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jueves, 8 de enero de 2015

todos

Silencioso llega el ocaso, como notas traídas de un pasado ya olvidado. En la primitiva cúpula reverberan ya las estrellas elementales que lloran y esperan a los creadores de belleza. ¿Dónde fueron los poetas? ¿Dónde cayó derramada toda esa esencia tras un incierto punto de ruptura? El viento silba y mece los árboles fecundos a su paso. Las hojas caen y me traen consigo una revelación y una pregunta. ¡Cuánto saber inútil y qué constituyente! 

Camino, me abro paso en un mundo lleno de vacío, repleto de mercancías deseosas de ser intercambiadas. Me ignoran porque sólo soy un hombre que se piensa. El silencio es atronador, casi perverso, pero me siento aliviado cuando, de entre esa masa incierta, aparece un “loco” que grita, con la mirada perdida: “¡BUSCO A DIOS! ¡BUSCO A DIOS!”. Frente a mí se detiene y hunde sus ojos en mis ojos. De debajo del frondoso y enmarañado bigote me susurra estas palabras: “¿Dónde está Dios? ¿Dónde está? Yo te lo voy a decir: lo hemos matado. Tú, y yo, y todos los demás; todos somos sus asesinos. ¿Pero, cómo? ¿Cómo pudimos hacerlo?” Se lleva el dedo índice a la boca sugiriéndome no hablar y termina: “Este suceso enorme está tan solo en camino, y tan solo ha llegado a los oídos de unos pocos hombres. Sin embargo, nosotros, todos nosotros lo hemos cometido…”.

Todos.


Feliz año nuevo.

viernes, 29 de agosto de 2014

#290814

[...] Este tipo de gestos instintivos me asaltan diariamente. ¿Falta de amor? ¿Falta de sexo? No lo dudo. Renegué en cierta medida de los demás, por ser como soy y por sentirme como me siento, y para todo en esta vida se debe pagar un precio.
Siento dentro de mí, como Harry, al lobo que me acecha. Tal vez es demasiado presuntuoso por mi parte, pero así lo percibo y así me lo parece. Esa alma feroz y animal me acecha, cada vez más y se cierne, poco a poco, sobre mí, saboreando el inminente bocado, esperando el momento preciso para devorarme. No la siento ajena a mí, aunque sí distinta; la comprendo como parte de mi propia naturaleza y parte de mi propia alma indivisible. ¿Es acaso posible que algo indivisible esté formado por varias partes? Lógicamente no, sensiblemente sí que me lo parece. […] La idea de la simplicidad del alma me abruma, ilógica y racional, dulce absurdo. Sea cual fuere de las tres – o infinitas- partes (partes de mi alma), me es imposible definirme en una sin la presencia de cualquier otra, si no acaso de todas las demás.
Yo soy, reafirmo mi existencia por el lobo, y el lobo es por mí. Sin mí, el lobo moriría de hambre y por eso me quiere y para eso yo soy, tanto que el lobo es por algún oscuro deseo mío que no acierto a resolver. Es más que una idea. Si el lobo fuera una idea mía, él no sería lobo, sería yo, y yo no sería entonces. Nace y prevalece, al igual que yo, al igual que todos de la necesidad, y la necesidad del deseo.
Me abrumo yo solo en los días largos de Julio. El lobo aúlla y yo siento necesidad por lo físico.


22 de Julio.

viernes, 21 de febrero de 2014

¡Oh!

Hoy los dioses han dispuesto ante mí un capricho de su creación. Hermosa muchacha, mármol, en las manos de un díscolo escultor,  hecho carne; piel de seda, cabello de hilo de oro. Labios que presupongo deliciosos, ojos misteriosos, desinteresados en mí, como la mayoría. Manos finas con dedos largos y uñas sonrosadas, cuidadas, con el perfil pintado de blanco. Tan preciosa era que he perdido incluso la respiración.

Un instante ha bastado, un segundo de aquellos que parecen adormilarse y duran más de lo que debieran, para que ella cruzara su mirada con la mía. Me incomoda de un modo extraño cuando ocurren estas cosas. Me he asomado ante esos ojos, enigmáticos, tenebrosos hasta cierto punto, y he intentado hundirme en ellos. Nada he visto en ellos; nada me ha dado tiempo a ver. Ella apartó su mirada, como si nada hubiera pasado. Pero pasó, lo sé. Huidizos nuestros ojos volvieron a coincidir dos o tres veces más y ya no volví más a buscar su mirada. Algo me dice que algo vio en mis ojos.; si lo vio lo siento. Los dioses deben estar locos si ante mí la dispusieron, tan virtuosa en la belleza y yo, tan lleno de nada. Pero, ¡oh, qué hermosa era!

viernes, 31 de enero de 2014

Caprichos del tiempo

Hoy me ha ocurrido un hecho harto singular cuando he llegado a casa. Volvía del trabajo sintiendo durante el camino a casa el peso del cansancio acumulado de toda la semana. Como tantos otros viernes, antes de subir a casa hice una pequeña pausa en el camino para abastecerme y celebrar con un poco de humo el fin de otra semana más. Los dos días próximos representan para mí una especie de conjunto vacío, un hueco en el tiempo que hay entre el viernes y el lunes que me proporcionan más molestia que alivio. Cuando di mi celebración por terminada retomé mi camino. Escasos doscientos metros me debían quedar para llegar; corta distancia que se me hacía casi insalvable a cada paso. Era como situarse entre dos espejos opuestos. Eres consciente de la distancia que separa ambos objetos pero esa serie de imágenes que se repiten infinitamente tiene una magia especial que perturba de tal modo que llegas a pensar con una enajenada seguridad, no que los objetos están considerablemente lejos el uno del otro, sino que ambos objetos podrían ser uno mismo.

