viernes, 3 de agosto de 2007

Cuatro noches y la pasión

Nunca pensó que llegaría a desear con tantas ganas que lloviese cada día como durante aquel verano. El sol, el buen tiempo, el calor; ninguno de ellos era agradable si trabajabas de camarero en la terraza de una heladería. Y él lo era.

Entre semana, a eso de las cinco de la tarde, bandeja en mano empezaba una nueva jornada. La verdad era que ser camarero era algo que le gustaba pero no acababa de entender el porque. No soportaba a la gente y menos cuando se ponían quisquillosos o simplemente cuando hacían algo que le irritase (cosa que no era muy difícil). Pero pese a todo había vuelto a eso de la hostelería.

Cada día sirviendo mesas, llevando helados, granizados y horchatas. Y cada día igual de ausente, pues no podía evitar reprimir ese sentimiento que latía en su interior y no terminaba de saber que era. Primero calidez, después fuego, ardor, furia; y luego, cuando lograba reprimirlo un poco, acaecía creación. Creación que se desbordaba por sus dedos y se materializaba, gracias a su bolígrafo de apuntar los pedidos, sobre servilletas, hojas, tiquetes o cualquier papel. Creación que, según él, se malgastaba.

Un día, cuando ya tenía servidas todas las mesas, se apoyó en la barra y, como de costumbre, se quedó mirando hacia fuera. Era una calle céntrica y cualquier hora era buena para pararse a ver a cualquier chica guapa que pasase y le alegrase un poco la vista. Como de costumbre miraba, sonreía, alguna que otra vez comentaba con algún compañero, y dejaba la imagen perdida en la memoria. Pero aquella vez fue distinto, aquella chica de los shorts negros, la que había pasado hacia las seis, ahora, una hora y media más tarde volvía a pasar de nuevo. Y cruzaron una mirada. Fue muy rápida, muy corta, pero muy intensa. El camarero, con la bandeja llena de vasos y copas, pudo, por un momento beber un sorbo de esa mirada. Un sorbo que duró un instante hasta que la chica desapareció a la lejanía.

Dos días después, cuando la terraza estaba bastante concurrida, era la hora en que el camarero solía volverse más áspero. No le acababa de gustar que la gente no entendiese que él no era uso exclusivo de cada cliente. Pero aguantaba; respiraba hondo y salía a la terraza, caminando con prestigio y ensayada sonrisa en la boca.

Cuando la cosa empezaba a calmarse y el reloj casi marcaba las ocho de la tarde, un par de chicas bastante guapas se sentaron en su zona de la terraza. Y su zona era suya. Caminaba con paso seguro y mirada distraída hacia ellas y cuando fijó la vista en las chicas vio que una de ellas le sonaba, pues era la chica de los shorts negros. Y agradeció a la nada que se hubiese vuelto a pasar. No sabía muy bien porqué pero había vuelto a pasarse.

Les tomó nota y cuando las sirvió le dedicó una sonrisa. Pagaron y les llevó el cambio, como solía hacer con todos los clientes, y se fue a recoger otra mesa que había quedado libre. Cuando volvió a pasar por su lado, ésta le hizo detenerse, acercándole el platito del cambio dónde habían dejado una propina. Él, agradecido, le volvió a dedicar otra sonrisa y continuó su camino hacia la tienda para vaciar la bandeja. En el corto trayecto que hizo pudo ver como en el platito, a parte de un par de monedas había un papel que no parecía un tiquete. Sin perder tiempo en ver que era lo cogió y lo guardó en el bolsillo.

Afuera la faena se le acumulaba así que no reparó mucho en averiguar que era aquel papel. Y así fue hasta que terminó la jornada. Hasta entonces no se volvió a acordar del papel que había recogido por la tarde del platito de la propina. Lo abrió con cuidado y vio que en él había escrita una dirección de Messenger. Se intrigó; lo había visto en películas, lo había visto en series… pero ¿en la realidad…? Esas cosas tan solo pasan en las películas, se dijo. Entonces guardó el papel en el bolsillo de nuevo y se fue para casa.

Como siempre llegaba tarde a casa, cerca de las dos de la noche. Para él no era problema, por la noche nadie le molestaba y esos ratos de noctambulismo los aprovechaba para escribir todo aquello que se le ocurría en aquellos momentos de “desenfreno” que le daban. Sinceramente, cuando escribía no podía evitar sentirse realmente solo. Pero ya se había acostumbrado.

Abstraído en sus pensamientos se acordó en el bolsillo del pantalón de trabajo tenía guardada aquella dirección de correo. Sin saber muy bien porqué decidió agregarla para ver quien era. Y para sorpresa suya, pese a la hora que era, aquella persona estaba conectada.

No le atraía mucho la idea de hablar con gente que no sabía quien era así que esperó a que él o ella le hablase primero. Pero no hubo respuesta. Se intrigó y decidió ir a dormir.


Bueno, la tengo pendiente de continuar. No sé cuanto me va a llevar ni cuanto la voy a alargar. Pero si no pasa nada, no creo que tarde nada...
El titulo me gusta pero no me acaba de convencer =/

En fin... supongo que a alguien le debo una historia de amore...
*respecto a la palabra tiquete, ya sé que suena como el culo, pero se dice así…
zaludos a todozz!

EDITADO 8/Agosto/07: Esta historia queda inacabada por motivos personales hasta nuevo aviso (el cual no creo que llegue). Gracias

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno por lo que veo no lo pasas tan mal trabajando, no??? Espero que no tarde en llegar la segunda parte.

Me voy de vacaciones así que creo que estaré unos días sin pasarme por aquí pero bueno... Que vaya todo muy bien!!!! Un beso!!!!

Adéu!!!!!!!

~albertt dijo...

Pásalo bien =D

Alice dijo...

Molaria tanto que pasara algo asi xD
la verdad esque te entran ganas de volver a ser camarera xD
Bueno a ver si consigo descubrir bien como funciona esta cosa...y hago mis publicaciones :P

Saludinees!

Anónimo dijo...

prncipiTº exbs d- a tu prncsiTª??
JiJi
tu km smprEEE trmndOOOO xD
ets km l vi, kn ls años ( n ste caso dias y meses ) mejorAAAsss
sisK lbrT k imgncioNN y k hbilidD xr scriurEEEEE.

a veR si t veIG xD
kisuSSSSSSSS ptitu meWWWW