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lunes, 6 de enero de 2014

Gracias por el regalo

No te fui sincero por completo y por ello te pido que me perdones. De hecho no espero que lo hagas, o tal vez sí; no me importa realmente, hace mucho tiempo que esas cosas dejaron de pesarme en el alma.  Esas y muchas otras cosas más. Me he escudado en mi interior, recluido en esta carcasa de carne y hueso que tantas veces desee cambiar en un pasado, dejando que todo, los golpes y los besos, las inclemencias y la dicha, golpearan en él como lo hace el mar impasible en el rompeolas. Y mientras tanto yo me he creído emperador de mi minúsculo impero infinito, me he sentido ajeno a lo que ocurría en el mundo. Lo que un día me importó hoy apenas lo recordaba. Quién un día amé ya apenas lograba arrancarme una sonrisa. Me he condenado al caprichoso regalo del aislamiento. Inmune e invulnerable. Frío y solitario. Sin sabor de felicidad ni hedor de tristeza. Vacuo, estéril, blanco, como sin ganas de vivir.

Pero a pesar de ello no lo vi venir. Ocurrió hace poco, o tal vez hace mucho ya, todos los días me parecen iguales. Me encontré de nuevo con las princesas de mis cuentos, con las sirenas de mis mares inventados que me susurraban con dulzura al oído. Acudieron a mí los fantasmas de mi pasado, los demonios que me afligieron. Las ruinas de lo que construyera, las ciudades dónde seguía creando vida. Nada de sorprendente encontré en ello, yo los llamé y ellos acudieron. El cielo era azul ceniciento y el viento soplaba medio frío en los recovecos de la ciudad. Yo fumaba cuando de pronto todo ocurrió. Dos preguntas furtivas, rápidas como el rayo, dos latigazos y dos respuestas sacudieron el baluarte dónde yo me sentía inmune. Apenas nada ocurrió, pero me dolió, más de lo que pareció, menos de lo que creí. 

Desde entonces he dormido mucho, pero no he descansado apenas. Todo seguía igual: el pasado seguía atrás, alejándose de nuevo, movido por el tiempo hasta los confines de mi memoria fragmentaria. El futuro seguía siendo tan intrascendente como siempre y el presente engendro del recuerdo del ayer y progenitor del insípido mañana. Yo cumplía con mis cometidos, sonreía cuando se esperaba que lo hiciera, callaba si no era estrictamente necesario hablar y fumaba cuando podía. Si disponía de tiempo leía, y mientras tanto mi cabeza trabajaba laboriosamente; como siempre.

Hoy he despertado, solo de nuevo. Me he lavado los dientes y de camino a la cocina me he detenido. He mirado instintivamente dónde de pequeño recordaba el árbol de navidad, guardado en su caja desde hacía ya muchos años. No había regalos para nadie. Llevé mi mano derecha hacia mi pecho y sentí mis latidos. Miré mis manos vacías luego y sonreí imperceptiblemente. Seguía pensando en aquel día y de pronto vi en mis manos en el bendito regalo del dolor. Gracias por ello. 

A veces un hombre necesita comprobar cuánto es capaz de soportar. 

martes, 10 de septiembre de 2013

El maldito Horacio

El amor es una maldición de todos, pero sobretodo de los que no decidieron amar, pues es sobre ellos sobre los que más pesa las candentes losas de su penitencia. Es aquél que jamás amó a los otros, salvo a sí mismo, queriendo y respetando a los demás sobre el que un día, dicen, cayera el embrujo del amor. Horacio, llamémosle al infortunado aojado, conoce a Ondina, llamémosla a ella, y siente de repente una convulsión en su pecho, una corriente que recorre su espalda de arriba abajo y una obnubilación general. Desde entonces ellos compartieron ese amor que Horacio, candoroso y embelesado sintió temprano como una bendición. Y nada más lejos de la verdad, todo aquel tiempo que disfrutaron de esa dicha que les fue entregada, de la suerte de convivir juntos sus días y sus noches de pasión, para Horacio aquello era lo mejor que le había ocurrido en su vida y no tardó en sentenciar: “Jamás he sido más feliz…”. Y así era. Pero en el fondo de su ser, en un pequeño recoveco de su alma había algo que añadía siempre a su regia sentencia: “… y seguramente jamás llegue a serlo”. Asumía por tanto, sin querer reconocerlo, que había alcanzado una especie de máximo de felicidad que difícilmente podría superar.
Al principio poco le preocupaba, pues Ondina le procuraba todos los placeres que él pudiera imaginar. Sabía que no era la más bella, ni la más lista, pero para él, hasta la mismísima Afrodita debería agachar la cabeza ante la belleza de su amada y la sabia Atenea buscar consejo en sus palabras.

Pasaron así los días y las semanas. Las semanas se amontonaron y tornáronse meses, los cuales se consumieron en años. Dos o tres pasaron hasta que, como suele ocurrir cuando no puedes pensar con claridad, Horacio y Ondina se dieron cuenta de que su amor se marchitaba, pero, tal vez, por miedo a acelerar su proceso, por pereza o cuál quiera que fuera el motivo (o los motivos) todo fue disolviéndose poco a poco y todo aquel amor, aquel compartir y aquella felicidad terminó.