Me encontraba en medio de esta abstracción cuando me crucé con un conocido que hacía mucho tiempo que no veía. Le saludé con ligereza; él lo hizo con proporcionado entusiasmo, pero yo realmente no tenía ganas de detenerme, tan siquiera tenía ganas de saludarle. Llegué, por fin, a la dichosa meta. Mientras subía en el ascensor solo deseaba estirarme, aunque realmente lo que quería era pasar desapercibido. Abrí la puerta y me metí en la habitación a quitarme los zapatos tras un “Hola” de una firmeza desganada. Encendí la luz y vi que un mueble de tres cajones con ruedas que tengo yo bajo la mesa estaba movido; seguramente mi madre al limpiar no lo dejó bien en su sitio. Normalmente no le prestaría mayor atención a esto pero no pude evitar fijarme que un papel sobresalía en un lateral. En uno de esos cajones – en el del medio concretamente- guardo yo bastantes cosas mías, entre ello papeles. Pero caí en la cuenta de que desde los cajones no se tiene acceso al lateral, ya que éste es una única pieza de madera que va desde la parte superior a la base con ruedas. Precisamente entre la base y el lateral estaba el papel. No era una zona dónde un folio –doblado- llegara por accidente. Aquello rezumaba premeditación. Me agaché a recogerlo. El papel estaba doblado y lo abrí con curiosidad para comprobar que en él se disponía un mensaje con una letra que no era la mía. Mi curiosidad acrecentó. A las pocas palabras me vi de golpe en una etapa pasada de mi vida, como si me hubieran lanzado atrás en el tiempo. Al fin y al cabo recordar según qué cosas, más que una visita al cine de la memoria, es un viaje en el tiempo. Terminé de leer aquel papel, que resultaba ser una misiva, en respuesta a otro mensaje anterior, pero que ninguna de las dos – ni ésa ni la que yo no tenía- estaban remitidas a mí. Añadí al hecho de haber encontrado esa suerte de carta en ese lugar tan inaccesible, el hecho de que yo tenía ese papel en mis manos cuando no iba dirigido a mí, tan siquiera a nadie de mi entorno, aunque en él se me mencionaba.

Los que esa lectura me hizo rememorar fueron unos hechos que ocurrieron en mi vida, puntualmente uno que ocurrió, no en una fecha exacta, pero hace cerca de tres años, me aventuraría a asegurar. Un hecho que veía ya muy lejano pero que en momentos dispares se me antojaba muy cercano y vívido. No le di más importancia al acontecimiento que esas palabras me hicieron evocar sino al hecho de estar yo en posesión de aquel documento. Desde entonces hasta ahora había ignorado yo la existencia de ese papel y, por supuesto, los sucesos que ocurrieron para su existencia y ubicación. Por el contrario, pensé que también era muy factible que en su momento yo supiera de él pero que hubiera terminado por olvidarlo. Me alegré si, en ese caso, el olvido hubiera sido voluntario; olvidar algo por propia voluntad se me antoja casi imposible, y aquello podría ser una prueba de mi gran hazaña.
Terminé por resolver que todo aquello era algo ya irrelevante, una batalla que en aquel momento no tenía ganas yo de librar; sin duda, un capricho del tiempo.

El cansancio me invadió de golpe y centré en él entonces mi atención. Me quité los zapatos y los guardé. Luego la chaqueta y fui a saludar a mi madre. Me empezó a hablar, pero yo no tenía muchos ánimos; conversé sin embargo con ella estoicamente. Vuelta a la habitación pensé que tenía aún que decidir qué hacer con aquel papel. Por suerte, y tras un rato de búsqueda inútil, comprobé que, tal y cómo había aparecido, el mensaje había desaparecido. Nuevamente, caprichos del tiempo.

No le di más importancia de la que tiene.

lunes, 6 de enero de 2014

Gracias por el regalo

No te fui sincero por completo y por ello te pido que me perdones. De hecho no espero que lo hagas, o tal vez sí; no me importa realmente, hace mucho tiempo que esas cosas dejaron de pesarme en el alma.  Esas y muchas otras cosas más. Me he escudado en mi interior, recluido en esta carcasa de carne y hueso que tantas veces desee cambiar en un pasado, dejando que todo, los golpes y los besos, las inclemencias y la dicha, golpearan en él como lo hace el mar impasible en el rompeolas. Y mientras tanto yo me he creído emperador de mi minúsculo impero infinito, me he sentido ajeno a lo que ocurría en el mundo. Lo que un día me importó hoy apenas lo recordaba. Quién un día amé ya apenas lograba arrancarme una sonrisa. Me he condenado al caprichoso regalo del aislamiento. Inmune e invulnerable. Frío y solitario. Sin sabor de felicidad ni hedor de tristeza. Vacuo, estéril, blanco, como sin ganas de vivir.

Pero a pesar de ello no lo vi venir. Ocurrió hace poco, o tal vez hace mucho ya, todos los días me parecen iguales. Me encontré de nuevo con las princesas de mis cuentos, con las sirenas de mis mares inventados que me susurraban con dulzura al oído. Acudieron a mí los fantasmas de mi pasado, los demonios que me afligieron. Las ruinas de lo que construyera, las ciudades dónde seguía creando vida. Nada de sorprendente encontré en ello, yo los llamé y ellos acudieron. El cielo era azul ceniciento y el viento soplaba medio frío en los recovecos de la ciudad. Yo fumaba cuando de pronto todo ocurrió. Dos preguntas furtivas, rápidas como el rayo, dos latigazos y dos respuestas sacudieron el baluarte dónde yo me sentía inmune. Apenas nada ocurrió, pero me dolió, más de lo que pareció, menos de lo que creí. 

