada día más estrecha, más íntima. Si no éramos novios, éramos más que “más que amigos”, y eso ya me bastaba.

Y finalmente tenía el gimnasio. Eso sí que fue un gran descubrimiento. Me encantaba ir allí a entrenar o a hacer cualquier cosa. Al final terminé por apuntarme a Taekwondo, eran menos llaves y más patadas y yo tenía más facilidad en usar las piernas que las manos. Aun esto no dejé de ver a aquellos dos chicos del primer día. Cada día que iba me los encontraba allí. Uno de ellos también hacía Taekwondo aunque ahora se estaba decantando más por el Hapkido. De todos modos quedábamos algún que otro día, nos poníamos los guantes y un bucal y nos peleábamos como la primera vez. Eso sí qué era grande.

Llegado a este punto podía sentirme satisfecho de llevar la vida que estaba llevando. Podía decir que sentía la dulzura de la miel en mi boca.

[…]

- ¿Sabes? He encontrado un lugar que estoy segura que te encantará - ¿A sí? ¿Qué lugar es?Es una sorpresa. Mañana, cuando salgamos de clase, dejamos las cosas en tu casa, vamos a comer y te llevo allí ¿vale?Uhm… está bien

Era un miércoles de mediados de octubre por la tarde en que salíamos de clase cuando ella me dijo esto. Cuando acabamos de quedar para el día siguiente nos despedimos y nos fuimos cada uno hacia nuestra casa.

Andaba por la calle con la mochila a la espalda, la chaqueta medio desabrochada y mirando hacia el frente pero sin fijarme en nada en concreto. Sencillamente pensaba, estaba intentando adivinar que sitio era aquel al que me llevaría al día siguiente; pero no se me ocurría nada. Cuando llegué por fin a casa, subí las escaleritas de aluminio oscuro, abrí la puerta haciéndola rechinar y una vez dentro de la habitación, tiré la mochila al suelo y me eché sobre la cama. Las seis menos diez de la tarde. Tenía faena por hacer, unos pocos deberes de matemáticas y otros pocos de lengua, pero no me apetecía hacerlos. Aquellas promesas que me había hecho a principio de curso, como cada año, empezaban a perder su autoridad. Supongo que inevitablemente yo soy así.

Como no tenía “nada” que hacer hasta las ocho, hora en que empezaba a entrenar, me puse a escribir. Lo cierto es que cogí el boli y hojas blancas pero al principio no se me ocurría nada. Sostenía el bolígrafo de tinta roja, porque yo escribía en color rojo, entre mis dedos, haciéndolo bailar con bastante gracia; el colegio me había dado mucha práctica. Tras un rato dándole vueltas al boli se me apareció la musa y yo hice el resto. Deslizaba el boli suavemente mientras transcribía la historia que mi mente estaba imaginando. El protagonista de mi historia era un tipo de diecisiete años que vivía medio recluido en su habitación, era un artista y pensaba muy profundo, pero vivía atormentado por sus amores. Ya ves tú que personaje para una historia. Al principio no acababa de gustarme pero a medida que iba empezando otra hoja me enganchaba más y más.

Con la tontería se me fue la hora y no me di cuenta de que tan solo faltaban doce minutos para las ocho. Ya podía darme prisa si no quería llegar tarde. Por suerte tenía el gimnasio relativamente cerca de casa pero no me gustaba llegar tarde. Prefería tener que esperar que hacer esperar a la gente.

Llegué al gimnasio, me cambié, hice la clase, me duché y volví para casa. Tres calles más o menos separaban el gimnasio de mi casa pero se me hacían eternas. Por aquella época entrenábamos para competir. Yo, según el entrenador, tenía talento pero acababa de empezar y no me podía sacar a competir. De todos modos me entrenaba para ello. Por eso terminaba tan agotado que aquellas tres calles que tenía que recorrer se me hacían larguísimas.