Horacio lloró, maldijo, se enfadó, se apiadó, intentó comprender, pero el amor es un pensamiento del corazón, algo en otro nivel de raciocinio de lo que puede entender nuestro cerebro. Pasados muchos meses, buscadas muchas excusas Horacio, tras mucha batalla contra el más vil y peligroso de todos los pecados, la Pereza, y la desidia consiguió de nuevo recuperar las ganas de vivir y recogió las riendas de una vida que había maltratado y pisoteado a base de alcohol, drogas, sedentarismo e ilusiones y promesas que jamás debió hacerse. Por aquel entonces ya hacía demasiado tiempo de Ondina, ya apenas la veía, apenas sabía de ella. Al principio eso le horrorizaba, pues no sabía que era peor, si el punzante desconocimiento de su vida sin él o conocer verdades que seguramente no estaría preparado para soportar; o peor aún, mentiras que pretendían ser verdad para intentar no herirle. Piedad podrida, un espejo dónde reconocer sus debilidades y miedos. Con mucho esfuerzo consiguió dejarlas pasar y que el tiempo se las llevara mar adentro en el océano de la memoria. Poco a poco se fue despojando de aquello que no le propiciaba ningún bien, ningún beneficio e incluso ningún mal. Casi todo fue capaz de dejarlo ir, pero había algo que se resistía. Algo anclado a su alma y que seguramente solo la muerte lo libraría de ello; pues por mucho que lo intentaba había algo dentro suyo que impedía borrar las huellas de Ondina y su legado. La desazón, incluso el dolor que le propiciaba cualquier recuerdo de Ondina, por fugaz y vago que fuera, le producían un efecto similar al simple hecho de pensar en olvidar por completo a su antigua amada. Comprendió pues que esa era la condena por sus hechos, el precio que debía pagar por toda aquella felicidad gratuita de la cual disfrutó años atrás. Seguramente, en ese contrato no escrito que es el amor había una clausula en letra diminuta que advertía de este coste y que nadie, jamás, leyó. La bendición se convirtió en maleficio, aunque lo más probable, y lo que Horacio piensa, es que siempre lo fuera.

*ni me he molestado en releerlo.

lunes, 13 de mayo de 2013

#161


- M'ha vingut al cap una historia: Va d'un home que es fa mal a una cama durant una cacera. És al bell mig d'una sabana sense cap lloc on anar; la cama se li comença a engangrenar i la mort el ronda. Finalment arriba un avió de rescat i des de dalt contempla el paisatge borrós que gradualment s'allunya dels seus ulls. Veu el cim cobert de neu, resplendent, de la muntanya. La muntanya es diu... tant n'és, ara no me'n recordo. El cas es que l'home pensa: "És allà on vull anar".

- I què?

- És una història que no suporto. L'home és presoner del seu passat. És com si busqués amb tota l'ànima la prova de que és viu. Abandona. Quan ens vam conèixer em vas dir que eres un home que ja s'havia mort una vegada; no hi tornis ara.

- Va ser per una dona. Em va agradar, podria haver estat la dona de la meva vida, la meva altra meitat. El que sempre he buscat.

miércoles, 30 de enero de 2013

Pequeñas memorias de la tierra que me amó


Muchos días han pasado desde la última vez que pisara yo esas tierras; tantos que más que una cifra exacta o aproximada es tan solo un largo y vago periodo de tiempo indefinido en mi cabeza.

Aprendí con el tiempo que el exilio es una horrenda prohibición; la obligación de tomar cualquier otro camino que el que tú deseas. Y es que, aún hoy, tras haber visitado otras tierras, algunas hermosas como ángeles, otras vastas como la propia imaginación o simplemente lugares de paso, no he encontrado ninguna que me haga querer formar parte de ella. Soy un hombre sin patria, un soldado sin ejercito, un viajero que escapa buscando un lugar. Joven turista del tiempo cansado ya de la vida.

Todavía recuerdo cuando mi patria me quería, esas tierras para mí tan extensas pero que realmente no abarcaban más que la piel de una princesa. Nunca las creí de mi propiedad pero sé que me pertenecían de algún modo más allá de lo material. Recuerdo con nostalgia sus soleados días y cálidas noches, su dulce y fiera naturaleza. Yo la amaba y ella me cuidaba. Era casi perfecto. Pero un día vinieron las tormentas, la lluvia y los relámpagos. El cielo se oscureció, el verde ya no era verde. Esa tierra ya no me amaba y sopaban vientos huracanados; los cielos lloraron hasta inundarlo todo de pena y el fuego se apagó. El mensaje era claro: ya no podía permanecer más allí.

Me fui o esa tierra me desterró, lo cual es lo mismo. Ahora escribo estas cosas mientras extrañamente el sol brilla con tonos leves en el cielo de mi ya bienquerida Viena. El viento sopla y el humo se va por el camino. 
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

martes, 31 de julio de 2012

+6

Avui és un dia una mica especial. Avui mateix, sis anys enrere, vaig tenir la “genial ocurrència” d’obrir aquest petit racó. Ni molt menys començava la meva maldestra aventura literària en aquell moment, però sí que la vaig fer diferent. Durant sis anys i de manera molt més interrompuda del que m’hagués agradat he anat recorrent un camí de contes de prínceps i princeses, d’històries de llàgrimes i somriures i sobretot de molt sentiment delirant. El temps es un mentider ja que, tot i sabent que han passat tots aquests anys, encara em vol fer creure que va ser ahir quan encara era aquell noi de cabells de punxa, que escrivia en aquesta bonica llengua més sovint i tenia masses ocells al cap, si més no, ocells diferents. Tot era més fàcil llavors. Així que això no és més que un petit i auster homenatge a aquell nano de setze anys, a totes aquelles noies convertides ja avui en precioses dones, a tothom qui em va fer sentir algun cop, a tota aquella gent que va perdre uns minuts de la seva vida per llegir-me, i sobretot al aquella persona en la que m'he acabat convertint. 


