Habían pasado ya tres noches en las que apenas había dormido
unas dieciocho horas en total. Por las mañanas él se levantaba descansado
físicamente, dispuesto a seguir el camino que había tomado, pero mentalmente
agotado.
Cada día caminaba esperando salir ya de aquellas tierras
devastadas, pero no era consciente de si avanzaba o retrocedía. No tenía referencias
en su camino, no había indicaciones ni señales en el trayecto. Pero seguía
andando; esa era la única cosa que le quedaba. Durante el día el sol bañaba su
blanca tez y le permitía ver con mayor claridad los socavones y piedras con las
que podía tropezar. Era molesto pero al menos era consciente y en parte capaz
de intentar esquivarlos. Bajo el cielo azul y el brillo del sol era capaz, en
la medida de lo posible, de abstraerse de lo que le rodeaba y olvidar en parte
sus preocupaciones. Pero cuando el sol caía y la noche era oscura, la débil luz
de sus cigarros no le servía para ver más allá de su propia nariz. Era momento
entonces de hacer un alto en el camino para descansar, para coger fuerzas para
el nuevo día que estaba por llegar. Entonces empezaba el baile de sus
fantasmas.
Dormido, abandonado a los caprichos de su subconsciente se
veía inmerso de nuevo en nítidas proyecciones de sus recuerdos. Situaciones en
parte bonitas; situaciones que seguramente le encantaría que se hicieran
realidad pero que eran una pesada losa. Se despertaba siempre angustiado, con
un regusto dulce en la boca y eso le confundía. Era consciente de que todo
estaba acabado, de que era inútil intentar reconstruir ese imperio. No creo que
nadie dude de que él no fuera capaz de hacerlo, nada más que, aunque lo lograra
nada tendría sentido sin la musa. No habría vida, no habría la chispa que hacía
girar al mundo. No habría pasión que alimentara el fuego.
Sabía que lo más sensato era salir de allí a pesar de que
una parte minúscula de su ser aún deseaba algo imposible. Supervivencia sensata
o muerte pasional. Ególatra de él prefería seguir vivo.
Al alba del cuarto día, tras un par de horas de camino,
mientras aún pensaba vagamente en los fantasmas que se le aparecieron la noche
anterior, empezó a nevar. No había nubes en el cielo y esa nieve no estaba
fría. Aparecieron de la nada, en forma de copos de nieve, promesas pasadas de
un periodo de vida que él había anhelado. Recuerdos de lo que pudo ser y no
fue, de lo que jamás sería. Se sentó y pensó sobre ello; pensó que ese deseo
tal vez sólo fuera una forma cobarde de escapar, pero también lo veía como una
manera de demostrarse a sí mismo su valer. Había pasado poco tiempo y todavía
quedaba mucho camino. Respiró hondo, siguió fumando de su incombustible cigarro
y retomó el camino en silenciosa penitencia interior.
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