Es tan preciosa que corta la respiración con un solo parpadeo, imagina lo que es una caricia de sus dedos, imagina un paseo guiado por cada uno de sus contoneos. Ella hace que escribir sea mucho más sencillo, que pueda dejar de lado el mono que le tengo al pitillo en esas noches que me paso solo como un grillo. Sus ojos nunca te miran y nunca pierden su brillo, es una belleza clásica que siempre me inspira, te puedo contar mil cosas buenas de ella, ninguna es mentira. Yo la conozco bien y sé que no le intereso, probablemente sea mi peso, tal vez que cada día me siento más espeso. Soy capaz de cambiar mi mundo entero por su beso, o por un abrazo. Antes daba clases de repaso para torpes en este tipo de casos, pongan wisky en sus vasos y algo de paciencia porque esta historia es larga como la existencia.
- El otro día terminé por hundirme en el lodo, ¿sabes?
- Y eso, ¿a qué se debe?
- Pues realmente no lo sé. Simplemente me desconcertó y entonces empezó el declive…
- Explícate
- El otro día ya no existíamos en el mismo mundo. Le escribí sonetos, le procuré todas las atenciones y me comporté como un “caballero de estar por casa”. Realmente entendía la situación y sabía que no había posibilidad ninguna de victoria. Pero, ¿qué sé yo? Dos días antes hablamos, le conté que ahora iba a inventar estrofas nuevas. Al día siguiente me pidió que quería ser la primera en sentir la magia de esas estrofas. Ciertamente, no es nada, pero los que empezamos jugando a ser poetas no entendemos bien estas cosas.
De todos modos, ayer le escribí unos versos. Sucios, llenos de tinta por los bordes y palabras mal escritas. ¿Y qué es lo que encuentro? Míralo tú mismo; ¡más incomprensión!
Si es que a ratos me siento firme y a ratos creo que me estoy equivocando profundamente… es un maldito caos.
- Pero, a ver, espera un momento. Joder, juraría que esto lleva algo más de lo que parece…
Lo que no entiendo es que como se te ocurrió mandarle unas palabras tan mal escritas. Tú siempre has sido de gramática exquisita. Tanto tu como yo sabemos que no puedes decir que no.
- Pero a ver, imagínate por un momento lo autodestructivo que estaba yo. Me retiraba a mi pequeño santuario de sabanas blancas a las seis y pico; antes de las once ya no podía dormir más…
- Pfff… ¿y le has preguntado a que se deben esas aguas tan turbias?, ¿le has preguntado si realmente eres tu quién debe navegarlas?
- No
- ¿Y por qué no lo confirmas? Estaría bien saberlo. Pero ahora no me seas suicida. Recupera tu verdadero yo, con cuatro preguntas bien hechas puedes sonsacar todo lo que quieras y lo sabes.
- No se lo voy a preguntar. Ambos lo sabemos
- Deberías intentarlo. Aunque no consigo verle muy bien el trasfondo, no lo entiendo demasiado bien …
- Ni yo tampoco
- ¿Y qué ha pasado respecto a esos versos que has escrito en hojas manchadas de tinta?
- No lo sé. Ni siquiera sé si la botella donde los guardé habrá llegado a su costa
- Pues, no tengo ni idea. Llevas una buena tempestad en la cabeza…
- Impresionante, eh. Hacía tiempo que no vivía una de éstas…
- Ja ja ja, ya ves.
- Lo que yo personalmente, si me lo permites, lo que fuera que lo mandases en aquella botella, creo que fue una delirada…
- No lo sé, la verdad. Son cosas que pasan cuando te sientas al otro lado del lodo
- Pero, a ver, ¿en qué sentido te hundiste entre el lodo?, ¿no conjugasteis ni una silaba?
- Pues no sabría explicarte claramente. Parecía como si intentara cazar una mariposa con las manos, ¿entiendes?
A ver, lo que yo creo personalmente, y aunque suene a gran majadería y sobretodo fanfarronería, y por lo que creí entender de una botella de lo que hablé con una botella de alcohol, cuando ya estaba de lodo hasta el cuello es que, tal vez, el otro día igual no nos hubiera importado que yo le escribiera las mejores poesías y que juntos mancháramos nuestro ser de tinta. El problema es que ambos sabíamos que iba a ser una cosa circunstancial y que eso a mi seguramente acabaría por destrozarme.