martes, 24 de julio de 2012

miradas


Se suele decir que los ojos son el espejo del alma y que si sabes ver a través de ellos es entonces cuando puedes conocer realmente a una persona. Hay miradas de todo tipo y aunque muchas pueden parecer iguales todas son distintas y propias de cada persona. Es así como cada uno tenemos nuestros ojos y mirada y por eso gusto normalmente de escudriñar en los ojos de la gente. Y no es fácil porqué hay miradas y miradas. Hay gente que tiene ojos planos como sus encefalogramas o miradas vacías que no dicen nada porque no tienen nada que decir. Tal vez sea yo que no sé ver, pero los aborrezco. También hay gente con mirada, como yo la llamo, normal que hacen relativamente fácil entender cómo se sienten, pero las que realmente me apasionan son esas miradas perdidas, los ojos profundos e insondables y, por supuesto, las miradas seductoras. Me fascina caer prendido bajo esas miradas que son a la par intrigantes y divertidas, tan dulces como aterradoras.
A veces en mis sueños recuerdo a la gente y sus miradas y soy capaz de ver a través de sus ojos, que de vez en cuando me desvelan lo que algún día quise saber. Y a otra noche allí estabas tú; no sé cómo te las arreglaste para aparecer tan de repente y pensé al momento que tal vez si hubiéramos aprendido ese truco la historia ahora mismo sería distinta. Sea  como fuere, allí estabas tú. Tan delicada como fiera, pero eso sólo es un recuerdo de hace mucho tiempo, de quién yo solía conocer. Sentí tu presencia al instante, embriagándome por completo pero no pude mirarte. No quería mirar tus ojos y que me contaran lo que la verdad había hecho. Hablaste con los leves ecos que aún retumban en mi cabeza, callaste y volviste a hablar sin que yo te dijera nada. Dijiste que te mirara a los ojos y me contaste ese tipo de cosas que nunca sabes muy bien si quieres o no saber. Me entró tanto miedo que corrí tan rápido como pude. Corrí… corrí hasta que mis músculos ardían y mis venas bombeaban ácido de batería; corrí hasta que me desperté.

Desde aquella cama que no era la mía, en una habitación que tampoco era la mía podía ver a través de la ventana como ese bucólico cielo norteño plagado de estrellas empezaba a amanecer. Me incorporé angustiado pero sin saber que ese nuevo día me traía la promesa de una nueva mirada.

miércoles, 27 de junio de 2012

La última flor de primavera


No recuerdo si ésto me pasó, lo soñé o alguien me lo contó. ¿Quién sabe?