Desde entonces he dormido mucho, pero no he descansado apenas. Todo seguía igual: el pasado seguía atrás, alejándose de nuevo, movido por el tiempo hasta los confines de mi memoria fragmentaria. El futuro seguía siendo tan intrascendente como siempre y el presente engendro del recuerdo del ayer y progenitor del insípido mañana. Yo cumplía con mis cometidos, sonreía cuando se esperaba que lo hiciera, callaba si no era estrictamente necesario hablar y fumaba cuando podía. Si disponía de tiempo leía, y mientras tanto mi cabeza trabajaba laboriosamente; como siempre.

Hoy he despertado, solo de nuevo. Me he lavado los dientes y de camino a la cocina me he detenido. He mirado instintivamente dónde de pequeño recordaba el árbol de navidad, guardado en su caja desde hacía ya muchos años. No había regalos para nadie. Llevé mi mano derecha hacia mi pecho y sentí mis latidos. Miré mis manos vacías luego y sonreí imperceptiblemente. Seguía pensando en aquel día y de pronto vi en mis manos en el bendito regalo del dolor. Gracias por ello. 

A veces un hombre necesita comprobar cuánto es capaz de soportar. 

martes, 10 de septiembre de 2013

El maldito Horacio

El amor es una maldición de todos, pero sobretodo de los que no decidieron amar, pues es sobre ellos sobre los que más pesa las candentes losas de su penitencia. Es aquél que jamás amó a los otros, salvo a sí mismo, queriendo y respetando a los demás sobre el que un día, dicen, cayera el embrujo del amor. Horacio, llamémosle al infortunado aojado, conoce a Ondina, llamémosla a ella, y siente de repente una convulsión en su pecho, una corriente que recorre su espalda de arriba abajo y una obnubilación general. Desde entonces ellos compartieron ese amor que Horacio, candoroso y embelesado sintió temprano como una bendición. Y nada más lejos de la verdad, todo aquel tiempo que disfrutaron de esa dicha que les fue entregada, de la suerte de convivir juntos sus días y sus noches de pasión, para Horacio aquello era lo mejor que le había ocurrido en su vida y no tardó en sentenciar: “Jamás he sido más feliz…”. Y así era. Pero en el fondo de su ser, en un pequeño recoveco de su alma había algo que añadía siempre a su regia sentencia: “… y seguramente jamás llegue a serlo”. Asumía por tanto, sin querer reconocerlo, que había alcanzado una especie de máximo de felicidad que difícilmente podría superar.
Al principio poco le preocupaba, pues Ondina le procuraba todos los placeres que él pudiera imaginar. Sabía que no era la más bella, ni la más lista, pero para él, hasta la mismísima Afrodita debería agachar la cabeza ante la belleza de su amada y la sabia Atenea buscar consejo en sus palabras.

Pasaron así los días y las semanas. Las semanas se amontonaron y tornáronse meses, los cuales se consumieron en años. Dos o tres pasaron hasta que, como suele ocurrir cuando no puedes pensar con claridad, Horacio y Ondina se dieron cuenta de que su amor se marchitaba, pero, tal vez, por miedo a acelerar su proceso, por pereza o cuál quiera que fuera el motivo (o los motivos) todo fue disolviéndose poco a poco y todo aquel amor, aquel compartir y aquella felicidad terminó.

Horacio lloró, maldijo, se enfadó, se apiadó, intentó comprender, pero el amor es un pensamiento del corazón, algo en otro nivel de raciocinio de lo que puede entender nuestro cerebro. Pasados muchos meses, buscadas muchas excusas Horacio, tras mucha batalla contra el más vil y peligroso de todos los pecados, la Pereza, y la desidia consiguió de nuevo recuperar las ganas de vivir y recogió las riendas de una vida que había maltratado y pisoteado a base de alcohol, drogas, sedentarismo e ilusiones y promesas que jamás debió hacerse. Por aquel entonces ya hacía demasiado tiempo de Ondina, ya apenas la veía, apenas sabía de ella. Al principio eso le horrorizaba, pues no sabía que era peor, si el punzante desconocimiento de su vida sin él o conocer verdades que seguramente no estaría preparado para soportar; o peor aún, mentiras que pretendían ser verdad para intentar no herirle. Piedad podrida, un espejo dónde reconocer sus debilidades y miedos. Con mucho esfuerzo consiguió dejarlas pasar y que el tiempo se las llevara mar adentro en el océano de la memoria. Poco a poco se fue despojando de aquello que no le propiciaba ningún bien, ningún beneficio e incluso ningún mal. Casi todo fue capaz de dejarlo ir, pero había algo que se resistía. Algo anclado a su alma y que seguramente solo la muerte lo libraría de ello; pues por mucho que lo intentaba había algo dentro suyo que impedía borrar las huellas de Ondina y su legado. La desazón, incluso el dolor que le propiciaba cualquier recuerdo de Ondina, por fugaz y vago que fuera, le producían un efecto similar al simple hecho de pensar en olvidar por completo a su antigua amada. Comprendió pues que esa era la condena por sus hechos, el precio que debía pagar por toda aquella felicidad gratuita de la cual disfrutó años atrás. Seguramente, en ese contrato no escrito que es el amor había una clausula en letra diminuta que advertía de este coste y que nadie, jamás, leyó. La bendición se convirtió en maleficio, aunque lo más probable, y lo que Horacio piensa, es que siempre lo fuera.

