miércoles, 23 de julio de 2014

#230714

Yo vivo porque
una vida me fue dada,
una vida rota,
deshecha y despreocupada.
Desconozco los motivos
que me arrastran
a profundas aguas
de corrientes saladas.
Suave, una brisa fresca
me acaricia la cara,
mece la vida
de las verdes ramas
mientras la vida pasa,
pesada,
sobre mis hombros,
cortándome las alas.
En un cielo oleado
los peces nadan
y las espuma refleja
dulces luces estrelladas.
¡Qué sosiego,
qué paz encontrada!
Me aventuro a pensar
que ése es el motivo
por el que esta vida
me fue obsequiada.
Gracias al sol naranja
por un poco de luz dorada;
gracias a las voces
que me narran mis palabras;
gracias por sentir
ligera y fresca mi alma,
liberada de esa sensación amarga:
saber que existo
me pesa más que nada.
Abandonado a la dicha
de este cielo malva,
la brisa, los pinos
oscuros y la playa.
Cae la noche
negra y anunciada,
me despide, como la luz
del día. Me ama.

lunes, 21 de julio de 2014

#210714

16.41

Acabo de comer. Un poco de pasta rellena de lo que parece ser sucedáneo de jamón que tenía sobrante en la nevera y una pequeña ensalada con lechuga de bolsa, zanahoria y un poco de maíz. No tengo ganas de pelar una cebolla, aunque me apetecería. No ha sido mucha cantidad de comida pero me siento suficientemente satisfecho y tanto más lleno. Ahora fumo un cigarro, lentamente, intentando disfrutar cuánto puedo y sé de este humo que me castiga y me acerca un poquito más al final. Estoy sentado, frente a las plantas, bajo la sombra fresca del alto pinto que se proyecta sobre la terraza de aluminio visto, a su vez, bajo un cielo de un azul intenso y solemne. He escrito, desde que me mudé a este piso, muchas veces lo mismo sobre este mar de nubes. Siempre, salvo esos días en los que amenaza tormenta veraniega, cuando el bochorno aprieta y el aire huele a lluvia, a esa humedad que parece rezumar de la tierra seca, el cielo brilla con tranquilidad. Llevo casi dos meses aquí y no para de deleitarme el cielo con su vivo color. El mismo cielo de siempre, bajo el que he vivido toda mi vida, a excepción de algunos periodos inciertos, y jamás le había prestado tanto cuidado. 
La brisa sopla suave, como de costumbre. Los sonidos del mundo suenan sordos, de fondo. Algún pájaro pía, las ramas de los pinos braman cuando el viendo las mece con dulzura. Un tren que pasa, algún coche o quizás un avión rompen eventualmente el claro ruido inhumano de la naturaleza. La vida parece haberse detenido momentáneamente como si me diera la enésima oportunidad para que yo me uniera a ella de nuevo. 
Me siento, me sé, al margen. No fuera, porque ese pensamiento se me antoja imposible. Devaneo por los rincones de mi existencia. Me dedico el tiempo que siempre he buscado a mí, a ella, mi existencia. La sociedad me ha dado siempre las escusas que yo buscaba receloso para estar solo. Ahora que ya lo estoy es mi alma, mi yo único e indivisible, mi conciencia, mi esencia la que parece no albergar ya más ese anhelo, al menos en la totalidad que antes lo hacía. ¿Por qué? No lo sé, pero supongo. Tras tanto tiempo recorriéndome por dentro, de quién soy, porqué soy y, especialmente, para qué soy, me he dado cuenta de algunas cosas no triviales – al menos así me lo parecen a mí. Entre ellas, la necesidad subyacente a la existencia, que no es otra que otra existencia. Conocerme, saberme y sentirme – en amplio término distintos conceptos-, aunque de  un modo seguramente poco estricto me ha hecho llegar a los límites de mi propio yo. Estoy convencido de que no he dado con todos ellos, pero con uno me basta para entender hasta dónde soy y a partir de dónde dejo de ser. Me pregunto entonces ¿qué hay más allá de mí? Me agito; no lo sé. No puedo saberlo, solo puedo (pre)sentirlo. 
Saco conclusiones, posiblemente precipitadas y atropelladas, conjeturo, leo. Busco una respuesta lógica y sé que no debería. Sentir es pensar irracionalmente. Me mantiene vivo el anhelo de encontrar la razón de entre lo sensible y ser consciente de ello. Absurdo, tragedia. Doy gracias por ello. 
Me asomo a los límites de mi alma y observo en busca de algo. Lo veo todo y no veo nada. La vida sigue, minuto a minuto, trabajando, actuando sobre ese compendio heterogéneo, pero liso y continuo de distintas existencias que creo ajenas. Negarme al mundo es, en cierta medida, negar mi existencia, pues ser simplemente es no ser, tanto que necesitamos de otra existencia por la que ser y, más importante – y principalmente-, para ser y a través de la que ser. 
Dos pájaros revolotean alrededor del tronco del alto pino. Se posan sobre la corteza crujiente y rápido alzan el vuelo otra vez. Son tan pequeños y ligeros que hasta las ramas más verdes y delgadas soportan su peso. Se marchan con el viento suave, volando y me dejan. Me siento solo y tranquilo. Tengo un poco de calor. 