Era una noche calurosa y húmeda de un tranquilo mes de junio de un año rocambolesco que no empezó en enero y que deseaba fervientemente que terminara cuanto antes. Iba él aquella calurosa noche con las ventanillas bajadas y el aire acondicionado puesto en su coche. Estaba dando vueltas, desde hacía ya cerca de media hora, en busca de un sitio donde poder aparcar. El calor se le hacía asfixiante y le hacía sentir pesado y la humedad impregnaba su piel y se la dejaba pegajosa. Puso el intermitente a la derecha, giró, siguió recto y volvió a girar, esta vez sin señalizar la maniobra y a lo lejos lo vio: un hueco para dejar el coche. Esbozó una leve sonrisa de alivio y avanzo lentamente saboreando aquel momento de victoria. Cuando empezó a echar marcha atrás se dio cuenta de que el hueco no era precisamente grande y que había calculado mal la maniobra. Le costó más de lo previsto pero al final consiguió meter el coche en el hueco y cuando apagó el motor suspiró: << ¡Por fin! >>.
Estuvo un par de minutos en silencio, mirando hacia la nada a través de los sucios cristales, con la mente completamente en blanco. Las dos voll-damm y el porro que se había fumado antes ya empezaban a causarle estupor. Miró a su alrededor y calculó que estaba a tres calles de su casa. Refunfuñó de pereza y cogió su mochila y rebuscó en ella hasta encontrar lo que necesitaba para hacerse otro porro. Mientras, oyó el ruido de unos pasos a lo lejos y miró por el retrovisor para comprobar quien era. No era más que una chica, pero no le dio importancia porque aún estaba lejos y estaba tan oscuro que no distinguía quien era. Posiblemente ella a él tampoco. Siguió haciendo la suya y empezó a prepararse la hierba, desmenuzó un cigarro sobre su mano y lo mezcló y fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía papel. Rebuscó rápidamente por sus bolsillos y por el coche con la mano que le quedaba libre mientras veía por el retrovisor como la chica que venía por el fondo de la calle estaba llegando ya a la altura de su coche. << Tal vez tenga papel…>> - pensó. Se incorporó un poco y cuando la chica pasaba por su lado dijo:
-          Disculpe señorita, ¿no tendrá un papel por ahí?
Durante el siguiente segundo se odió tantas veces como pudo. << ¿Disculpe señorita, no tendrá un papel por ahí? – Se maldijo en silencio - ¿No podrías haberlo preguntado de una forma normal? >>.
La chica arqueó los labios y esbozó una sonrisa que para él fue lo más dulce que le habían dedicado en mucho tiempo. Rebuscó en un pequeño bolso de piel marrón claro que llevaba cruzado entre sus pechos y sacó un librito de papel. Él la miraba y le pareció alta pero no lo sabría decir con seguridad ya que estaba sentado y no podía calcular bien. Le echó una ojeada rápida mientras la chica sacaba un papel y se lo acercaba. Tenía una larga melena azabache que le caía por los hombros y espalda abajo, piel morena y unos ojos oscuros, profundos como el océano. Era delgada, de porte grácil y se elevaba sobre unas piernas de vértigo que lucía con unos pantalones cortos de color blanco.
-          Toma – le dijo ella mientras le daba un papel - ¿Es hierba?
Él, que todavía seguía deleitándose de la visión que le ofrecía aquella bonita chica, tardó más de lo habitual en responder y finalmente, con torpeza contestó:
-          Sí… sí, claro.
-          Mmm… - pensó ella. No sabía como pero él se sentía embelesado por la presencia de aquella joven. - ¿Me podrías dar para hacerme un peta? Te lo pago, desde luego.
-          Bueno… -  tragó saliva y se aclaró la garganta – te propongo una cosa: yo te regalo un peta e incluyo en el pack mi compañía y una conversación agradable para que te lo fumes; sin compromisos. – Sacó la mano por la ventana y le acercó un cogollo. – Toma, cógelo. << Ya que hemos empezado mal… >> - pensó.
Hubo unos breves segundos de incómodo silencio. Él se sentía bastante estúpido por la situación en sí, pero bueno, se consolaba pensando que ya había conseguido el papel que necesitaba, se haría el porro y se iría a casa y no volvería a ver más a esa chica que acababa de conocer.
-          ¿Por qué no? – dijo ella - ¿Puedo entrar?
-          Sí, claro – contestó sorprendido mientras se echaba hacia la puerta del copiloto para abrírsela desde dentro.
Ella entró y se sentó y volvió a dedicarle otra sonrisa.
-          Vaya, no me malinterpretes, pero no creí que realmente aceptaras mi propuesta – le dijo él con una sonrisa con la que intentaba disimular su absoluto asombro.
-          ¿Y por qué no? – repitió ella.
-          También es cierto… Bueno, me llam…
-          No, no, no. – le cortó cuando él se disponía a decir su nombre – No me digas cómo te llamas, así será más divertido. Te llamarás… Verde. Sí, Verde – asintió.
Desde luego esa chica era una auténtica caja de sorpresas. Clavó su mirada en sus profundos ojos que destellaban levemente en la penumbra del coche.
-          Está bien, entonces tú te llamarás Primavera, ¿te parece?
-          ¡Oh, sí! Es muy bonito, me gusta – se incorporó y dio dos besos al muchacho – Encantada de conocerte.
-          El placer es mío.
-          Y bueno Verde, ¿qué me explicas?
Verde estaba tan desubicado por aquella extraña situación que parecía retrasado. Él solo quería fumarse un porro de camino a casa, llegar, beber agua y dejarse llevar hasta altas horas de la noche frente a su libreta, frente a la pantalla del ordenador o simplemente frente a una pared con su mente apuntando al infinito. Pero no, había tenido que hacer la gracia. Ahora estaba con aquella preciosa desconocida recién bautizada con el nombre de Primavera y no sabía cómo reaccionar. Nunca se le habían dado especialmente bien las mujeres…
-          Perdona mi actitud, – contestó por fin Verde – normalmente no soy tan retrasado pero es que no sé, todo esto me ha sorprendido bastante…
Primavera rió. Su risa era una melodía aún más dulce de lo que  lo era su sonrisa.
-          Pásame la hierba, está dentro de mi mochila; le voy a echar un poco más, para los dos. ¿O prefieres hacerte tú uno?
-          Está bien así, ahora te lo busco – Primavera cogió una pequeña mochila negra de saco que había a sus pies - ¿Aquí?
-          Sí.
La chica cogió la mochila, la abrió y sacó una pequeña bolsita hermética donde Verde guardaba la marihuana. El chico la cogió y empezó a explicarle cosas a Primavera para darle la conversación que le había prometido, sin prestarle mucha atención, concentrado en lo que hacía.
-          Pues mira, soy Verde, aunque normalmente respondo a otro nombre. Tengo 22 años y…
Verde giró la cabeza para mirar a la chica y vio que ésta estaba curioseando en su mochila hasta que sacó de ella una pequeña libreta de duras tapas negras y amarillentas hojas. La libreta estaba cerrada con una goma negra y Primavera miraba con ojos de fascinación mientras le daba vueltas.
-          ¿Puedo abrir y cotillear?
-          ¿Qué esperas encontrar? – contestó Verde mientras hacía ruido con el papel con el que estaba liándose el porro.
-          No lo sé, pero nunca había visto a nadie que llevara una libreta de este tipo encima.
-          Pues no sé, ahí dentro hay un trozo de mí, podría decirse. Ese trozo hecho palabras que sólo tú sabes que existe y conoces.
-          Pues entonces será mejor no mirar. – dejó la libreta sobre su regazo dispuesta a guardarla. – Lo siento, a veces soy demasiado curiosa…
-          No te preocupes mujer – dijo Verde con una sonrisa – Tal vez así sea más fácil presentarme… - se echó a reír – Espero que no te asustes.
La chica asintió agradecida y con delicadeza cogió la libreta, retiró la goma y la abrió. << Es realmente preciosa.  - pensó Verde mientras se encendía el porro y fumaba. - ¿Cómo cojones está pasando esto? >>. El sonido que hacían las gruesas hojas al moverse le devolvieron a la realidad. La chica a su lado estaba leyendo en diagonal los largos párrafos de tinta negra y azul y prestándole atención a pequeñas frases sueltas o breves poemas de pocos versos. Ambos permanecieron en silencio: ella leyendo y él fumando. Verde se sentía extraño, tal vez algo incómodo. Normalmente lo estaría comiendo la vergüenza pero las dos cervezas y la marihuana hacían que de desinhibiera rápidamente de aquella sensación.