*ni me he molestado en releerlo.

lunes, 6 de mayo de 2013

Tot just fa un any


Avui fa tot just un any que un noi que coneixia va morir. Per aquest motiu, aquest matí després de llevar-me he encès el cigar de l’esmorzar i he preparat un maldestre pastís (si es que allò podia anomenar-se pastís) en una tassa per celebrar aquest dia. Pensava que tenia alguna espelma i m’he posat a buscar entre tota la merda i caos de la meva habitació. No he trobat res, com era d’esperar i ha estat aquest un d’aquells moments en que trobes a faltar a la teva mare i la seva extraordinària capacitat de trobar quelcom. El cas es que m’ha decebut força no poder trobar allò que buscava. Quina mena de pastís era aquell si no tenia cap espelma que bufar?
Acabant-me el tercer cigar del matí i quan ja pensava en llençar la tassa a les escombraries he vist a un racó de la taula una caixeta de llumins. He somrigut, n’he agafat un i l’he clavat al bell mig de la tassa. Ja tenia la meva espelma. Només en necessitava una; només fa un any que havia mort. I de pas, només fa un any que vaig tornar a néixer.
Avui es un dia especial per molts motius, més que els que he anomenat. Quan acabi tota la feina que tinc per avui i sigui ben entrada la nit encendré el llumí, demanaré un desig i brindaré amb whisky per mi mateix i per qui va morir. Jo només sóc un nen perdut d’un sol any de vida i un diari de records massa feixucs que m’empeny d’una banda a una altra. Pot ser que per això encara se m’escapin tantes coses...

sábado, 5 de enero de 2013

deseos en círculo

Desquiciado como el que más, cuando no me salen las cosas bien con los ordenadores y con todo el día sin  fumar, rebuscaba yo entre la inmundicia de mi habitación original unos CDs que me eran extremadamente importantes pero no recordaba dónde los guardé. Durante esa búsqueda tuve la dicha de encontrar un pequeño tesoro que creía olvidado, una serie de regalos que me fueron entregados y que, tonto de mí, no supe aprovechar...

1.un beso muy dulce y sabrosón.
2.unos calzoncillos muy sexys para noches especiales y picantes.
3.una tarde de risas y muchas chuches.
4.un bolígrafo rojo, otro azul y otro negro (para tomar buenos apuntes).
5.una tarde de birras y fútbol.
6.una cena barata pero romántica.
7.un pecado: una noche dulce, con masaje y el resto está por ver...
8.una noche de cine: con entrada, palomitas y bebida.
9.un "deseo" a tu antojo.
10.una funda nueva para tu portátil.

La felicidad abrazó mi alma y, de pronto, los problemas parecieron tan minúsculos que casi casi se solucionaron por si mismos...

martes, 31 de julio de 2012

+6

Avui és un dia una mica especial. Avui mateix, sis anys enrere, vaig tenir la “genial ocurrència” d’obrir aquest petit racó. Ni molt menys començava la meva maldestra aventura literària en aquell moment, però sí que la vaig fer diferent. Durant sis anys i de manera molt més interrompuda del que m’hagués agradat he anat recorrent un camí de contes de prínceps i princeses, d’històries de llàgrimes i somriures i sobretot de molt sentiment delirant. El temps es un mentider ja que, tot i sabent que han passat tots aquests anys, encara em vol fer creure que va ser ahir quan encara era aquell noi de cabells de punxa, que escrivia en aquesta bonica llengua més sovint i tenia masses ocells al cap, si més no, ocells diferents. Tot era més fàcil llavors. Així que això no és més que un petit i auster homenatge a aquell nano de setze anys, a totes aquelles noies convertides ja avui en precioses dones, a tothom qui em va fer sentir algun cop, a tota aquella gent que va perdre uns minuts de la seva vida per llegir-me, i sobretot al aquella persona en la que m'he acabat convertint. 


martes, 24 de julio de 2012

miradas


Se suele decir que los ojos son el espejo del alma y que si sabes ver a través de ellos es entonces cuando puedes conocer realmente a una persona. Hay miradas de todo tipo y aunque muchas pueden parecer iguales todas son distintas y propias de cada persona. Es así como cada uno tenemos nuestros ojos y mirada y por eso gusto normalmente de escudriñar en los ojos de la gente. Y no es fácil porqué hay miradas y miradas. Hay gente que tiene ojos planos como sus encefalogramas o miradas vacías que no dicen nada porque no tienen nada que decir. Tal vez sea yo que no sé ver, pero los aborrezco. También hay gente con mirada, como yo la llamo, normal que hacen relativamente fácil entender cómo se sienten, pero las que realmente me apasionan son esas miradas perdidas, los ojos profundos e insondables y, por supuesto, las miradas seductoras. Me fascina caer prendido bajo esas miradas que son a la par intrigantes y divertidas, tan dulces como aterradoras.
A veces en mis sueños recuerdo a la gente y sus miradas y soy capaz de ver a través de sus ojos, que de vez en cuando me desvelan lo que algún día quise saber. Y a otra noche allí estabas tú; no sé cómo te las arreglaste para aparecer tan de repente y pensé al momento que tal vez si hubiéramos aprendido ese truco la historia ahora mismo sería distinta. Sea  como fuere, allí estabas tú. Tan delicada como fiera, pero eso sólo es un recuerdo de hace mucho tiempo, de quién yo solía conocer. Sentí tu presencia al instante, embriagándome por completo pero no pude mirarte. No quería mirar tus ojos y que me contaran lo que la verdad había hecho. Hablaste con los leves ecos que aún retumban en mi cabeza, callaste y volviste a hablar sin que yo te dijera nada. Dijiste que te mirara a los ojos y me contaste ese tipo de cosas que nunca sabes muy bien si quieres o no saber. Me entró tanto miedo que corrí tan rápido como pude. Corrí… corrí hasta que mis músculos ardían y mis venas bombeaban ácido de batería; corrí hasta que me desperté.

