Respiro hondo, cojo fuerzas; me incorporo. Me enciendo un cigarro y echo la vista atrás. Observo lo que fue. Pestañeo y a un lado veo lo que pudo ser. ¿Necesito una señal? No, gracias; el silencio otorga y ya no hay más tiempo para el luto. No más.
Empiezo a andar para dejar atrás los cuervos norteños que sobrevuelan mis recuerdos y abandonar fantasmas que quisieron hacerme creer aquello que ni ellos mismos creían. El viaje es largo y lento. Hoy tan solo unos pequeños pasos. Aún oigo las voces que quiero que me susurren al oído, pero son sordas. Tal vez mañana u otro día ya esté demasiado lejos y ya no pueda oírlas. El tiempo dirá.
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