miércoles, 22 de enero de 2014

guerra

Marchan los hombres
al son de los tambores;
hacia la guerra marchan,
dejando atrás sus hogares
sus hijos y mujeres.
Marchan los hombres
con las lanzas y los escudos,
con el miedo a hombros
a la esperanza cantan.
Estos son los hombres
viejos y jóvenes
que en la guerra luchan.
Los tambores suenan
con estruendo sordo;
las espadas chocan,
bailan la danza del acero.
Marchan los hombres
ni justos ni villanos,
en la guerra solo es bueno
el hombre que ya ha muerto.
Marchan los hombres,
a casa vuelven
los que han sobrevivido.
No celebran la victoria
porque marchan hombres
que desean haber caído.

martes, 21 de enero de 2014

El inmortal muerto. El mortal que no muere.

[…] Entonces yo moriré, algún día, espero; y todas esas hojas (las que he escrito y escribiré) dejarán de pertenecerme y no serán ya más mi problema. – sentencié.
- Pero eso suena muy triste –replicó ella con amargura. – No deberías hablar de ese modo, ni mucho menos de morirte.

- Si no morimos, ¿tendría algún sentido la vida? De hecho, ¿acaso tiene alguno? La muerte es algo que la propia existencia requiere y sin ella la vida sería infinita. Es aquí donde, a raíz de mis queridas relecturas de Borges, especialmente un relato de su magnífico El Aleph, se me plantea una suerte de paradoja que me atormenta de vez en cuando. A saber: suponiendo que yo estuviera marcado por la maldición de una vida inmortal, varias cosas -infinitas, de hecho- me ocurrirían. Entre de ellas está que para mí el tiempo desaparecería. Los meses pasarían como días, los años como meses, las décadas cómo años… No existiría pasado ni futuro, todo sería un continuo presente que nunca termina. En este infinito momento todo me ocurriría tarde o temprano, si se me permite la inconsistencia, al menos todo lo posible, pero esto también es discutible. Ahora bien, dentro de las posibilidades está también la temida y deseada muerte que me liberaría del tormento de una existencia inagotable. Sin embargo, el hecho de que yo, inmortal, pudiera morir en alguna ocasión me devolvería al tiempo y al mundo finito y la mortalidad. Todo lo que me pueda ocurrir entonces se resume apenas a varios miles de acontecimientos. No puedo sino pensar en que cabe la posibilidad de que la muerte no entre en la serie de suertes que van a acontecer en mi vida finita; de este modo me volvería de nuevo inmortal… - hice un alto en mi disertación. Tenía la boca completamente seca, no estaba acostumbrado a hablar tanto tiempo seguido. Miré a Elisenda y su mirada estaba hundida una mezcla extraña de incomprensión y fascinación. Bebí agua y terminé – Seguramente haya muchísimos detalles en las que no reparo ni acierto en pensar y que conviertan todo este razonamiento en una tontería, pero no soy capaz de ver dónde yerro… […]

Si me ausento por un tiempo, disculpen. Estoy con algo entre manos, si acaso a alguien le importa.

martes, 7 de enero de 2014

fragmentos#2

Puedo escribir sobre ésto y aquéllo, sobre lo grande y lo pequeño, del placer y el sufrimiento; de amores que no siento y de dolores que no tengo. Puedo escribir sobre el odio, el perdón y el arrepentimiento. Borracho, con el corazón abierto, desierto. Puedo escribir del rico y el plebeyo, de ellas, de ellos, de la vida y los sueños. Sobre el amor bello, lo nunca olvidado, lo real y lo fingido. Sobre ésto y aquello, el todo y la nada, por supuesto. 

Pero si mañana digo que ya más no escribo, mátame, tú que dices que me quieres.
Una por haber mentido.
Dos, por estar cansado de estar vivo.
Garabateo. Ya no sé ni lo que digo.

lunes, 6 de enero de 2014

Gracias por el regalo

No te fui sincero por completo y por ello te pido que me perdones. De hecho no espero que lo hagas, o tal vez sí; no me importa realmente, hace mucho tiempo que esas cosas dejaron de pesarme en el alma.  Esas y muchas otras cosas más. Me he escudado en mi interior, recluido en esta carcasa de carne y hueso que tantas veces desee cambiar en un pasado, dejando que todo, los golpes y los besos, las inclemencias y la dicha, golpearan en él como lo hace el mar impasible en el rompeolas. Y mientras tanto yo me he creído emperador de mi minúsculo impero infinito, me he sentido ajeno a lo que ocurría en el mundo. Lo que un día me importó hoy apenas lo recordaba. Quién un día amé ya apenas lograba arrancarme una sonrisa. Me he condenado al caprichoso regalo del aislamiento. Inmune e invulnerable. Frío y solitario. Sin sabor de felicidad ni hedor de tristeza. Vacuo, estéril, blanco, como sin ganas de vivir.

