domingo, 22 de julio de 2007

Parece que dónde caben dos, caben tres...

Más ella y yo...
~Capítulo Decimosexto de "Ella y Yo"

Abrí la carta con cierto miedo. No dejaba de ser una grata sorpresa, pero las sorpresas suelen ser bastante problemáticas.

Al sacar la carta del sobre me vino de repente una agradable fragancia a la nariz que me recordó a ella. Sentía una tremenda curiosidad por leer las letras que acababa de recibir pero al mismo tiempo sentía miedo, un miedo que me paralizaba y me echaba atrás, a no leer la carta. Dudé; pensé en hacer como si nunca hubiese recibido esa carta, cortar de raíz con el pasado, pero tampoco quería dejar de leerla. El corazón me latía muy rápido. Al final opté por leerla:

Hola guapo,

Espero que recuerdes quién soy, eh.

Bueno, no voy a dar muchos rodeos. No te preguntes ni cómo ni de dónde he conseguido tu dirección para enviarte la carta, es un secreto, pero eso ahora no importa.

¿Te acuerdas del verano, del último día en qué nos vimos? Prometí que nos volveríamos a ver. Pues bueno, resulta que ahora, a principios de Diciembre iré a pasar unos días (quién dice unos días dice hasta que terminen las vacaciones de invierno quizás…) en casa de mis abuelos, que viven en la Capital. Así que como tú vives cerca podríamos vernos, quedar para ir a dar una vuelta, etc. ¿Qué me dices?

Más abajo te dejo un número de teléfono para que me llames o me envíes un mensaje o simplemente me hagas una perdida si quieres.

Tengo muchas ganas de verte. Desde el verano, desde aquel día he pensado en ti. ¿Has crecido? ¿Te has hecho más guapo?...

[…]

Y así siguió la carta durante dos hojas más. Lo cierto es que fue bastante impactante y sobretodo bastante inoportuno diría yo. No es que estuviese atravesando un momento fácil para recibir una visita. Aun así, cuando lo pensé mejor me lo tomé de otra manera; pero primero tenía que verla de nuevo.

Al día siguiente, por la mañana fui al colegio con desgana. Era viernes y al lunes siguiente era mi cumpleaños. Pero no era eso lo que más me inquietaba; que mi cumpleaños estuviese tan cerca suponía que noviembre llegaba a su fin y que, por lo tanto, ella llegaría en pocos días.

Todo era bastante confuso, me sentía como una estación, las mujeres entraban y salían de mi vida como les apetecía. Por suerte “tan solo” había dos, me dije aquel viernes antes de irme a dormir. Cuánto llegué a maldecirme el domingo siguiente por haberlo dicho.

Aquel fin de semana no me encontraba muy bien y no me apetecía salir, por lo que opté por quedarme en casa haciendo mis cosas. El sábado por la mañana me levanté pronto y bajé a hacerme un café. Llené el termo que me había comprado no hace mucho y me lo subí a mi habitación, con un par de galletas. En la calle hacía un frío de demonios. Parecía como si todo ese extraño calor que había estado haciendo últimamente hubiese desaparecido por arte de magia en un par de días. De todos modos me gustaba más así; el calor para el verano y el frío para en invierno.

Por la tarde me llamó un amigo para ver si, al día siguiente, podía ir a su casa a explicarle una cosa que no entendía. Desganado le respondí que sí, que allí me tendría. Y así fue, el domingo, después de comer, me abrigué un poco y puse camino hacia casa de mi amigo. Quedaba un poco lejos y lo más cómodo hubiese sido coger el autobús, pero prefería caminar un poco y estirar las piernas por ese fin de semana de vagancia que me estaba pegando.

Caminaba como de costumbre, con la música puesta y pensando en mis cosas. De vez en cuando el viento se avivaba y soplaba con fuerza, tanta que incluso te hacía agachar la cabeza para que no te doliese la cara.

