miércoles, 1 de mayo de 2013

malos días


Frente al espejo que tengo colgado en una puerta que lleva a ningún lugar, sucio y picado, con un borde dorado y más estrecho en la parte inferior, me miro pero apenas reconozco mi reflejo. ¿Quién es ese? Debería ser yo, pero no me recordaba así. ¿En esto me he convertido? Desde el otro lado del espejo me mira un tipo con rostro serio, con sus ojos apuntándome, pero con la vista en otro lugar. Estoy seguro que apenas me ve. Sus ojos son dos círculos marrones, pardos, envueltos por un anillo negro como la noche sobre una mezcla de blanco sucio de finos surcos rojizos. Más allá de ellos nada, no consigo descifrarlos. No soy capaz de ver más allá de mis propios ojos. 
Pestañeo, disfruto y mantengo ese medio segundo de oscuridad. 

Me siento en el sofá rojo de la sábana verde a fumar y mi barriga se asoma, desafiante, estandarte de mis vergüenzas secretas. Pienso, incluso con un ápice de paternidad en cuánto ha crecido, como si de un hijo se tratara, como si fuera algo bueno. Enciendo el cigarro y mi estómago tiembla; una especie de escalofrío recorre todo mi cuerpo y una sensación de flaqueza me invade. Cierro los ojos y soy capaz de notar como muero poco a poco, pero más rápido de lo que debería. A parte del propio tiempo, del bourbon, del tabaco negro, del verde y del marrón y otros castigos que me aplico, hay algo más. Me consumo poco a poco, soy el cigarro en el cenicero que yo mismo he olvidado. Inhalo el humo y lo suelto. Me siento sucio y mirando a mi alrededor, es lo más normal. Inspecciono mi piel, paliducha, salpicada por infinidad de pecas y lunares, pero sobretodo blancuzca, como sin ganas de vida. Siempre ha sido así. A veces movida por la extraordinaria fuerza de un chico que la solía vestir, empujada por la propia voluntad, por el amor, los sueños y todo ese tipo de cosas. Ahora vagando a la deriva, casi sin inercia ya: blancuzca, como sin ganas de vida. 

Afuera el cielo es azul, claro pero manchado; el tranvía pasa y suenan saxofones por los altavoces. A todas horas las preocupaciones se me amontonan, me comen recuerdos frescos de estos últimos años, incluso algunos en los que casi nunca había pensado. Mi primer profesor de matemáticas, el niño con el que me pegué cuando tenía siete años; muchos momentos de cuando todo era más sencillo, momentos de amor y momentos de pena. Me duelen las rodillas, la espalda. Tengo el estómago vacío, la boca pastosa y las ganas cansadas. Miro por la ventana el cielo azul. Un pájaro vuela y se detiene en un tejado. Cierro los ojos e inspiro. No veo dónde quiero estar, simplemente porque no lo recuerdo, pero sé dónde es. Sueño despierto, me besas y expiro el aire. Y por un minuto me siento en paz.
Demasiados meses ya viviendo a destiempo...

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