El tiempo que pasa siempre igual de rápido, siempre igual de
lento; es lo que tiene el tiempo. Lo curioso es la manera distinta en la que
nos pesa a cada uno. El tiempo que pasa puede ser pesado como una losa y
liviano como una pluma. Horas, minutos, segundos… jamás llevé la cuenta.
Contando días y semanas me perdí y ahora tendría que echar números para saber cuántos
meses pasaron. El tiempo que pasa olvida mucho pero también recuerda. Me parece
que fue ayer cuando aún bebía de tus labios y te tenía entre mis brazos.
Entonces suspiro y noto el aire que roza la piel que antes arropaba bajo una
descuidada y oscura barba, noto mi corazón palpitante de energía y me muevo en círculos
más flexibles de apatía. Me elevo. El tiempo que pasa veloz como un pestañeo y,
a la vez, lento como una amarga espera. Relativo, pues aún me parece que ha
pasado apenas una semana y a la vez me da la sensación de que hayan pasado
años. No he olvidado nada. Todavía hoy, de vez en cuando te veo, recuerdo tus
curvas, tu piel, tu calor, pero apenas te pongo cara; ahora apenas sé quién
eres.
El tiempo que pasa y el que pasó. Y todo el tiempo que está
por pasar.
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