Desde aquella cama que no era la mía, en una habitación que tampoco era la mía podía ver a través de la ventana como ese bucólico cielo norteño plagado de estrellas empezaba a amanecer. Me incorporé angustiado pero sin saber que ese nuevo día me traía la promesa de una nueva mirada.

miércoles, 27 de junio de 2012

La última flor de primavera


No recuerdo si ésto me pasó, lo soñé o alguien me lo contó. ¿Quién sabe?

Era una noche calurosa y húmeda de un tranquilo mes de junio de un año rocambolesco que no empezó en enero y que deseaba fervientemente que terminara cuanto antes. Iba él aquella calurosa noche con las ventanillas bajadas y el aire acondicionado puesto en su coche. Estaba dando vueltas, desde hacía ya cerca de media hora, en busca de un sitio donde poder aparcar. El calor se le hacía asfixiante y le hacía sentir pesado y la humedad impregnaba su piel y se la dejaba pegajosa. Puso el intermitente a la derecha, giró, siguió recto y volvió a girar, esta vez sin señalizar la maniobra y a lo lejos lo vio: un hueco para dejar el coche. Esbozó una leve sonrisa de alivio y avanzo lentamente saboreando aquel momento de victoria. Cuando empezó a echar marcha atrás se dio cuenta de que el hueco no era precisamente grande y que había calculado mal la maniobra. Le costó más de lo previsto pero al final consiguió meter el coche en el hueco y cuando apagó el motor suspiró: << ¡Por fin! >>.
Estuvo un par de minutos en silencio, mirando hacia la nada a través de los sucios cristales, con la mente completamente en blanco. Las dos voll-damm y el porro que se había fumado antes ya empezaban a causarle estupor. Miró a su alrededor y calculó que estaba a tres calles de su casa. Refunfuñó de pereza y cogió su mochila y rebuscó en ella hasta encontrar lo que necesitaba para hacerse otro porro. Mientras, oyó el ruido de unos pasos a lo lejos y miró por el retrovisor para comprobar quien era. No era más que una chica, pero no le dio importancia porque aún estaba lejos y estaba tan oscuro que no distinguía quien era. Posiblemente ella a él tampoco. Siguió haciendo la suya y empezó a prepararse la hierba, desmenuzó un cigarro sobre su mano y lo mezcló y fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía papel. Rebuscó rápidamente por sus bolsillos y por el coche con la mano que le quedaba libre mientras veía por el retrovisor como la chica que venía por el fondo de la calle estaba llegando ya a la altura de su coche. << Tal vez tenga papel…>> - pensó. Se incorporó un poco y cuando la chica pasaba por su lado dijo:
-          Disculpe señorita, ¿no tendrá un papel por ahí?
Durante el siguiente segundo se odió tantas veces como pudo. << ¿Disculpe señorita, no tendrá un papel por ahí? – Se maldijo en silencio - ¿No podrías haberlo preguntado de una forma normal? >>.
La chica arqueó los labios y esbozó una sonrisa que para él fue lo más dulce que le habían dedicado en mucho tiempo. Rebuscó en un pequeño bolso de piel marrón claro que llevaba cruzado entre sus pechos y sacó un librito de papel. Él la miraba y le pareció alta pero no lo sabría decir con seguridad ya que estaba sentado y no podía calcular bien. Le echó una ojeada rápida mientras la chica sacaba un papel y se lo acercaba. Tenía una larga melena azabache que le caía por los hombros y espalda abajo, piel morena y unos ojos oscuros, profundos como el océano. Era delgada, de porte grácil y se elevaba sobre unas piernas de vértigo que lucía con unos pantalones cortos de color blanco.
-          Toma – le dijo ella mientras le daba un papel - ¿Es hierba?
Él, que todavía seguía deleitándose de la visión que le ofrecía aquella bonita chica, tardó más de lo habitual en responder y finalmente, con torpeza contestó:
-          Sí… sí, claro.
-          Mmm… - pensó ella. No sabía como pero él se sentía embelesado por la presencia de aquella joven. - ¿Me podrías dar para hacerme un peta? Te lo pago, desde luego.
-          Bueno… -  tragó saliva y se aclaró la garganta – te propongo una cosa: yo te regalo un peta e incluyo en el pack mi compañía y una conversación agradable para que te lo fumes; sin compromisos. – Sacó la mano por la ventana y le acercó un cogollo. – Toma, cógelo. << Ya que hemos empezado mal… >> - pensó.
Hubo unos breves segundos de incómodo silencio. Él se sentía bastante estúpido por la situación en sí, pero bueno, se consolaba pensando que ya había conseguido el papel que necesitaba, se haría el porro y se iría a casa y no volvería a ver más a esa chica que acababa de conocer.
-          ¿Por qué no? – dijo ella - ¿Puedo entrar?
-          Sí, claro – contestó sorprendido mientras se echaba hacia la puerta del copiloto para abrírsela desde dentro.
Ella entró y se sentó y volvió a dedicarle otra sonrisa.
-          Vaya, no me malinterpretes, pero no creí que realmente aceptaras mi propuesta – le dijo él con una sonrisa con la que intentaba disimular su absoluto asombro.
-          ¿Y por qué no? – repitió ella.
-          También es cierto… Bueno, me llam…
-          No, no, no. – le cortó cuando él se disponía a decir su nombre – No me digas cómo te llamas, así será más divertido. Te llamarás… Verde. Sí, Verde – asintió.
Desde luego esa chica era una auténtica caja de sorpresas. Clavó su mirada en sus profundos ojos que destellaban levemente en la penumbra del coche.
-          Está bien, entonces tú te llamarás Primavera, ¿te parece?
-          ¡Oh, sí! Es muy bonito, me gusta – se incorporó y dio dos besos al muchacho – Encantada de conocerte.
-          El placer es mío.
