Blanco. Sereno y tranquilo, un
pequeño orbe de paz que gira y gira salpicando creatividad. En un momento mi
mente se pone en marcha y me abstraigo del mundo para presenciar el divino espectáculo
de vida y de muerte, de creación y destrucción que tiene lugar en mi cabeza. Es
tal ese frenesí que, en mi Soberbia interior, siento que me elevo tanto que
llego hasta ver a dios por debajo del hombro. Floto en ese mar de ideas, en ese
lugar donde mil historias se tejen al instante frente a mis ojos. Cabalgo por
los vastos prados de la imaginación en aras de la catarsis, en aras de un ápice
de paz.
Rojo. Pero de pronto siento que
me invade el pecho algo que no sabría explicar, una presión interior que sube
mi ritmo cardíaco, que me hace respirar más fuerte y que nubla mi mente. Siento
que en mis venas hierve ácido y que en mi cabeza se detiene todo ese frenesí de
creación. Siento la Ira visitándome. Todo se tiñe de rojo y llega el caos. El
fuego está por todas partes y los demonios que siempre creo haber vencido,
vuelven y me rasgan las entrañas. Me hundo en
un mar de azufre, cada vez más y más.
Verde. Cuando recupero mi “consciencia
interior” aparezco, como siempre, abatido sobre un campo de fresco verde,
rodeado de cenizas. Ese campo verde de desolación, lleno de cráteres de mis
anteriores caídas de la vida, de esperanza machacada, mi recoveco. El viento
revolotea y mece la hierba antes de llegar hasta mí como un soplo fresco de
alivio para mis delirios. Permanezco tumbado a la vera de la Pereza, mirando al
firmamento y rogando a los dioses con sordas plegarias que el velero de mi vida
llegue, por fin, a buen puerto.
Negro. Por la mañana despierto
con los músculos engarrotados, el estómago girado y la boca seca, con la lengua
pegada al paladar. La cabeza me va a estallar y solo el humo y la penitencia
silenciosa calman ese instinto asesino que despierta en mí esa desgraciada
imagen que me devuelve el espejo. Cuando enciendo el cigarro y trago el humo
noto como éste baja por mi tráquea y se expande violento, como una estampida en
mis pulmones; es entonces cuando noto que falta algo. No tengo ningún cáncer que
me mata lentamente, ni soy huésped de parásitos que me devoran pero esta noche
hay algo en mí que ha muerto. Un mordisco de la cruda realidad que me era
necesario. Palabras, palabras vacías que ya me conozco y se las lleva el
viento.
¡Extraña y desconocida tú seas y muera para siempre quien alguna vez creyérase poeta!
¡Extraña y desconocida tú seas y muera para siempre quien alguna vez creyérase poeta!
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