jueves, 15 de noviembre de 2012

limbo


¿Habrían pasado semanas, meses, tal vez años? Quizás tan solo unas pocas horas, incluso minutos. Flotando en medio de la nada, del vacío más absoluto se pierde toda noción. El tiempo y el espacio hacen filigranas y dejan de ser perceptibles. La razón y la experiencia se vuelven inútiles para poder entender todo lo que ocurre. ¿Cuánto hace que no como? ¿Y que no duermo? En este sitio eres como una vela recién encendida: sabes que llegará un momento en el que te consumirás, lenta pero infatigablemente, hasta la muerte. Ardes y ardes, sabedor de tu destino y esperas el fatídico momento. Pero llega un momento en que empiezas a entender que, en ese sitio en el que te encuentras, ese momento no llegará jamás y poco a poco vas viendo las cosas de otro modo. ¿Debería desear que el fuego me consuma de una vez por todas, mi propia muerte? En el limbo no existen ni el tiempo ni el espacio y, cuando nada se tiene, hasta el más cuerdo se abraza a la locura…
Cierro los ojos y me dejo llevar como el río que fluye entre los sauces. La batalla está perdida y yo soy un soldado sin ejército.

viernes, 9 de noviembre de 2012

pinchazos en mi cabeza


Un pinchazo en la cabeza, una aguja invisible que se introduce por la parte trasera de mi cráneo y me taladra el cerebro. Lobotomía. No sabría explicar el porqué de esta dolencia, pero creo (o al menos quiero creerlo) que, como muchas otras veces, mi cuerpo ha detectado que estoy llegado a una situación límite, cerca de rebasar el punto de no retorno y solo intenta eliminar una tortuosa parte de bonitos recuerdos. Vida y Muerte, dos hermosas hermanas, dos flores rojas con espinas, tan delicadas como fieras y salvajes. La enfermiza animadversión que le tengo a la vida tan solo es comparable al miedo que le tengo a la muerte. Tan solo quiero ahogarme en un mar de whisky, pudrir mis pulmones con el humo, mutilación del espíritu, caos: autodestrucción. Quiero morir cada noche en un tumulto de dolor, emborracharme del llanto de sentimientos rotos y sentir mi alma desgarrarse; hacerme jirones de pena, mil heridas que sangran. Quiero morir como hombre, caer en el pozo del olvido, descansar y perderme en la oscuridad de tu pelo bajo la mirada de la luna para poder renacer de nuevo con cada amanecer. Pequeño, indefenso pero invulnerable. Sentirme de nuevo en la cálida matriz de una mujer y gestar, madurar, convertirme en una idea volátil, difusa, poco concreta pero firme.
Morir cada noche para renacer por la mañana. Vivir mil vidas en esta carcasa en descomposición con la esperanza de aprender a interpretar mi papel en el gran teatro de la vida. Quiero sentir la libertad de la muerte para disfrutar del júbilo de simplemente existir y saborear las delicias de la belleza.

Y cuando finalmente el dolor me da un respiro me queda la mente, la locura. Pero eso ya es otra historia…

martes, 6 de noviembre de 2012

fin


Es la muerte de un niño que nunca supo cómo crecer y creyose siempre el hombre que nunca fue. “Quan arribi demà tot haurà acabat. Quan arribi demà”. Fue, tal vez, un intento vano, una llamada de socorro hacia ninguna y hacia todas partes, la destrucción completa de un ideal por el que luchar. Suicido, eutanasia. Todas las historias terminan, siempre. Al final de la mejor de las novelas y del peor de los textos que jamás nadie pueda leer siempre encontramos un punto y final, una despedida, un adiós. A veces esas historias acaban bien, con un final feliz, con el protagonista triunfando en cualquiera de los aspectos y dificultades planteadas durante el transcurso de todo el libro. Otras, en cambio, terminan de manera desgraciada, en muerte y tragedia. Al fin y al cabo, estas dos formas de concluir una historia, al parecer tan distintas, convergen en un punto para hacerse iguales en esencia: el cómo. No importa si hay muerte o vida, amor u odio, felicidad o tragedia, tanto da. Lo importante es como esto ocurre. Pues prefiero mil veces la gloria en la muerte del que lo intentó tan bien como supo hasta su último aliento que la felicidad envasada al vacío del conformista que siempre fui. “Quan arribi demà tot haurà acabat. Quan arribi demà”.  Mañana será un día espléndido, una catarsis de putrefacción y frescura, un fin, la muerte que troca en génesis. Mañana tiene que morir un hombre para que otro nazca. “Quan arribi demà”.