Cuando llegué a casa cené bastante poco porque estaba tan cansado que se me quitaba el hambre y me volví para arriba, tenía algo importante que continuar, mi historia. Cogí el boli rojo de nuevo y seguí escribiendo. La gente me hablaba por el ordenador pero la verdad es que no les hacía mucho caso. Escribía y me sentía bien y no quería dejar de hacerlo, pero el sueño me pudo. Los ojos empezaban a cerrárseme y la mano me dolía así que lo dejé por aquella noche. Abrí un cajón de la mesita que tenía al lado y guardé las hojas que ya había escrito y unas cuantas más con notas y demás ideas para continuar la historia.

Faltaba aun media hora para las doce y la malgasté hablando un rato por el ordenador. Lo cierto es que no eran conversaciones muy interesantes pero servían para pasar el rato. Cuando fueron las doce apagué, me lavé los dientes y me metí en la cama. Los números verdes del despertador desprendían una tenue luz que bañaba aquello que tenía a su alrededor. En aquellos instantes entre que me metía en la cama y me dormía me ponía a pensar. Normalmente pensaba en cualquier cosa que pudiese influir en mí día a día, pero en aquella época que me parecía haber encontrado algo parecido a la felicidad no tenía otro tema en mente que no fuese ella.


Bueno, esto se acaba, la Semana Santa se termina ya hoy y mañana volvemos a nuestra esperadísima y querida rutina de estudiante, pché. Ésto signigica que mi tiempo para inspirarme, escribir y publicar, entre otros, se reduce considerablemente. Así que he decidido publicaros un capítulo nuevo de "Ella y Yo" para "conmemorar" este día. Pido perdón, de todos modos, por "lo mal publicado que pueda estar publicado" el capítulo, pero es que el maldito Word y el asqueroso editor de Blogger no me entienden y me dan mil problemas. Y nada, que espero que os guste, aunque sea un capítulo un poco "flojo" de historia.
Y bien, gracias a todos por pasaros y por comentar (Que si lo haceis, aparte de hacerme sumamente feliz, tenéis que marcar la opción de "Otros" o "Anónimo" para poder comentar que si no, como no tenéis cuenta blogger, no os dejará). Ale, ale, gracias a todos y por todo.

viernes, 6 de abril de 2007

~Y reiremos

Y dime de que presumes y te diré de qué careces. Y dime pues que presumes de estar solo y te recordaré que te faltan amigos. Y me reiré de ti y en esa risa no encontrarás nada, ni pena, ni compasión, nada. Tan solo te sentirás avergonzado e incluso llegarás a odiarme. Y seguiré riéndome de ti y me reiré hasta tal punto que tengas ganas de pelearte conmigo. Y cuando vengas a pegarme me reiré aun más fuerte y entre carcajada y carcajada te preguntaré que de qué te servirá pegarme. ¿Te sentirás mejor? No vas a matarme, ambos lo sabemos, pues ¿de qué te servirá? Y entonces te hundirás y yo dejaré de reír. Caerás inevitablemente en un charco de lodo y yo me sentaré a tu lado, pasaré mi brazo por tus espaldas y te diré “Bienvenido a mi mundo”

Y seguirás estando solo y te diré que te aferres a la vida, que luches por tu vida y tan solo por tu vida, que los demás no harán nada por ti y que “Dios es un ser muy cruel que cuando tengas algo te quitará un poco y cuando no tengas nada se reirá de ti”. Y asentirás con la cabeza intentando aguantar ese dolor que se crea dentro de ti. Un dolor angustioso, más molesto incluso que mi risa. Y entonces nos separaremos y nos diremos adiós y no volveremos a vernos nunca. Y cada uno seguirá su camino y pisará fuerte por allá donde vaya. Y reirá, se reirá del mundo, de aquellos que le rodean, se reirá incluso de su propia desgracia. Cuando tenga que llorar, reirá. Y los demás pensarán que estás loco pero tú seguirás riendo de esa forma tan enfermiza.