-          Y bueno Verde, ¿qué me explicas?
Verde estaba tan desubicado por aquella extraña situación que parecía retrasado. Él solo quería fumarse un porro de camino a casa, llegar, beber agua y dejarse llevar hasta altas horas de la noche frente a su libreta, frente a la pantalla del ordenador o simplemente frente a una pared con su mente apuntando al infinito. Pero no, había tenido que hacer la gracia. Ahora estaba con aquella preciosa desconocida recién bautizada con el nombre de Primavera y no sabía cómo reaccionar. Nunca se le habían dado especialmente bien las mujeres…
-          Perdona mi actitud, – contestó por fin Verde – normalmente no soy tan retrasado pero es que no sé, todo esto me ha sorprendido bastante…
Primavera rió. Su risa era una melodía aún más dulce de lo que  lo era su sonrisa.
-          Pásame la hierba, está dentro de mi mochila; le voy a echar un poco más, para los dos. ¿O prefieres hacerte tú uno?
-          Está bien así, ahora te lo busco – Primavera cogió una pequeña mochila negra de saco que había a sus pies - ¿Aquí?
-          Sí.
La chica cogió la mochila, la abrió y sacó una pequeña bolsita hermética donde Verde guardaba la marihuana. El chico la cogió y empezó a explicarle cosas a Primavera para darle la conversación que le había prometido, sin prestarle mucha atención, concentrado en lo que hacía.
-          Pues mira, soy Verde, aunque normalmente respondo a otro nombre. Tengo 22 años y…
Verde giró la cabeza para mirar a la chica y vio que ésta estaba curioseando en su mochila hasta que sacó de ella una pequeña libreta de duras tapas negras y amarillentas hojas. La libreta estaba cerrada con una goma negra y Primavera miraba con ojos de fascinación mientras le daba vueltas.
-          ¿Puedo abrir y cotillear?
-          ¿Qué esperas encontrar? – contestó Verde mientras hacía ruido con el papel con el que estaba liándose el porro.
-          No lo sé, pero nunca había visto a nadie que llevara una libreta de este tipo encima.
-          Pues no sé, ahí dentro hay un trozo de mí, podría decirse. Ese trozo hecho palabras que sólo tú sabes que existe y conoces.
-          Pues entonces será mejor no mirar. – dejó la libreta sobre su regazo dispuesta a guardarla. – Lo siento, a veces soy demasiado curiosa…
-          No te preocupes mujer – dijo Verde con una sonrisa – Tal vez así sea más fácil presentarme… - se echó a reír – Espero que no te asustes.
La chica asintió agradecida y con delicadeza cogió la libreta, retiró la goma y la abrió. << Es realmente preciosa.  - pensó Verde mientras se encendía el porro y fumaba. - ¿Cómo cojones está pasando esto? >>. El sonido que hacían las gruesas hojas al moverse le devolvieron a la realidad. La chica a su lado estaba leyendo en diagonal los largos párrafos de tinta negra y azul y prestándole atención a pequeñas frases sueltas o breves poemas de pocos versos. Ambos permanecieron en silencio: ella leyendo y él fumando. Verde se sentía extraño, tal vez algo incómodo. Normalmente lo estaría comiendo la vergüenza pero las dos cervezas y la marihuana hacían que de desinhibiera rápidamente de aquella sensación.
-          ¿Quién es ella? – preguntó Primavera rompiendo el silencio que ya empezaba a instaurarse.
A Verde le dio un vuelco el corazón.
-          Ellas. Algunas fueron y otras tal vez serán, o no. ¿Quién sabe?
-          Pues es muy bonito.
-          Tú también eres muy bonita. – contestó él con pasmosa espontaneidad.
Ambos se sonrojaron. Ella por las palabras que le acababan de dedicar y él por esa terrible vergüenza que le recorrió todo el cuerpo de arriba abajo a causa de la mala pasada que acababa de jugarle su inconsciente.
-          Vaya, gracias – dijo ella con otra dulce sonrisa, enseñando sus blancos dientes. – Eres un tío extraño Verde, pero interesante.
-          Pues espero poder decir lo mismo de ti. ¿Qué escondes tras esa mirada? – contestó Verde mientras le pasaba el porro que compartían.
-          Poca cosa, no te creas. Soy una chica bastante sencilla aunque muchas veces se me podría tachar de poco convencional. Como ya he demostrado soy muy cotilla y muchas veces me meto dónde no me llaman. Me encanta imaginar, soñar, fumar, desinhibirme, leer y hablar, por si no te habías fijado.
Durante un buen rato siguieron hablándose de sí mismos el uno al otro mientras se iban pasando el porro con cordialidad. Como siempre, Verde permanecía prácticamente callado, atento al monólogo de su contertuliana e interviniendo tan solo cuando él veía conveniente.
-          Tengo la boca seca de tanto hablar… - se quejó ella al rato.
-          Es normal. – contestó Verde. Aunque él apenas había hablado en comparación con Primavera también tenía la boca reseca – El problema es que no tengo nada para beber. Si te apetece podemos ir a dar una vuelta y tomamos una cerveza…
-          Me parece bien.
-          O mejor aún, conozco un rincón para ver la ciudad, y solo para ver la ciudad; podemos comprar unas cervezas y subir – propuso él.
-          Mejor me parece – reafirmo ella mientras se abrochaba el cinturón y tiraba por la ventana la tacha que quedaba del porro, no sin antes darle el último tiro.