En una de esas rachas de aire frío, bajé la cabeza y cerré los ojos, con tan “mala” suerte que algo me entró en el ojo y topé con alguien. Entreabriendo como pude los ojos me disculpé por mi torpeza. Y entonces la vi. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido, como si en aquella calle solo existiésemos ella y yo. Y de hecho así era.

Mis ojos que parecían haberse desecho de sus picores ahora se fijaban tanto como podían en aquella chica. Y es que en frente de mi se alzaba la figura de una chica, ni muy alta ni muy baja, melena castaña recogida y una cara que tenía un no sé qué especial que me gustaba. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, verdes, como esmeraldas y con un brillo característico y electrizante.

- Lo siento, me entró algo en el ojo y no te vi… ¿estás bien?Sí, sí. No te preocupes, yo tampoco te había vistoVale, pues lo siento. Que tengas un buen día. AdiósAdiós…

Y cada uno seguimos nuestro camino. No pude, pero, evitar girarme y mirarle el culo cuando terminamos de hablar. “¡Vaya culo…!” pensé. Reprendí mi camino trastornado. Giré en la esquina y me detuve. Volví a mirar en la calle que había dejado atrás pero ella ya no estaba. Desde luego me había afectado aquel encontronazo. Y es que a mi me pierden las caras bonitas…

Pensando en aquella chica, en que seguramente jamás la volvería a ver, llegué a casa de mi amigo. Pasé allí la tarde, más jugando a la consola un rato y hablando que estudiando, pero pasamos la tarde.

Por la noche, cuando llegué a casa, aun me acordaba de la chica de aquella tarde. “¿Cómo se llamará? ¿Se habrá fijado en mí?...” me preguntaba con cierta curiosidad. Era tan absurdo como ilógico, pero era cierto. Deseaba volverme a topar con ella, aunque sabía que era bastante difícil.

A la mañana siguiente me desperté con un buen humor impropio de mí en los lunes. No es que hubiese hecho los deberes o que milagrosamente se hubiese puesto a nevar, no. Aquel día, un 27 de Noviembre como otro cualquiera yo sumaba un año más a mi cuenta particular. De todos modos, la mañana no pasó con muchos sobresaltos. Los compañeros me felicitaron, como es de costumbre y poco más; es lo malo de que el cumpleaños caiga en lunes, que luego tienes que esperar al sábado para celebrarlo…

Pero luego, aquella misma tarde parecía como si alguien sin quererlo me estuviese haciendo un regalo, un gran regalo. Como estábamos en lo que comúnmente se conoce como “época de exámenes” me pasaba las tardes en la biblioteca. Iba allí más que nada a pasar la tarde. Yo no era una persona muy de estudiar, tenía la suerte o la desgracia de no necesitar estudiar para sacar un examen más o menos bien, así que me pasaba las tardes abusando de la máquina de café de la biblioteca y hablando con la gente. En una de estos largos descansos que me dedicaba, tomando un café con “mi Socio” vi como un grupo de chicas se acercaban hacia donde estábamos. Supuse que venían a saludarle a él, pues mi amigo y yo íbamos a colegios diferentes y los del mío no tenían la costumbre de pasarse por la biblioteca.

Cuán grande fue mi sorpresa al ver que de entre las cuatro chicas que se acercaban, la de más a la izquierda era ella, la chica del encontronazo, la de los ojos electrizantes. Entonces, cuando estuvieron frente a nosotros tres de ellas fueron a saludar a “mi Socio” y ella se paró delante de mí y entre sorprendida y divertida preguntó con sonrisa juguetona en la boca:

- ¿Tú eres el chico de ayer, verdad?


Bueno, poco a poco. Un capitulito nuevo de ella y yo...

Parece que esto de escribir de noche funciona. En fin, espero que os guste, tal y cual, gracias por pasar y hacer de esto lo que es, bla, bla, bla...
Dentro de poco un añitoo =O

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