Y pasarán los años y te habrás vuelto todo un hombre. Y habrás dejado de reír y te habrás enfrentado a tus problemas e incluso te habrás olvidado de mí. Y cuando creas que esto haya pasado, desde el otro lado del lodo del que creías haber escapado, oirás mi risa. Y te entrará el miedo de nuevo y te darás cuenta de que aún sigues igual de hundido que siempre e inevitablemente reirás conmigo. Y juntos nos haremos fuerte riendo y lucharemos por lo que de verdad nos importa y nos dará igual todo lo demás. Y reiremos. Y nos daremos cuenta de lo desgraciados que fuimos de pequeños por haber estado solos y de lo desgraciados que somos por seguir estándolo y que seguramente siempre estemos solos. Y viviremos separados del resto del mundo por ese mar de lodo que se alzaba sobre de nosotros. Y reiremos y lo haremos juntos y nos reiremos del mundo. Y estaremos tristes y seguiremos riéndonos. Y nuestra cara será asquerosamente inexpresiva y nuestra cara será asquerosamente seria y seguiremos riéndonos. Y estaremos solos y nos reiremos del mundo.


Bueno, vuelvo un poco a aquella época en que escribía sobre “Yo y mi yo y mis cosas y mi mundo”. No es que sea lo más agradable de leer pero es lo que escribo y, mira, es lo que hay.
Como entonces, está escrito tal cual, sin correcciones previas, ni “relecturas” ni nada de eso así que si veis algo que no cuadra o que simplemente no tiene sentido es porque así lo pensé. Yo soy así =D.
Y nada, quisiera agradecer a todos aquellos que os pasáis por aquí y leéis y sobretodo a los que comentáis que es, posiblemente aquello que más me mueve a volver a publicar en el blog.
Así que gracias gracias a todos vosotros y que espero que os guste.

Para más información contacten con mR.a! por msn =D

PD. La frase en cursiva no es mía. Idea original de mi hermano Ori que podeís encontrar en Lágrimas de la Diosa. Saludos


lunes, 2 de abril de 2007

~Sentimientos

Alegría es ganar un combate. Éxtasis es pelear siempre. Rabia es fallar una patada. Admiración es pelear con un campeón. Satisfacción es ganarle. Honradez es perder y reconocer tu derrota. Frustración es perder un campeonato. Cansancio es entrenar hasta que no te sostienes en pie. Envidia es algo que no necesitas. Placer es disfrutar peleando. Respeto es ganar y no vanagloriarse. Orgullo es afán de mejorar. Tristeza es lesionarse. Felicidad es colgarte una medalla. Dolor es perder la fe en ti. Unión es sentir el apoyo de tu coach. Llorar es perder aun habiendo peleado bien. Fe es creerte invencible. Espíritu es serlo. Velocidad es volar encima del tatami. Desesperación es lo que debe sentir tu rival. Pánico son diez segundos .Fuerza es KO y Ser Fuerte es no tener precio. Indiferencia es rojo o azul. Pena es retirarse por lesión. Talento es inventar una patada imposible. Prohibición es perder. Obligación es disfrutar. Mente es no dejarte engañar por las apariencias. Amor es sentir el color de tu cinturón. Solidaridad es entrenar con tus compañeros. Entusiasmo es empezar a entrenar media hora antes. Esfuerzo es quedarte media hora más. Sentir es vivir. Vivir es Taekwondo.

Vive para pelear y pelea para disfrutar. Siente el color de tu cinturón y siente tus propias patadas como los latidos de tu corazón. Pues los "Danes" no se miden con las rayas de tu cinturón. Los "danes" están en las piernas, los "danes" son tu fuerza y la muestra de tu talento. Pega patadas hasta que te eleves por encima del tatami. Vuela y corta el viento con una patada. Disfruta de esas décimas segundo infinitas y remóntate. Reinventa tu estilo y haz de él un aire. Entrena, pega hasta que no puedas mantenerte en pie, entrena hasta que te sangren los pies si hace falta. Tu afán, tu espíritu, tu corazón, ese amor que tu sientes y que nadie entiende, hazlo posible.

Porque pocos me entienden. Porque yo hago lo que siento. Porque pelear es mi vida. Porque el Taekwondo es mi pasión y pelearé hasta el fin.


¿Queda claro? =D Dedicado especialmente a nadie y a todas aquellas personas que pueden entender estas cuatro líneas mal escritas, a todas aquellas que disfrutan peleando y que les da igual ser tachados de locos e incomprendidos.