Pero bueno, ya te digo, esa es mi opinión y seguramente diste mucho de la realidad y todo no deje de ser una triste tragedia.
- Uhm… joder, como está el panorama. Qué difícil.
- Qué me vas a decir. Es que a ver, en el fondo entiendo todas las condiciones del asunto y sé cómo va la cosa. Yo sé que mis probabilidades son muy cercanas al 0%, pero también sé que es un “ni contigo ni sin ti”. Porque yo voy a seguir escribiendo, voy a seguir sufriendo y espero que algún día pueda llegar a disfrutarlo. ¿Comprendes?
- A ver, tertuliano de botellas. Tus posibilidades no son nulas. Y por supuesto que comprendo, pero también sé que lo lograrás porque tú estás destinado a ello. Antes o después lo conseguirás. Quizás no te hable ni de hoy, ni de este año, ni de esta década, pero llegará ese día. Hazme caso.
- Agradezco de todo corazón tu fe en mí, pero no sé… Esto es una tragicomedia muy larga ya…
- Poco a poco; estas cosas son así: o de golpe o demasiado tranquilamente.
- Es que si para mí la Calíope era augusta entre las musas, Azalea es la diosa creadora. Y sabes tan bien como yo que para llegar al Olimpo hay que hacer muchas gestas heroicas. Y yo no soy ningún Hércules, ni Prometeo, ni nada de eso…
- Por eso mismo te lo digo. Para llegar al Olimpo, mal camino es este al que te quieres abandonar… ¿sabes?
- Supongo…
- Poco a poco. Y piensa, escribe, mancha, crea y destruye… pero lo justo. Más de lo justo es malo
- Malísimo
- Sí, si no, no te lo diría. Pero que sé que lograrás llegar al Olimpo. Solo necesitas tiempo y pequeños destellos de tu brillantez.
Y aclara todo lo que hayas podido hacer en caliente. Levántate y límpiate ese lodo que te ha salpicado. Soluciónalo porque las divinidades pueden ser muy rencorosas…
- Esto ya ha pasado con anterioridad. Ya me he enfrentado a dioses, héroes y criaturas que tan solo existen en la mente de algunas personas. Y seguro que volveré llorando. Sé que pasará, pero mira, supongo que a veces hay que dejar que el agua fluya un poco a su curso.
- Pero el agua por una capa impermeable no pasa. Deja un pequeño hueco y verás como con tiempo todo acabará fluyendo. Y lo sabes, poco a poco, sin descartar nada y saca tu fuerza.
- Es que el poco a poco ya se ha alargado mucho. Estaba orgullosísimo de mí. Pensaba que había logrado "desengancharme" o al menos enmascarar esa necesidad lo tenía asumido. Y parece que todo se ha ido a la mierda.
- Eso es imposible en este tipo de casos. Las marcas son demasiado profundas.
- Lo sé. Fue lo primero que me dije, pero había logrado algo que al menos me funcionaba.
- Bueno, debes pensar que o lo intentas o renuncias. A muerte con algo, porque si te quedas entre medio enfermarás mentalmente. Piensa en lo que realmente quieres. Yo creo que tampoco te conviene renunciar.
- ¿Vivir como un "mártir" sin saber si realmente llegaré a ese nirvana o vivir como un hereje que huye despavorido de una muerte casi segura?
No lo sé, pueden ser tantísimas cosas…
- Bueno, no te preocupes. Piénsalo esta noche mientras duermes y lo que saques en claro sigue hasta el final. Pero sin ser un kamikaze ni nada por el estilo
- Creo que me gusta demasiado ser kamikaze
- Sí, tu eres demasiado kamikaze. Pero en la misma línea te digo que no te hagas el harakiri antes de tiempo.
Siempre se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esperemos que esta circunstancial reapertura me sirva para algo. Espero que lo que una vez me hizo fuerte me sirva ahora cuando lo necesito.
Un saludo a cualquier amiguito del humor que se preste a pasarse por aqui, aunque no espero a nadie, ciertamente.