Verde encendió el motor diésel de su sucio coche y empezó a maniobrar para sacar el vehículo de dónde tanto le había costado aparcarlo antes. << Ya verás tú para aparcar luego… ¡¿Pero qué cojones?! >> - pensó mientras ya ponía segunda y aceleraba. Tal y como había propuesto, dieron una vuelta para comprar unas latas de cerveza fría y diez minutos después el coche blanco giró a la izquierda y luego avanzó unos metros por una calle cuesta arriba, se hizo a un lado, frenó y paró el motor. Allí a su izquierda, frente a ellos dormía, salpicado por numerosas lucecillas amarillentas, su pueblo. Entra las hileras de luces se alzaban edificios de no más de seis o siete alturas frente a un manto de verdes pinos, oscurecidos por la noche, y al fondo de todo se extendía el Mediterráneo. Verde iba mucho allí  y ya estaba acostumbrado pero, en noches como esas en las que soplaba una agradable brisa, si prestabas atención podías llegar a notar el olor a salitre del mar. No eran las mejores vistas del mundo, pero eran sus pequeñas vistas y les tenía especial estima.
-          Tal vez no es lo que te esperabas. Estoy convencido de que por allí hay sitios como éste, pero mejores, pero no sé llegar – dijo Verde mientras señalaba hacía la derecha, dirección a la playa.
-          No, para nada. Este sitio está muy bien.
Detrás de ellos, al otro lado de la calle había un pequeño muro de piedra que daba inicio al monte que rápido se perdía de vista tras una leve cuesta. Cogieron las cervezas y fueron hasta el muro para sentarse y contemplar las vistas que se ofrecían. Cuando abrieron las latas, la de Verde estaba movida y al abrirla salpicó espuma y le bañó la mano. Ambos se rieron y Primavera sacó de su pequeño bolso un paquete de pañuelos y dio uno a Verde para que se limpiara la mano.
-          ¿Y todo eso que escribes en la libreta,  – empezó a preguntar ella – a qué viene?
-          Pues no sé, – se encogió de hombros – simplemente escribo porqué lo necesito.
-          ¿Sientes la necesidad de escribir poemas?
-          Sí, supongo.
-          ¡Léeme uno! – le pidió ella con entusiasmo.
-          Bueno…
Lo cierto es que a Verde no le apetecía recitar ninguno de los poemas que había escrito, no por qué no le gustaran ya que de otro modo los hubiera tachado, sino por qué no le gustaba el sonido de su voz al recitar un poema. Su voz era grave y ronca en cierta medida y no pegaba para nada con la temática de su pequeña y humilde “obra literaria”. Aun así escogió una breve composición de doce versos octosílabos y la recitó con cierta gracia.
-          Es muy bonito, pero también es muy triste. – dijo Primavera mientras Verde bebía de su cerveza.
-          Esa era la idea – contestó mirándola a los ojos, pero con su mirada perdida en tiempos pasados.
-          ¿Y por qué no puede ser solamente bonito?
-          Porqué el dolor no es bonito…
Ambos permanecieron en silencio. Primavera siguió leyendo y Verde sacó de su mochila su paquete de tabaco negro y se hizo un cigarro. Fumó rápido, absorto en su mundo interior recordando los motivos de tanta tinta vertida en aquella pequeña libreta de gruesas hojas amarillas.
-          Pues más que dolor yo lo llamaría amor – dijo ella.
-          El amor no deja de ser dolor. – Verde dio la última calada al cigarro y lo tiró al suelo – Tú con lo guapa que eres deberías saberlo. ¿O tal vez no?
Aquellas palabras parecieron no gustarle mucho a la chica que hizo una mueca que bien podría ser tanto de aprobación como de rechazo. Él se dio cuenta y rápidamente se disculpó.
-          Me halagas, pero realmente no creo que sea tan guapa. – cerró la libreta y se la devolvió a su dueño. – Eres un tío extraño Verde, pero me gusta. Improvísame un pequeño poema.
-          ¡¿Cómo?! – Verde no cabía en su asombro; ya no recordaba cuando fue la última vez que alguien le pidió algo similar - ¿Por qué? – se limitó a contestar.
Pensaba tan rápido que si hubiera querido decir otra cosa seguramente solo habría salido de su boca un balbuceo largo e ininteligible. Pero los oscuros y profundos ojos de Primavera tintineaban de forma mágica con el reflejo de la luna y a Verde le dio un vuelco el corazón. Le latía tan rápido que pensaba que iba a salírsele del pecho de un momento a otro.
-          ¿Por qué? – volvió a preguntar.
A verde, obviamente le gustaban sus poemas, porque eran suyos, pero también pensaba que no eran gran cosa. Los había enseñado a varias personas pero realmente nadie le acababa de decir que pensaba de ellos críticamente. La mayoría de la gente se limitaba a decir que eran bonitos y él se lo tomaba como un cumplido de cordialidad, una respuesta respetuosa y agradable pero vacía.
-          Porqué lo poco que he leído tiene pasión, tiene magia. Es dulce, pero a su vez es duro y cotidiano. Yo quiero sentir eso – Primavera cogió la mano del chico – Eres extraño Verde. Eres un loco de los que ya no se encuentran. No te lo pienses, como yo no me pensé lo de subir contigo al coche.
En esos momentos Verde la hubiera cogido y la hubiera besado y hubiese bebido de ellas y la hubiera hecho suya, pero se limitó a tragar saliva y a asentir con la cabeza mientras estrechaba su suave mano.
-          Está bien – contestó Verde – pero dame algo de tiempo. Si quieres hazte un porro y mientras yo contaré sílabas.
Primavera cogió su bolso y sacó papel y tabaco. Luego cogió la mochila del chico y rebuscó hasta dar con la bolsa de marihuana y el grinder y empezó a prepararse el porro. Mientras tanto Verde contaba con los dedos, escribía y tachaba, escribía y tachaba. Cinco minutos después Primavera ya había terminado su tarea así que avisó al chico, que justo terminaba de escribir un verso más.
-          Yo ya he terminado de liar, ¿cómo lo llevas tú?
-          Bueno, supongo que será suficiente. Ten en cuenta lo rápido que ha sido…
-          No te preocupes, - le sonrió ella – léeme.
Verde empezó a leer el poema que acababa de escribir.

