lunes, 21 de octubre de 2013

lunesporlamañana

Una neblina pegajosa flotaba en el ambiente volviendo estúpidamente inútiles a la mayoría de conductores que, como cada mañana, se amontonan en las entradas y salida de la autopista rumbo a sus respectivos trabajos. 

Pasaban apenas unos minutos de las ocho de la mañana y aún quedaban otros cincuenta minutos para que mi jornada empezara. Un amago de frío otoñal mediterráneo y el sutil fluir de la niebla matutina me llevaban hasta la entrada y mi cuerpo me guiaba automáticamente hacia la cafetería. Hacía ya una hora que había consumido mi primera dosis de cafeína, la primera de unas cuantas, tal vez demasiadas, que consumiría a lo largo del día. Salí a un pasillo exterior, me lié un cigarro y tras fumarlo, otro. El último trago de café ya estaba frío y el sol empezaba a despuntar sobre los edificios. Me remetí la camisa – por quinta vez – con la esperanza de que finalmente quedara bien. Intento vano. Me miré en el reflejo de un cristal opaco. Ahí, tras esa camisa, esos pantalones de vestir y esos zapatos, se suponía que estaba yo… 

El humo se diluía en la niebla mientras mi reflejo me suplicaba clemencia en cuanto a vestimenta. Es lunes por la mañana, el café aun lucha contra el sopor y el cuello de la camisa me aprieta. No me llega bien la sangre al cerebro, supongo.

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