PD. orii tio, no te abandono, pero es que estoy bastante jodido y quiero un tiempillo para mi solito. no quiero manchar el otro... ya sabes hermano ;)
Y miraba a su alrededor, extrañado. En medio de todas aquellas personas, siempre en compañía de alguien, no dejaba de sentirse solo. El calor del café y su regusto amargo no acababan de cuajar bien en él y menos en aquellos días de bochorno veraniego. Después de tanto tiempo era normal que la cafeína no surgiese el mismo efecto que antes.Caminaba como medio dormido, agotado tal vez de lo poco que había transcurrido de su vida. Sobre el suelo firme, sus pasos se confundían con el andar torpe de un equilibrista novel que practica sobre la cuerda floja. Eran tiempos difíciles sin duda, para todos, pero sobre todo para él. Se debatía en un intento siempre frustrado de encontrar a alguien realmente especial dispuesta a sostener el peso de los problemas, dudas y preocupaciones que la vida le planteaba. Pero era inútil; cuánto más buscaba menos encontraba. Mustio y entornando los ojos sobre aquella realidad teñida de gris cada día se levantaba recordando lo que había estado pensando la noche anterior. El insomnio, en cierto modo, había vuelto a reunirse con él, y malgastaban largas horas de tertulia nocturna debatiendo sobre cualquier tema. Luego, por la mañana, se levantaba, se quedaba sentado en la cama y rascaba su casi inhabitada cabeza. Un nuevo día empezaba y ciertamente la única cosa que le incitaba a levantarse de la cama era la idea de que horas más tarde volvería a ese pequeño santuario de sábanas de rayas rojas, naranjas y amarillas. Plantó sus pies en el suelo y, ayudándose con sus brazos, se levantó de la cama. Con andar patizambo y el único atavío que unos calzoncillos sorteó un par de camisetas y pantalones que había tiradas en el suelo de la habitación, salió de ésta y, bajando unas escaleritas de caracol, continuó su camino hacia el cuarto de baño. Cuando entró, como de costumbre, levantó la tapa del váter y, a oscuras, empezó a mear. Mientras tanto se miraba en el espejo, asqueándose de ver esa barriga que cada día era más grande. Terminó, tiró de la cadena, se lavó las manos y luego la cara y continuó su ruta hacia la cocina. Se preparó un café, le puso un par de hielos y salió hacia un pequeño balcón contiguo al salón del piso. Echó hacia un lado parte de las colillas, trocitos de papel, migas y demás suciedad que había en la mesa acumulada de noches anteriores y dejó el vaso con el café. Retiró un poco la silla hacia atrás y tomó asiento para pasar allí el resto de la mañana. Así era la vida de Gin desde hacía una buena temporada. Gin era un chico de dieciocho años, de ojos marrones siempre atentos a cualquier quehacer que llamara su atención, de pelo castaño prácticamente rapado y una perilla que le perfilaba toda la cara. Medía algo más de un metro ochenta y, desde hacía unos meses, su barriga parecía querer empezar descolgarse. A Gin, pero, no le preocupaba mucho, la verdad, tenía otras cosas mucho más importantes en las que pensar. La gente decía que era un tipo muy inteligente, con una gran capacidad de análisis y muy observador, aunque solía hacerse el tonto y olvidarse de sus preocupaciones. Los pocos años que Gin llevaba en este mundo, aunque no habían sido un camino tortuoso y siniestro, si que le habían parecido bastante duros. Jamás había gozado de la compañía o el soporte de otras personas, y en cuanto a amigos, podía contarlos con los dedos. Tal vez por eso Gin era un tipo bastante autónomo que no necesitaba a casi nadie para subsistir en este planeta. A parte, tenía un carácter bastante fuerte lo que le llevaba a discutir continuamente con sus padres, sobre todo con su madre. Sin duda alguna, el carácter lo había heredado de ella.
Y me voy por otro camino con lágrimas en los ojos. Lágrimas de pena y lágrimas de optimismo. Porque por hacer algo con mi hermano saldrá algo simplemente enorme.