En lo alto del camino,
abrazado a una farola
encontré yo mi destino
y me dijo: << ya es la hora >>.

Seguí yo por el camino
sin pensar en la sorpresa,
pues vi yo lo más divino,
encontré yo a una princesa.

La invité yo a mi palacio
y miráronme sus ojos.
Quiero besarla despacio
y por eso me sonrojo.

Tras las últimas palabras el silencio volvió a reinar. Fueron tan solo unos segundos pero se hacían interminables. Él no se veía pero sabía que tenía la cara roja de vergüenza y notaba como en su pecho el corazón le latía mucho más deprisa que antes. La miraba pero no sabía descifrar qué quería decir ella con la expresión de su cara. La incertidumbre lo aplastaba. << A la mierda. >> - pensó y con un movimiento rápido pero tierno puso su mano derecha en la mejilla de Primavera, aceró su cara a la de la chica y la besó. << Huele a flores y sabe a dulce fruta >>. Fue un beso húmedo, breve pero intenso. Separó lentamente sus labios de los de ella. A penas dejó de notar el sabor de la cerveza de la boca de Primavera cuando ésta se le abalanzó buscando un nuevo beso. Se le echó encima con tanta fuerza e imprevisto que Verde perdió el equilibrio y casi caen de espaldas contra el mudo, pero logró mantener el equilibrio apoyándose con su mano izquierda.
Siguieron besándose durante un rato. Ella acariciaba con dulzura la barba de tres días de Verde y rodeaba su cuello con ambos brazos. Él seguía con la mano derecha sobre su mejilla, acariciándola con el pulgar. Se besaban allí, sobre el muro, apartados de la vida en medio de una exaltación de pasión y deseo. Se movieron para estar más cerca el uno del otro y sin querer Primavera dio un golpe a una lata casi vacía que cayó al suelo, salpicando y escupiendo espuma por la abertura sobre el asfalto. Esto hizo que por fin se separaran y se miraron a los ojos por primera vez desde que empezaran a besarse. El deseo ardía fuerte en sus ojos, en los de Verde y en los de Primavera. Verde no sabía si debía decir algo o no, hecho que empezó a preocuparle durante unos segundos hasta que, por suerte Primavera, con un susurro delicado a la vez de lujurioso dijo:
-          Quiero ser tu musa esta noche.
-          Pues yo quiero ser el poeta que hará de ti poesía.
Cuando cesaban los gemidos se podía oír sufrir a los amortiguadores del coche que se quejaban con agudos ruidos. Durante esa noche bebieron de las dulces mieles del placer, abocados el uno al otro en medio de un frenesí de salvaje deseo.*

Eran las 5:39 de la mañana y aunque aún faltaba para el amanecer, a lo lejos sobre el mar ya empezaba a clarear. En el coche sonaba suavemente Kase O. El humo del tabaco de los cigarros que estaban fumando se escapaba por la ventana. Verde estaba medio incorporado en calzoncillos, con el brazo apoyado en la ventanilla del asiento trasero con Primavera en su regazo, encogida, con la cabeza apoyada sobre el pecho de Verde, abrazándolo, también en ropa interior.
-          Eres un tío extraño Verde, pero me gustas.
-          Pché… – soltó una leve carcajada y no dijo nada más.
Acabaron el cigarro, estuvieron un rato más abrazados, acariciándose los cuerpos y se besaron de nuevo y recogieron sus ropas. Se vistieron y se fueron. Verde conducía rumbo hacia su casa cuando cayó en la cuenta de que no sabía dónde vivía Primavera.
-          Por cierto, ¿dónde te llevo?
-          Déjame por dónde habías aparcado antes. Mi coche está allí cerca.
-          ¿Dónde vives?
-          En un jardín de florecillas silvestres – contestó ella haciendo alusión al pseudónimo que le había puesto Verde al principio de la noche.
Él rió y asintió. Condujo hasta que llegó dónde tenía aparcado el coche antes y el hueco que había dejado obviamente ya no estaba.
-          Yo no vivo por aquí, pero antes no encontraba sitio cerca de mi casa. Ahora iré a probar suerte. ¿Te dejo por aquí?
-          Mi coche está al girar la esquina – contestó ella.
Verde avanzó lentamente hasta la esquina pero el coche de Primavera estaba calle arriba y eso era dirección prohibida. Se hizo a un lado, paró en la esquina y puso los intermitentes.
-          Ha sido una noche fantástica – dijo Primavera con una sonrisa.
-          Sin duda.
Se besaron con dulzura y cierta pasión y Primavera bajó del coche. Dio la vuelta por delante y se detuvo delante de la ventanilla de Verde.
-          Gracias por haberme regalado esta historia que solamente es bonita – le dijo el chico.
Primavera sonrió.
-          Eres un tío extraño Verde, pero me gustas.
Lo besó por última vez, se dio la vuelta y se fue calle arriba y no volvieron a saber más el uno del otro.
Ya solo queda el verano.


Nota: Me duelen las manos de escribir, llevo cerca de 3 días escribiendo esto y no lo he releído como seguramente debería. Seguramente esté minado de faltas. Lo de los guiones y el formato es cosa del fantástico editor de blogger...
* Existe la versión porno y sin censura, pero si alguien la quiere leer tiene que ganársela.