-          ¿Quién es ella? – preguntó Primavera rompiendo el silencio que ya empezaba a instaurarse.
A Verde le dio un vuelco el corazón.
-          Ellas. Algunas fueron y otras tal vez serán, o no. ¿Quién sabe?
-          Pues es muy bonito.
-          Tú también eres muy bonita. – contestó él con pasmosa espontaneidad.
Ambos se sonrojaron. Ella por las palabras que le acababan de dedicar y él por esa terrible vergüenza que le recorrió todo el cuerpo de arriba abajo a causa de la mala pasada que acababa de jugarle su inconsciente.
-          Vaya, gracias – dijo ella con otra dulce sonrisa, enseñando sus blancos dientes. – Eres un tío extraño Verde, pero interesante.
-          Pues espero poder decir lo mismo de ti. ¿Qué escondes tras esa mirada? – contestó Verde mientras le pasaba el porro que compartían.
-          Poca cosa, no te creas. Soy una chica bastante sencilla aunque muchas veces se me podría tachar de poco convencional. Como ya he demostrado soy muy cotilla y muchas veces me meto dónde no me llaman. Me encanta imaginar, soñar, fumar, desinhibirme, leer y hablar, por si no te habías fijado.
Durante un buen rato siguieron hablándose de sí mismos el uno al otro mientras se iban pasando el porro con cordialidad. Como siempre, Verde permanecía prácticamente callado, atento al monólogo de su contertuliana e interviniendo tan solo cuando él veía conveniente.
-          Tengo la boca seca de tanto hablar… - se quejó ella al rato.
-          Es normal. – contestó Verde. Aunque él apenas había hablado en comparación con Primavera también tenía la boca reseca – El problema es que no tengo nada para beber. Si te apetece podemos ir a dar una vuelta y tomamos una cerveza…
-          Me parece bien.
-          O mejor aún, conozco un rincón para ver la ciudad, y solo para ver la ciudad; podemos comprar unas cervezas y subir – propuso él.
-          Mejor me parece – reafirmo ella mientras se abrochaba el cinturón y tiraba por la ventana la tacha que quedaba del porro, no sin antes darle el último tiro.
Verde encendió el motor diésel de su sucio coche y empezó a maniobrar para sacar el vehículo de dónde tanto le había costado aparcarlo antes. << Ya verás tú para aparcar luego… ¡¿Pero qué cojones?! >> - pensó mientras ya ponía segunda y aceleraba. Tal y como había propuesto, dieron una vuelta para comprar unas latas de cerveza fría y diez minutos después el coche blanco giró a la izquierda y luego avanzó unos metros por una calle cuesta arriba, se hizo a un lado, frenó y paró el motor. Allí a su izquierda, frente a ellos dormía, salpicado por numerosas lucecillas amarillentas, su pueblo. Entra las hileras de luces se alzaban edificios de no más de seis o siete alturas frente a un manto de verdes pinos, oscurecidos por la noche, y al fondo de todo se extendía el Mediterráneo. Verde iba mucho allí  y ya estaba acostumbrado pero, en noches como esas en las que soplaba una agradable brisa, si prestabas atención podías llegar a notar el olor a salitre del mar. No eran las mejores vistas del mundo, pero eran sus pequeñas vistas y les tenía especial estima.
-          Tal vez no es lo que te esperabas. Estoy convencido de que por allí hay sitios como éste, pero mejores, pero no sé llegar – dijo Verde mientras señalaba hacía la derecha, dirección a la playa.
-          No, para nada. Este sitio está muy bien.
Detrás de ellos, al otro lado de la calle había un pequeño muro de piedra que daba inicio al monte que rápido se perdía de vista tras una leve cuesta. Cogieron las cervezas y fueron hasta el muro para sentarse y contemplar las vistas que se ofrecían. Cuando abrieron las latas, la de Verde estaba movida y al abrirla salpicó espuma y le bañó la mano. Ambos se rieron y Primavera sacó de su pequeño bolso un paquete de pañuelos y dio uno a Verde para que se limpiara la mano.
-          ¿Y todo eso que escribes en la libreta,  – empezó a preguntar ella – a qué viene?
-          Pues no sé, – se encogió de hombros – simplemente escribo porqué lo necesito.
-          ¿Sientes la necesidad de escribir poemas?
-          Sí, supongo.
-          ¡Léeme uno! – le pidió ella con entusiasmo.
-          Bueno…
Lo cierto es que a Verde no le apetecía recitar ninguno de los poemas que había escrito, no por qué no le gustaran ya que de otro modo los hubiera tachado, sino por qué no le gustaba el sonido de su voz al recitar un poema. Su voz era grave y ronca en cierta medida y no pegaba para nada con la temática de su pequeña y humilde “obra literaria”. Aun así escogió una breve composición de doce versos octosílabos y la recitó con cierta gracia.
-          Es muy bonito, pero también es muy triste. – dijo Primavera mientras Verde bebía de su cerveza.
-          Esa era la idea – contestó mirándola a los ojos, pero con su mirada perdida en tiempos pasados.
-          ¿Y por qué no puede ser solamente bonito?
-          Porqué el dolor no es bonito…
Ambos permanecieron en silencio. Primavera siguió leyendo y Verde sacó de su mochila su paquete de tabaco negro y se hizo un cigarro. Fumó rápido, absorto en su mundo interior recordando los motivos de tanta tinta vertida en aquella pequeña libreta de gruesas hojas amarillas.
-          Pues más que dolor yo lo llamaría amor – dijo ella.
-          El amor no deja de ser dolor. – Verde dio la última calada al cigarro y lo tiró al suelo – Tú con lo guapa que eres deberías saberlo. ¿O tal vez no?
Aquellas palabras parecieron no gustarle mucho a la chica que hizo una mueca que bien podría ser tanto de aprobación como de rechazo. Él se dio cuenta y rápidamente se disculpó.
-          Me halagas, pero realmente no creo que sea tan guapa. – cerró la libreta y se la devolvió a su dueño. – Eres un tío extraño Verde, pero me gusta. Improvísame un pequeño poema.
-          ¡¿Cómo?! – Verde no cabía en su asombro; ya no recordaba cuando fue la última vez que alguien le pidió algo similar - ¿Por qué? – se limitó a contestar.
Pensaba tan rápido que si hubiera querido decir otra cosa seguramente solo habría salido de su boca un balbuceo largo e ininteligible. Pero los oscuros y profundos ojos de Primavera tintineaban de forma mágica con el reflejo de la luna y a Verde le dio un vuelco el corazón. Le latía tan rápido que pensaba que iba a salírsele del pecho de un momento a otro.
-          ¿Por qué? – volvió a preguntar.
A verde, obviamente le gustaban sus poemas, porque eran suyos, pero también pensaba que no eran gran cosa. Los había enseñado a varias personas pero realmente nadie le acababa de decir que pensaba de ellos críticamente. La mayoría de la gente se limitaba a decir que eran bonitos y él se lo tomaba como un cumplido de cordialidad, una respuesta respetuosa y agradable pero vacía.
-          Porqué lo poco que he leído tiene pasión, tiene magia. Es dulce, pero a su vez es duro y cotidiano. Yo quiero sentir eso – Primavera cogió la mano del chico – Eres extraño Verde. Eres un loco de los que ya no se encuentran. No te lo pienses, como yo no me pensé lo de subir contigo al coche.
En esos momentos Verde la hubiera cogido y la hubiera besado y hubiese bebido de ellas y la hubiera hecho suya, pero se limitó a tragar saliva y a asentir con la cabeza mientras estrechaba su suave mano.
-          Está bien – contestó Verde – pero dame algo de tiempo. Si quieres hazte un porro y mientras yo contaré sílabas.
Primavera cogió su bolso y sacó papel y tabaco. Luego cogió la mochila del chico y rebuscó hasta dar con la bolsa de marihuana y el grinder y empezó a prepararse el porro. Mientras tanto Verde contaba con los dedos, escribía y tachaba, escribía y tachaba. Cinco minutos después Primavera ya había terminado su tarea así que avisó al chico, que justo terminaba de escribir un verso más.
-          Yo ya he terminado de liar, ¿cómo lo llevas tú?
-          Bueno, supongo que será suficiente. Ten en cuenta lo rápido que ha sido…
-          No te preocupes, - le sonrió ella – léeme.
Verde empezó a leer el poema que acababa de escribir.

