Cuándo no estoy lúcido, cuándo no
estoy inspirado y no me gusta lo que escribo, no por lo que cuento sino por
como lo hago; cuándo no encuentro armonía en el orden de las palabras de mi
cabeza ni ferviente pasión en el caos de mi corazón me ahogo de pena. Siento que
me asfixio y, si normalmente no encuentro motivos en este sinsentido, en esas
ocasiones en las que me repugnan mis letras dejo de sentir la vida en mis
venas. Es entonces cuándo, con ferviente masoquismo, consciente y convencido
miro a los ojos a todos mis demonios. Me sumerjo en ese mar llamado internet y
entre su inmensidad sé encontrar rápido lo que busco. Con viva ansia observo y
entiendo, y pienso, y de repente estalla dentro de mí un violento dolor, que
así es como imagino yo la muerte. Mi corazón late deprisa1 e incansable, la sangre arde en mis venas y me cuesta respirar. Los
músculos de mi cuerpo se contraen con furia y mi mandíbula se aprieta fuerte,
tanto que me duele. En medio de esa agonía siento que mi pecho va a estallar y
si lo hiciera lo mancharía todo de dolor. Y entonces escribo toda esa locura
que siento, hago tinta todo ese dolor y mastico la rabia. A veces, posiblemente
más veces de las que creo, soy despreciable. Soy malo en esencia, pura maldad,
por hacer estas cosas que hago, por pensar lo que pienso y por actuar como
actúo. Ésta, mi demencia interpreta libre cosas que nadie le explica. Cabalgo a
lomos de un incandescente potro llamado Rabia, me alimento de la tristeza de mi
ser y cuando duermo descanso mi cabeza sobre la almohada del miedo. Porque, a
pesar de que hago todo esto completamente consciente, cuando caiga la noche sé
que mi subconsciente me atormentará con la peor y más horrible de las torturas2.
Ella.
1 – Demasiado.
2 – Posiblemente la
única que me afecta a día de hoy.
Nota: Debo reconocer que he "palpado" la catarsis mientras escribía esto.
Nota: Debo reconocer que he "palpado" la catarsis mientras escribía esto.
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