En fin gracias por pasaros y hacer de esto lo que es. Saludos a todos.

Nota: Un Dan es cada una de las "graduaciones" que tienen los cinturones negros. A mayor Dan mayor nivel. En Taekwondo hay 9 Danes.

domingo, 1 de abril de 2007

Una nueva etapa

~Capítulo duodécimo de "Ella y Yo"

Por la mañana me desperté antes de que sonara el despertador, un cuarto de hora antes, pero me quedé en la cama. Miraba por las rejillas de la persiana como el sol intentaba filtrarse para llenar de claridad la tranquila oscuridad que había en mi habitación. Me desperté muy descansado, hacía bastante tiempo que no dormía tan bien. Salí a la terraza con un pantalón y una camiseta de manga corta y me estiré. Un nuevo día empezaba y con él un nuevo curso, una nueva vida y un nuevo descubrimiento en mi vida. Me vestí, me hice un zumo, me comí un par de galletas, me tomé un café y me lavé los dientes y la cara. Cogí la mochila y puse rumbo al colegio. Faltaban aun cinco minutos para que abrieran la puerta cuando llegué allí pero ya había gente esperando. Me junté con unos amigos hasta que abrieron la puerta y subimos.

Las tres primeras horas no se me hicieron especialmente pesadas. Luego, cuando sonó el timbre y bajamos al patio la vi. Iba con el pelo recogido, con unos tejanos de esos tan “suyos” y una camiseta a rayas. Pareció como si hubiese notado mi presencia a la lejos, mirándola, porque giró la cabeza hacia mí y clavó esos ojos azules tan bonitos que tenía sobre mi persona. La verdad es que me sentía bastante incomodo, pensé en mirar hacia otro lugar o simplemente ir a otro sitio donde no me viera, pero fui hacia ella. Cuando estuve lo suficientemente cerca pasé mi brazo por encima de sus hombros y la miré algo indeciso, no sabía si hacía bien o no. Ella contesto a esto con una sonrisa.

- ¿Qué pasa chica, como estás?Bien, bien. ¿Tú qué?Voy haciendo. Llevamos tan solo tres horas y empiezo a cansarme de esto, pero bueno, aguantaréSí, es que es muy aburrido… - Oye - ¿Qué?Que siento haber estado algo estúpido últimamente contigo. Me gustaría que no me lo tuvieses en cuenta… - Qué tonto que eres

Nos sonreímos mientras nos mirábamos a los ojos. Primero lo hice con algo de recelo pero había algo que me decía que en esa mirada y en esa sonrisa que ella me estaba regalando había una pequeña muestra de cariño. Pasé el resto del patio con ella y luego volvimos a subir a clase. Fue entonces cuando me acordé de un pequeño detalle que me fastidiaba un poco los planes. No recordaba que era miércoles y que me tocaba ir por la tarde y hasta eso de las cinco y media no saldría de allí. Llegaría, pues, un poco tarde al gimnasio. Algo asqueado hice las dos horas que tenía antes de comer y las dos horas de después de comer. Cuando por fin terminaron las clases de la tarde salí corriendo hacia mi casa, cogí una mochila con ropa cómoda y algo para poder ducharme y me fui al gimnasio.

Llegué allí, abrí la puerta, miré a ver si los veía y cuando los localicé pasé.

- Siento haberme retrasado, no me acordaba que tengo clase los miércoles por la tarde… - No pasa nada tío, pasaSí socio, si acabamos de empezar, estábamos calentandoAh, vale. Voy a cambiarme, ¿vale?Si, pasa por allí. Verás el vestuario al fondo del pasillo

Avancé hasta que llegué al vestidor. Mientras me estaba cambiando entró el chico aquel tan alto, me buscó con la mirada y me dijo:

- Espera, tenemos algo para ti. Allí, en aquel armario, ábrelo – fui, lo abrí y saqué una bolsa con ropa blanca – Hicimos un pedido de doboks y nos llegaron dos más de la cuenta. Si te va alguno bien quédatelo. Te lo regalamos - ¡Vaya, muchas gracias! De nada hombre. Pero de momento ponte mejor la camiseta. Luego ya te pondrás el dobok enteroVale