En lo alto del camino,
abrazado a una farola
encontré yo mi destino
y me dijo: << ya es la hora >>.

Seguí yo por el camino
sin pensar en la sorpresa,
pues vi yo lo más divino,
encontré yo a una princesa.

La invité yo a mi palacio
y miráronme sus ojos.
Quiero besarla despacio
y por eso me sonrojo.

Tras las últimas palabras el silencio volvió a reinar. Fueron tan solo unos segundos pero se hacían interminables. Él no se veía pero sabía que tenía la cara roja de vergüenza y notaba como en su pecho el corazón le latía mucho más deprisa que antes. La miraba pero no sabía descifrar qué quería decir ella con la expresión de su cara. La incertidumbre lo aplastaba. << A la mierda. >> - pensó y con un movimiento rápido pero tierno puso su mano derecha en la mejilla de Primavera, aceró su cara a la de la chica y la besó. << Huele a flores y sabe a dulce fruta >>. Fue un beso húmedo, breve pero intenso. Separó lentamente sus labios de los de ella. A penas dejó de notar el sabor de la cerveza de la boca de Primavera cuando ésta se le abalanzó buscando un nuevo beso. Se le echó encima con tanta fuerza e imprevisto que Verde perdió el equilibrio y casi caen de espaldas contra el mudo, pero logró mantener el equilibrio apoyándose con su mano izquierda.
Siguieron besándose durante un rato. Ella acariciaba con dulzura la barba de tres días de Verde y rodeaba su cuello con ambos brazos. Él seguía con la mano derecha sobre su mejilla, acariciándola con el pulgar. Se besaban allí, sobre el muro, apartados de la vida en medio de una exaltación de pasión y deseo. Se movieron para estar más cerca el uno del otro y sin querer Primavera dio un golpe a una lata casi vacía que cayó al suelo, salpicando y escupiendo espuma por la abertura sobre el asfalto. Esto hizo que por fin se separaran y se miraron a los ojos por primera vez desde que empezaran a besarse. El deseo ardía fuerte en sus ojos, en los de Verde y en los de Primavera. Verde no sabía si debía decir algo o no, hecho que empezó a preocuparle durante unos segundos hasta que, por suerte Primavera, con un susurro delicado a la vez de lujurioso dijo:
-          Quiero ser tu musa esta noche.
-          Pues yo quiero ser el poeta que hará de ti poesía.
Cuando cesaban los gemidos se podía oír sufrir a los amortiguadores del coche que se quejaban con agudos ruidos. Durante esa noche bebieron de las dulces mieles del placer, abocados el uno al otro en medio de un frenesí de salvaje deseo.*

Eran las 5:39 de la mañana y aunque aún faltaba para el amanecer, a lo lejos sobre el mar ya empezaba a clarear. En el coche sonaba suavemente Kase O. El humo del tabaco de los cigarros que estaban fumando se escapaba por la ventana. Verde estaba medio incorporado en calzoncillos, con el brazo apoyado en la ventanilla del asiento trasero con Primavera en su regazo, encogida, con la cabeza apoyada sobre el pecho de Verde, abrazándolo, también en ropa interior.
-          Eres un tío extraño Verde, pero me gustas.
-          Pché… – soltó una leve carcajada y no dijo nada más.
Acabaron el cigarro, estuvieron un rato más abrazados, acariciándose los cuerpos y se besaron de nuevo y recogieron sus ropas. Se vistieron y se fueron. Verde conducía rumbo hacia su casa cuando cayó en la cuenta de que no sabía dónde vivía Primavera.
-          Por cierto, ¿dónde te llevo?
-          Déjame por dónde habías aparcado antes. Mi coche está allí cerca.
-          ¿Dónde vives?
-          En un jardín de florecillas silvestres – contestó ella haciendo alusión al pseudónimo que le había puesto Verde al principio de la noche.
Él rió y asintió. Condujo hasta que llegó dónde tenía aparcado el coche antes y el hueco que había dejado obviamente ya no estaba.
-          Yo no vivo por aquí, pero antes no encontraba sitio cerca de mi casa. Ahora iré a probar suerte. ¿Te dejo por aquí?
-          Mi coche está al girar la esquina – contestó ella.
Verde avanzó lentamente hasta la esquina pero el coche de Primavera estaba calle arriba y eso era dirección prohibida. Se hizo a un lado, paró en la esquina y puso los intermitentes.
-          Ha sido una noche fantástica – dijo Primavera con una sonrisa.
-          Sin duda.
Se besaron con dulzura y cierta pasión y Primavera bajó del coche. Dio la vuelta por delante y se detuvo delante de la ventanilla de Verde.
-          Gracias por haberme regalado esta historia que solamente es bonita – le dijo el chico.
Primavera sonrió.
-          Eres un tío extraño Verde, pero me gustas.
Lo besó por última vez, se dio la vuelta y se fue calle arriba y no volvieron a saber más el uno del otro.
Ya solo queda el verano.