Pero a pesar de ello no lo vi venir. Ocurrió hace poco, o tal vez hace mucho ya, todos los días me parecen iguales. Me encontré de nuevo con las princesas de mis cuentos, con las sirenas de mis mares inventados que me susurraban con dulzura al oído. Acudieron a mí los fantasmas de mi pasado, los demonios que me afligieron. Las ruinas de lo que construyera, las ciudades dónde seguía creando vida. Nada de sorprendente encontré en ello, yo los llamé y ellos acudieron. El cielo era azul ceniciento y el viento soplaba medio frío en los recovecos de la ciudad. Yo fumaba cuando de pronto todo ocurrió. Dos preguntas furtivas, rápidas como el rayo, dos latigazos y dos respuestas sacudieron el baluarte dónde yo me sentía inmune. Apenas nada ocurrió, pero me dolió, más de lo que pareció, menos de lo que creí. 

Desde entonces he dormido mucho, pero no he descansado apenas. Todo seguía igual: el pasado seguía atrás, alejándose de nuevo, movido por el tiempo hasta los confines de mi memoria fragmentaria. El futuro seguía siendo tan intrascendente como siempre y el presente engendro del recuerdo del ayer y progenitor del insípido mañana. Yo cumplía con mis cometidos, sonreía cuando se esperaba que lo hiciera, callaba si no era estrictamente necesario hablar y fumaba cuando podía. Si disponía de tiempo leía, y mientras tanto mi cabeza trabajaba laboriosamente; como siempre.

Hoy he despertado, solo de nuevo. Me he lavado los dientes y de camino a la cocina me he detenido. He mirado instintivamente dónde de pequeño recordaba el árbol de navidad, guardado en su caja desde hacía ya muchos años. No había regalos para nadie. Llevé mi mano derecha hacia mi pecho y sentí mis latidos. Miré mis manos vacías luego y sonreí imperceptiblemente. Seguía pensando en aquel día y de pronto vi en mis manos en el bendito regalo del dolor. Gracias por ello. 

A veces un hombre necesita comprobar cuánto es capaz de soportar. 

viernes, 3 de enero de 2014

fragmentos#1

Siempre te quise,
más cerca o más lejos,
hacia uno u otro lado.
Sopla las velas,
pide un deseo
y lanza el dado.
Ese siempre te quise
es un aún te quiero
que me ha condenado.

martes, 31 de diciembre de 2013

Un último escupitajo

Hoy será un día más, como otro cualquiera. Trascenderá del mismo modo que lo han hecho los distintos martes, miércoles, o domingos que he podido vivir hasta hoy. Me he despertado, he desayunado poco, me he duchado y he procurado ocupar mi tiempo vacío. Ahora comeré y después seguiré procurando ocuparme del indefinido paso del tiempo. Esta noche cenaré, solo, seguramente poco y sencillo, fumaré y me iré a dormir, como si fuera un día más, pues de hecho sigue siéndolo.

martes, 17 de diciembre de 2013

Déjenme

Abrió las sábanas y se recostó a mi lado. Temblaba, como una hoja triste que cuelga los últimos días de otoño cuando sopla la brisa fresca y salada. Antes siquiera de que pudiera empezar a disfrutar de su compañía, se acercó más a mí, encajándose en mi forma y poniendo mi brazo sobre sí. Notaba su espalda delicada robándome el calor y su mano apretando con cariño la mía. Sentía el tacto de su piel sedosa y me preguntaba cómo podía ser tan suave. Su olor me embriagaba. Su cuerpo y el mío poco a poco se iban fundiendo, creando algo difuso pero delicioso. La sentía, sus latidos, su respiración, su cabello invadiendo mi cara, mi brazo entre sus pechos firmes, tersos y delicados.

No podría asegurar si aún seguía durmiendo y todo esto fue tan sólo un sueño, del mismo modo que no puedo asegurar si alguna vez he dejado de soñar desde que algún dichoso día me echara a dormir. Si aquello fuera un sueño, yo soñaba contigo y tú dormías. Yo era el soñador y tú el desinteresado pero feliz sueño que yo no buscaba. Si entonces tú me soñaras, yo sería el sueño y tú la soñadora. Yo sería tú y tú serías yo; ambos seríamos uno, como si el amor nos hubiera abrazado a los dos.
En cualquier caso, no me despierten, por favor. Muchas gracias.