Sol las 4:23 de la madrugada, entre un viernes y un sábado. Sorprendentemente
la temperatura es agradable y no asfixia pero no para mí. Me despierto en mi
cama, empapado en sudor, con la boca seca y las encías hinchadas de apretar
tanto la mandíbula. Tembloroso; me noto el pulso acelerado en las sienes.
Angustia. Llevo cerca de cinco horas durmiendo pero me desvelo y estoy agotado.
Mis piernas y mis brazos están entumecidos y respiro, rápido y entrecortado,
como si me faltara el aire. Agonía. ¿Por qué aún me buscas, o te busco, cuando
duermo, débil y vulnerable? Me incorporo y bebo agua y salgo fuera, al balcón,
a ver la noche para que me dé el aire. Cierro los ojos y todavía puedo ver
imágenes y secuencias nítidas de mis pesadillas que rápido se disuelven, pero
su esencia aún queda en el recuerdo. Te he visto, tan clara y real que juraría
que no ha sido una simple pesadilla. Te he visto y te he tocado, lo juro; te he
sentido tan cerca que incluso he oído a mi mundo estremecerse. Son ya cuatro
noches que yo cuento con los dedos. Son ya demasiados días en los que ya no le temo al fuego, pero sí a las cenizas.
Pesadillas. Insomnio.
"Ejercer el olvido por voluntad es imposible".
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