Nota: Me duelen las manos de escribir, llevo cerca de 3 días escribiendo esto y no lo he releído como seguramente debería. Seguramente esté minado de faltas. Lo de los guiones y el formato es cosa del fantástico editor de blogger...
* Existe la versión porno y sin censura, pero si alguien la quiere leer tiene que ganársela. 

martes, 26 de junio de 2012

No está muerto

Está escribiendo la larga historia de una noche.

miércoles, 23 de mayo de 2012

sinTÍTULO#2



Conduzco rápidamente por el carril de la izquierda, como de costumbre. El día está turbio, el cielo grisáceo, salpicado por nubes de esas que amenazan tormenta pero que solo ensucian tapando el sol, y el sol que aunque no brilla, se filtra a través de las nubes y se hace muy molesto a los ojos. Frunzo el ceño, ahondando más las arrugas que ya surcan mi frente y el perfil de mis ojos pese a mis veintidós años. Siempre frunzo el ceño. A ciento cuarenta y pico quilómetros por hora rebusco por el coche mi paquete de tabaco negro y un mechero. Me siento muy inconsciente pero me apetece fumar, me apetece pudrir mi interior con ese humo de sabor fuerte. Le doy una calada al cigarro, mantengo durante unos segundos el humo en mis pulmones y lo suelto. No sé hacia donde me dirijo.
Estoy cerca de Barcelona y tomo la salida. Los recuerdos me avasallan, corretean y se entrecruzan velozmente en mi cabeza; sabor agridulce. De repente el viento empieza a soplar con violencia y detengo el coche. No sé dónde estoy exactamente, no reconozco el lugar pero todo me es extrañamente familiar. Camino durante un largo rato, fumando otro cigarro y cuando lo termino tiro la colilla y aparezco frente a una puerta con una flor colgada del pomo. Abro y tras ella hay un pequeño habitáculo en el que apenas quepo yo y otra persona, con un colchón de gomaespuma en el suelo y una pequeña ventana en la pared opuesta a la puerta por la que veo el exterior. El viento sigue soplando con fuerza en la calle. Me encuentro extrañamente cansado así que me descalzo, me quito los pantalones y me estiro sobre ese colchón. No estoy muy cómodo, es más, noto que el colchón está más hundido por el centro que por los costados, desgastado por el uso tras el paso de los años pero se me hace muy acogedor. No sé por qué. No lo entiendo, pero hay tantas cosas que no entiendo últimamente que ya no me preocupo.
Alargo el brazo y alcanzo mis pantalones, que estaban “maltirados” en el suelo. Rebusco en los bolsillos hasta que encuentro lo que estaba buscando: una bolsita de plástico en la que llevo un par de cogollos. Me apetece fumarme un porro, siento que si no me lo fumo tendré pesadillas. Saco los cogollos de la bolsa y los miro de cerca con atención. Son verdes (obvio), pero de un verde intenso, agradable y dulce. Me recuerdan a algo pero no consigo dar con el qué. Cojo uno, lo pongo en el grinder y le doy vueltas con desinterés mientras pienso cuántos giros habrá dado ya mi grinder y cuando quiero darme cuenta ya he terminado de liar e inconscientemente mis manos palpan a ciegas sobre el colchón en busca de fuego. Sigo palpando hasta que noto un golpe en mi brazo derecho y miro sorprendido. Allí, a mi derecha había una chica que me ofrece fuego y lo cojo y me enciendo el porro y empiezo a fumar. La miro. Su largo pelo cae sobre sus hombros y espalda como una cascada. Su rostro está difuminado, no la reconozco y solo distingo sus ojos verdes como esmeraldas que me miran y me hipnotizan. Sigo fumando. Esa chica extrañamente conocida me hace carantoñas, se acurruca en mi regazo y se divierte; me molesta pero me es agradable. Acaricio su pelo, su cara. Se incorpora y me besa. Acaricio su espalda, sus piernas, la abrazo y la beso. Hacemos el amor. Los cristales tiemblan por el viento que sigue soplando con fuerza. Oigo el ruido del camión de la basura y me duermo cuando el ruido cesa y el camión se marcha.

Me despierto con la boca seca y la garganta irritada y con la lengua áspera, pegada al paladar. Estoy en mi cama en calzoncillos; deben ser las siete y media de la mañana. No entiendo nada. Me incorporo y oigo los cristales de la ventana que tiemblan. Fuera el viento sopla con fuerza. Los días pasan.


Nota: Está huérfano de título. Se aceptan propuestas.

viernes, 18 de mayo de 2012

historiasdeÉL#4

- Todo saldrá bien, todo saldrá bien, todo saldrá bien... - Se repetía esas tres palabras constantemente, a todas horas. El corazón le latía de nuevo, pero esta vez ya no de agonía, sino de una extraña felicidad. Ya no se sentía perdido o, al menos, ahora tenía una dirección segura que seguir, un destino marcado en el mapa del cual derivarían muchísimos más. Todo saldrá bien si esa mujer de verde jamás me abandona; llamémosla esperanza.

martes, 15 de mayo de 2012

historiasdeÉL#3

En medio de aquella desolación, harto y perdido, sin entender nada, de pronto escuchó su voz que le decía:

Perdóname ángel por permitir que el dolor que me azota me cambiara y me volviera irascible. Perdóname por pagar con quien no debía el tormento de las lágrimas, pero aún tenía fe y la esperanza loca de que algo imposible ocurriría. Perdóname hermano por no oír de tu consejo; por no querer mirarme en el espejo y así reconocer todo el daño que me han hecho y que me he hecho. Perdóname por querer seguir viviendo en un recuerdo y en un sueño del que no quería despertar. Perdonadme, de veras, por seguir leyendo las historias de mis penas y recuerdos y, sobretodo, por no ver que ese cuento ya acabó y yo cometí el pecado de querer seguir escribiendo donde mi tinta ya no era querida.  