Me cambié y salí. Allí, en medio de aquel tatami estábamos tres tipos con el mismo corte de pelo, el mismo pantalón blanco y haciendo los mismos ejercicios de calentamiento. Mientras calentábamos empezamos a hablar, nos presentamos y explicamos un poco de nuestra vida. No nos dio tiempo a hacer mucho más porque las clases que se impartían en el gimnasio empezaban a las seis. Hasta las ocho, pues, no teníamos nada que hacer. Salimos a la calle a comprar algo para merendar. La gente nos miraba y en cierto modo lo entendía, los tres, más o menos, parecíamos diferentes versiones de una misma persona ya que aun íbamos con los pantalones aquellos blancos. Al final terminamos por ir a mi casa. Como todas aquellas personas a las que acababa llevando a mi casa, se quedaron algo impresionados. Nos metimos en la habitación y nos pusimos en el ordenador. Me empezaron a enseñar un montón de videos de Taekwondo, Hapkido y otras artes marciales. Con la tontería empezaba a hacerse la hora de volver así que nos fuimos para el gimnasio de nuevo. Recuerdo aquella clase perfectamente. Mi primera clase. Éramos nosotros tres, el entrenador y un par de chicos más. Hicimos el saludo, calentamos y empezamos a hacer ejercicios que el entrenador mandaba en coreano. Yo no entendía nada pero él y otro chico que me hacía de pareja, que era el mismo que me abrió la puerta el otro día, me ayudaban. No se me daba muy bien eso de hacer llaves y tal pero intentaba hacerlo lo mejor que podía. Cuando terminamos la clase el entrenador vino a hablar conmigo. Me dijo que me había visto ponerle interés y que eso era bueno, y que me animaba a probar el Taekwondo, que no eran tantas llaves. Después me duché, me cambié, hablé con la chica que había en la recepción para apuntarme y me fui para casa como el día anterior, con una sonrisa de oreja a oreja.

Llegué a casa y le conté a mi madre todo lo que había aprendido y todo lo que había hecho. No parecía interesarle mucho pero hacía por escucharme. Cené y me subí para mi habitación. Nuevamente estaba cansado pero esta vez tenía un asunto más importante que tratar. Con las prisas no me había dado cuenta de que no había cogido el móvil que se me cayó encima de la cama. Lo cogí sin echarle mucha importancia pero me fijé y pude ver cuatro llamadas perdidas. Era ella. No sabía como tomármelo, si hacerle mucho caso, si pasar, irme a dormir, llamarla… al final, pero, opté por llamarla.

- ¿Si?Oye… que lo siento por no cogerte el móvil, pero es que lo dejé encima de la cama y no estaba en casa… - Oh, claro – dijo con cierta ironía – no pasa nadaLo siento, de verdadTe he dicho que no pasa nada - ¿Qué querías?Iba a ir a verte, pero como no sabía si estarías te llamé… - Lo siento, estaba ocupadoBueno… - Mañana nos vemosSí, supongoEh, reina, perdona. Este “finde” quedamos, ¿vale? – me sonrojé para mis adentros; no acababa de entender bien bien porqué lo había dicho, pero me sentí bien – Vale. Un besoVenga, hasta mañana

Colgué y me tiré encima de la cama. Estaba agotado pero eso no impedía que no pudiera pensar en ella. Realmente me fascinaba, por encima de todas las cosas la quería. Tenía dudas en todo, en el cuerpo, en la mente, hasta en el alma, pero no dudaba en que la quería.


Pues espero que sea un capítulo de agrado general para este sector de población que espera a que yo publique. Gracias Gracias a todos ellos. Hoy especial mención a "Marc" (o Marc Puto*), un tipo que no conozco apenas de nada, siquiera le he visto en persona, pero que es un pedazo de buen hombre que lo flipais. Además, hoy cumple 18 años, felicidades. Y no mucho más que añadir.

Cita del autor: "Mi vida es la historia que a nadie importa pero que todos ansian leer"

PD: 11 meses felizmente casado =D