jueves, 22 de mayo de 2014

música

La habitación estaba tranquila de silencio. No había nadie en casa. Le di a un botón y la música inundó la habitación con sus notas de colores. Escuché durante unos pocos segundos una guitarra que me hablaba. Sus cuerdas vibraban en un tiempo ya pasado y, desde una lejana y fría memoria, esos sonidos reverberaban ahora en mis oídos. Me hablaban y yo no les entendía. Jamás he entendido la música. Fatiga secular que me ha acompañado toda la vida y que me impide gozar de la infinidad de bondades que trae la música a las personas. 
De pronto, una voz conocida ha empezado a cantar en un idioma accesible y por un segundo he querido pensar que esas palabras que yo ahora escuchaba y que bailaban grácilmente sobre sobre la música eran una transcripción inteligible de lo que la guitarra intentaba decirme. Seguí unos segundos más rumiando sobre este tipo de banalidades. Éstas y otras más ocupan – y muchas veces centran – en gran parte mi interés. Advertí que había dejado de prestar atención a la letra cuando la música aparentemente había dejado de sonar. La atención es preciosa pero limitada y cuando dejé de escuchar lo que la letra me decía, la música dejó de ser comprensible para mí y mi foco de atención pronto iluminó otros menesteres.
Me reincorporé a la canción, esta vez con refuerzo visual. Miré el video con atención. La letra y las incomprensibles notas entraban por mis oídos de una en una, de dos en dos, en grupos – que presupongo múltiples de dos. Entraban y seguían sin decirme nada, pero empecé a albergar una sensación primitiva en mi interior. No conozco ni idiomas ni lenguajes suficientes para escoger las palabras precisas – si acaso existen – que me permitan describir aquella sensación. Estos caprichos me gusta atribuirlos al momento en que el arte, cualquiera de ellos, ejerce su función de manera prodigiosa. Que el ejercicio de un talento por el cual me siento incapacitado sea ejecutado de una manera tal que logre alcanzarme de este modo me sobrecoge. Acogí ese efímero momento antojándolo infinito.
La música siguió sonando durante treinta segundos más y empezó a cesar gradualmente hasta restar en silencio. Intenté saborear un poco más el momento. Qué admirable se me antoja el arte y esa capacidad que tienen las personas de hacer tangible un trozo del universo íntimo e individual que ellas mismas conforman. Pienso si yo, con la dicha que me causa a mí escribir, seré capaz de ejecutar de un modo parecido dicho propósito… ¡Oh, maldito seas. Qué pequeño haces sentir al artista que pretendo ser!


domingo, 18 de mayo de 2014

combustiones al final de una noche

Esto no es más que una noche de sábado cualquiera materializada en un papel, un engendro, un experimento. Un sinsentido, vaya.

Finalmente, en el borde de la carne
bebía la fresca leche
directamente, en cualquier tugurio sucio,
con un maestro de la muerte
que no existiera o existió jamás.
Pronto pierdo el único motivo
que hoy mueve el mundo: es ése mi emoción.
Hoy te abres ante mí,
lasciva en tu milagro
para guiarme en mi camino.
Ahora que soy capaz de todo
me siento quimera, y para mí
eso es lo único que cuenta.
Incluso el cielo grande y azul
que sus cosas me ha enseñado
me persigue siempre hasta la derrota
para que en el tiempo venidero
cambie yo a la muerte.
Pregunto antes de volver envuelto,
sobre ese mitificado regalo,
ese legado una vez sin dueño.
Voy purgando mi nombre,
porque de verte mis sueños terminan,
cuando debería estar yo
y, sin embargo, solo estás tú.
El tiempo transcurre en mi paladar,
dónde encuentro los sabores del mundo.
Yo ya no tengo ninguna importancia;
solo soy una cáscara rugosa y vieja.

lunes, 28 de abril de 2014

en un chupito de whisky

Me miento mucho por mi mala memoria. Me muero, maldita; pero no me mires, que me matas.
Nota: A veces hasta me da pena que alguien pierda el tiempo aquí

miércoles, 5 de marzo de 2014

sin título #04

Escribí poemas,
pequeñas estrofas
que nadie leyó
y nadie leerá jamás.
Me siento por ello
afortunado, anónimo;
sin ganas, ni ánimo.
Describo con torpeza
lo que me parece bello
y cuento los días
que pasan sin más
por momentos de ensueño.
Borracho soy,
y así me encuentro.
Borracho estoy,
pero disculpe,
porque no lo siento.

viernes, 21 de febrero de 2014

¡Oh!

Hoy los dioses han dispuesto ante mí un capricho de su creación. Hermosa muchacha, mármol, en las manos de un díscolo escultor,  hecho carne; piel de seda, cabello de hilo de oro. Labios que presupongo deliciosos, ojos misteriosos, desinteresados en mí, como la mayoría. Manos finas con dedos largos y uñas sonrosadas, cuidadas, con el perfil pintado de blanco. Tan preciosa era que he perdido incluso la respiración.

Un instante ha bastado, un segundo de aquellos que parecen adormilarse y duran más de lo que debieran, para que ella cruzara su mirada con la mía. Me incomoda de un modo extraño cuando ocurren estas cosas. Me he asomado ante esos ojos, enigmáticos, tenebrosos hasta cierto punto, y he intentado hundirme en ellos. Nada he visto en ellos; nada me ha dado tiempo a ver. Ella apartó su mirada, como si nada hubiera pasado. Pero pasó, lo sé. Huidizos nuestros ojos volvieron a coincidir dos o tres veces más y ya no volví más a buscar su mirada. Algo me dice que algo vio en mis ojos.; si lo vio lo siento. Los dioses deben estar locos si ante mí la dispusieron, tan virtuosa en la belleza y yo, tan lleno de nada. Pero, ¡oh, qué hermosa era!