Aquellas palabras que reconfortaron su alma no dejaban de ser más que el eco de su propia voz. No estaba todavía convencido de ello, pero no quería dañar más a quien no debía. Seguramente él no lo quería, pero era la única solución.

jueves, 10 de mayo de 2012

historiasdeÉL#2


Habían pasado ya tres noches en las que apenas había dormido unas dieciocho horas en total. Por las mañanas él se levantaba descansado físicamente, dispuesto a seguir el camino que había tomado, pero mentalmente agotado.
Cada día caminaba esperando salir ya de aquellas tierras devastadas, pero no era consciente de si avanzaba o retrocedía. No tenía referencias en su camino, no había indicaciones ni señales en el trayecto. Pero seguía andando; esa era la única cosa que le quedaba. Durante el día el sol bañaba su blanca tez y le permitía ver con mayor claridad los socavones y piedras con las que podía tropezar. Era molesto pero al menos era consciente y en parte capaz de intentar esquivarlos. Bajo el cielo azul y el brillo del sol era capaz, en la medida de lo posible, de abstraerse de lo que le rodeaba y olvidar en parte sus preocupaciones. Pero cuando el sol caía y la noche era oscura, la débil luz de sus cigarros no le servía para ver más allá de su propia nariz. Era momento entonces de hacer un alto en el camino para descansar, para coger fuerzas para el nuevo día que estaba por llegar. Entonces empezaba el baile de sus fantasmas.
Dormido, abandonado a los caprichos de su subconsciente se veía inmerso de nuevo en nítidas proyecciones de sus recuerdos. Situaciones en parte bonitas; situaciones que seguramente le encantaría que se hicieran realidad pero que eran una pesada losa. Se despertaba siempre angustiado, con un regusto dulce en la boca y eso le confundía. Era consciente de que todo estaba acabado, de que era inútil intentar reconstruir ese imperio. No creo que nadie dude de que él no fuera capaz de hacerlo, nada más que, aunque lo lograra nada tendría sentido sin la musa. No habría vida, no habría la chispa que hacía girar al mundo. No habría pasión que alimentara el fuego.
Sabía que lo más sensato era salir de allí a pesar de que una parte minúscula de su ser aún deseaba algo imposible. Supervivencia sensata o muerte pasional. Ególatra de él prefería seguir vivo.

Al alba del cuarto día, tras un par de horas de camino, mientras aún pensaba vagamente en los fantasmas que se le aparecieron la noche anterior, empezó a nevar. No había nubes en el cielo y esa nieve no estaba fría. Aparecieron de la nada, en forma de copos de nieve, promesas pasadas de un periodo de vida que él había anhelado. Recuerdos de lo que pudo ser y no fue, de lo que jamás sería. Se sentó y pensó sobre ello; pensó que ese deseo tal vez sólo fuera una forma cobarde de escapar, pero también lo veía como una manera de demostrarse a sí mismo su valer. Había pasado poco tiempo y todavía quedaba mucho camino. Respiró hondo, siguió fumando de su incombustible cigarro y retomó el camino en silenciosa penitencia interior. 



miércoles, 9 de mayo de 2012

historiasdeÉL#1

Como ya pasara en anteriores ocasiones de su vida él volvió a su estado primitivo. Entonces un niño, luego un adolescente; ¿un hombre ya ahora?... Como fuera, tras el dolor que provocan las musas, cuando lograba comprender ese dolor se vaciaba de emociones por dentro y emprendía un camino para volver a hacerse a si mismo.


Tras el llanto silencioso, la penitencia interior y el dolor, a la tercera noche se alzó y dio el primer paso en busca de su nuevo ego. Como ya pasara en anteriores ocasiones de su vida, el punto de partida era siempre similar: las ruinas devastada por lo que él llamaba "la tragedia de las musas"; el imperio hecho añicos que con tanta pasión había esculpido su anterior yo.
Con su inquieta mirada, siempre atenta a su alrededor, tomaba instantáneas de la tragedia. Era una imagen que le aterraba profundamente. Recordaba la primera vez que se vio en esa situación. Apenas empezaba a entenderse a si mismo y se encontró de golpe en medio de semejante masacre. Su corazón le bombeaba sangre impregnada de terror a un ritmo inhumano. Tardó semanas en reaccionar al miedo y lograr escapar. Pero esta vez era distinto, sentía un gran alivio en su pecho. Lo notaba vacío pero fresco y lleno de espacio.

La brisa que correteaba se llevaba el humo de lo que aún ardía. Ya no había fuego en su interior, y si lo había ya no le quemaba las entrañas. Inspiró hondo y emprendió su viaje. Se sentía un trozo de arcilla al que debía darse forma. Con su libreta en la mano, llena de historias que sus alter-ego habían inventado para sus respectivas musas con tanta pasión, se recordaba sus muchos pecados y virtudes. Historias de amor, correspondido y no, de sueños imposibles, de demencia y pequeñeces. Historias de su vida vistas desde el prisma por el que sólo él podía (o se quería) a mirar.
Pese a tantas historias ya escritas, lo que más le reconfortaba, lo que realmente le aliviaba todos sus males era la cantidad de hojas por escribir que quedaban en su libreta. La promesa de nuevas historias le embriagaba. Como ya pasara en anteriores ocasiones de su vida, emprendió el viaje, rumbo a nosedónde* con la esperanza de que ese camino le llevara a una musa que quisiera cumplir esas promesas.

*palabro

Por si a alguno le interesa (permítanme dudarlo) puede haber más de éste, pero no sé cuándo.