Nadie diría que ya había pasado bastante más de un año. Posiblemente medio millar de días y habían pasado tantas cosas que era difícil encontrar el principio de todo esto. De todos modos aquel principio era tan glorioso para mí que se hacía prácticamente imposible de olvidar.
Todo empezó por allá por Mayo, cuando aún era un recién “redescubierto yo” y empezaba a curiosear sobre el mundo mientras me dedicaba a terminar el primer curso de bachillerato. Ahí fue, entre patio y patio, cuando la conocí.
Yo, un joven que empezaba a desplegar su potencial ajeno normalmente al mundo materia, y ella, aquella especie de princesa sacada directamente de un cuento. Y podría decirse que amor a primera vista, amor sincero, de ese que se escribe con hache.
Y ahora me paro y pienso en lo que se me estaría pasando por la cabeza entonces,¿porqué cambiar mi mundo entero por un abrazo y un disfraz de príncipe bastante logrado cuando podía ser asquerosamente libre? Nadie me dio respuesta.
Fueron meses felices, llenos de más y de menos y, sobre todo, bastante bonitos. Al principio todo era tan sencillo… supongo que al principio la novedad perdonaba aquellos silencios tan molestos que se me escapaban demasiado a menudo. Cenas, portales, noches de verano, amaneceres de fantasía y yo que me veía obligado a abandonarla. Aquel verano, la distancia y aquella chica tan guapa de la melena castaña y los ojos de color miel no pasaron como una trivialidad y ayudaron a que bajase un poco de las nubes en las que vivía.
Pero ni el tiempo ni la distancia eran suficientes para mí. Volví como el que retorna de una guerra, más duro y algo más maduro. Quedamos, fuimos a cenar y hablamos; parecía que todo había vuelto a la normalidad, que incluso las cosas habían mejorado y que durante el verano ambos habíamos cambiado en las mismas proporciones. No sabía cuánto me equivocaba. Poco después de descubrir aquella nueva vocación que suponía para mí la pelea me di cuenta de que ella había crecido mucho más que yo. Me di cuenta de que su mundo tenía horizontes demasiado extensos y de que yo era otro rollo. Y vinieron muchos turistas a visitar aquellos horizontes tan vastos, cada uno diferente pero cada uno me alejaba más y más de ella.
El tiempo parecía nublarse por momentos, no obstante, cuando estrenaba aquellos flamantes pero inútiles diecisiete años, apareció aquella musa del sexo, aquella chica que me derretía tan solo con mirarme. Fue breve pero intenso. Nos veíamos un poco a escondidas y dejábamos que la pasión fluyera por nuestros cuerpos. Tan pronto como la pasión se acabó decidimos terminar con aquella historia.
Y a partir de ahí, el declive. Todo parecía precipitarse y dentro de mí brotaba una especie de sentimiento de rebeldía que cada vez se me hacía más difícil de reprimir. Solo la proximidad del fin del curso me alegraba los días. Fue un periodo que siempre quedará en la memoria, con cenas, fiestas y viajes increíbles que terminó por morir en los calurosos días de verano.
Después de un par de intentos fallidos de encontrar trabajo, opté por volver a repetir suerte en la heladería. Un trabajo sacrificado, con malos horarios para poder quedar con los amigos pero que me dejaba disfrutar de aquella vida noctámbula que tanto me gustaba.
Y así, sin darme cuenta del todo, parece que me hice mayor de golpe, un sinvergüenza de cuidado. Noches en vela en aquella plaza hasta que tal vez el dolor o la ansiedad hicieron que el humo viajara a sus anchas por mis pulmones. Pasaron noches plácidas que terminaron en las primeras lluvias de septiembre.
Todo era tan distinto… según me dijeron cambié, pasé de ser aquel niño tímido que se escondía tras sus silencios a convertirme en un sinvergüenza con las ideas claras y un carácter fuerte y definido.Pero aún faltaba algo para completar aquella supuesta plenitud, porque, pese a todo, aún seguía sintiéndome completamente vacío. Faltaba alguien.
Y del mismo modo que nos hicimos mayores, cambiamos los institutos por las universidades. Dificultad incrementada pero una nueva vida que se abría a mis pies. Y todo era tan divertido, pero tan difícil, que sin darme cuenta ya se había terminado Octubre.