martes, 6 de noviembre de 2012

fin


Es la muerte de un niño que nunca supo cómo crecer y creyose siempre el hombre que nunca fue. “Quan arribi demà tot haurà acabat. Quan arribi demà”. Fue, tal vez, un intento vano, una llamada de socorro hacia ninguna y hacia todas partes, la destrucción completa de un ideal por el que luchar. Suicido, eutanasia. Todas las historias terminan, siempre. Al final de la mejor de las novelas y del peor de los textos que jamás nadie pueda leer siempre encontramos un punto y final, una despedida, un adiós. A veces esas historias acaban bien, con un final feliz, con el protagonista triunfando en cualquiera de los aspectos y dificultades planteadas durante el transcurso de todo el libro. Otras, en cambio, terminan de manera desgraciada, en muerte y tragedia. Al fin y al cabo, estas dos formas de concluir una historia, al parecer tan distintas, convergen en un punto para hacerse iguales en esencia: el cómo. No importa si hay muerte o vida, amor u odio, felicidad o tragedia, tanto da. Lo importante es como esto ocurre. Pues prefiero mil veces la gloria en la muerte del que lo intentó tan bien como supo hasta su último aliento que la felicidad envasada al vacío del conformista que siempre fui. “Quan arribi demà tot haurà acabat. Quan arribi demà”.  Mañana será un día espléndido, una catarsis de putrefacción y frescura, un fin, la muerte que troca en génesis. Mañana tiene que morir un hombre para que otro nazca. “Quan arribi demà”.

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